Antonio L¨®pez Garc¨ªa y otros
No quiera advertir desconsideraci¨®n o dem¨¦rito personal cualquiera de esos otros que as¨ª aparecen, citados en el encabezamiento de estas l¨ªneas. Si son mencionados de tal suerte es porque no de otra han sido dispuestas sus obras en el ¨¢mbito material de la exposici¨®n que nos ocupa. Arbitrariamente espigados de aqu¨ª y de all¨¢, o a tenor de presunto parentesco, en verdad que los m¨¢s de ellos se limitan a cumplir el papel de comparsas de ese enigm¨¢tico artista manchego cuya fama se multiplica en la medida misma en que decrece la posibilidad de contemplar por estos pagos sus creaciones. Incluso dir¨ªa que, por lo precario y caprichoso de la obra aqu¨ª y ahora congregada, el propio L¨®pez Garc¨ªa llega a ser comparsa de s¨ª mismo.El t¨ªtulo responde, repito, al montaje, sin m¨¢s, de la exposici¨®n o al orden prelatorio a que de hecho se atiene. La sala principal, con el adorno de tales cuales testimonios bibliogr¨¢ficos, se ve exclusivamente destinada a la obra de Antonio L¨®pez Garc¨ªa, en tanto las otras dependencias acogen, con mayor o menor sentido de la hospitalidad, el quehacer de sus ya perpetuos acompa?antes. Y nadie sale ganando en el lance. Sucede, en efecto, que algunos de esos otros (valga por todos Julio L. Hern¨¢ndez) tienen suficiente entidad como para no quedar reducidos a sola y ocasional concomitancia. Y ocurre, igualmente, que el mism¨ªsimo L¨®pez Garc¨ªa resulta muy poco agraciado (y por mucho que sus cuadros se reval¨²en y vuelvan a revaluarse, cosa que a ¨¦l le trae sin cuidado) en este tipo de exposiciones que mal pueden disimular un cierto aire de saldo o de almoneda.
Antonio L¨®pez Garc¨ªa y otros
Galer¨ªa Cambio. Jorge Juan, 5.
Antonio L¨®pez Garc¨ªa constituye por s¨ª mismo una gloriosa anomal¨ªa universal, ce?ida a la m¨¢s genuina e irrenunciable experiencia de lo suyo, dif¨ªcil, si no imposible, de imitar por parte de quien no parta tambi¨¦n de lo suyo, con la consiguiente diversidad o diferencia de expresi¨®n. Pues bien, una vez m¨¢s se pretende, a lo que se ve, aglutinar en tomo a ¨¦l una supuesta escuela realista espa?ola, de cuya universal anomal¨ªa (y grandeza) hay sobradas dudas. Y todos, insisto, salen perdiendo. Antonio L¨®pez Garc¨ªa, por cuanto que su biograf¨ªa queda esencialmente distorsionada y confusa, merced a la coyuntural recolecci¨®n de unos cuantos productos distanciados en tiempo, t¨¦cnica y prop¨®sitos, al tiempo que los otros se ven sistem¨¢ticamente confinados a la ingrata condici¨®n de acompa?antes.
?Cabe establecer, esbozar siquiera, el apretado y singular¨ªsimo curriculum de Antonio L¨®pez Garc¨ªa a base de cuatro pinturas separadas por casi treinta a?os, un par de dibujos a medio acabar, otro que puede darse por concluido, este boceto y aquella escultura? Por buena que sea la voluntad de los organizadores, todo ello induce a confusi¨®n, m¨¢s y m¨¢s acrecentada por el cortejo habitual de aquellos otros entre los que alguno o algunos tienen propias historias que contar. Exposici¨®n, en fin, con aires de almoneda que, lejos de arrojar alguna luz, induce descaradamente a la duda y al desprop¨®sito.
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