Seguridad y democracia
HAY CONSTANTES en la Historia que permiten ciertas simplificaciones. Por ejemplo, que el asalto a las democracias poco estables o en per¨ªodo de consolidaci¨®n se hace, por la izquierda, en nombre de una nueva sociedad que se pretende construir y, por la derecha, invocando el deterioro del orden p¨²blico, la falta de disciplina social y la inseguridad de las personas y los bienes. Obviamente la tarea es f¨¢cil para los enemigos de las libertades formales y la democracia parlamentaria que ventean su ocasi¨®n desde planteamientos derechistas. Nada es m¨¢s miedoso que un mill¨®n de d¨®lares, y nada m¨¢s f¨¢cil de entender que los robos, los asesinatos, los incendios, las violaciones o cualquier desorden violento de la sociedad. No en balde la m¨¢s moderna sociolog¨ªa tiene al miedo por el primer condicionante de la conducta humana. Miedo a la enfermedad, al desempleo, a la pobreza, a la soledad, la destrucci¨®n del matrimonio, la agresi¨®n fisica o moral.Nada tiene, por tanto, de extra?o la propaganda subliminal o abierta que desde sectores dem¨®crata-org¨¢nicos, a?orantes de la autocracia, simplemente fascistas, se est¨¢ llevando a cabo sobre la inseguridad de la sociedad espa?ola, asoci¨¢ndola con la restauraci¨®n de la democracia como el efecto a la causa. Manipulando informaciones y silenciando convenientemente. otros datos, la mercanc¨ªa del orden p¨²blico es f¨¢cil de vender. Obviamente nadie deja de comprar seguridad, tranquilidad, paz.
No le puede satisfacer a la sociedad el estado de amotinamiento cr¨®nico de los presos comunes (que ayer depar¨® dos muertos en la c¨¢rcel zaragozana de Torrero), los asesinatos (como el brutal del matrimonio Viola), o la mera delincuencia al por menor y sin violencia fisica. Pero no puede revolverse todo en la misma cazuela y servirlo a la opini¨®n p¨²blica, sin m¨¢s comentarios, como amargo y cotidiano desayuno de la democracia.
La democracia tiene su precio, pero ese costo no es, en absoluto, el de la inseguridad de los ciudadanos. Es una falacia pretender que la democracia genera violencia o desorden en las conductas. Lo que la democracia genera es publicidad para muchos de los actos delictivos que antes quedaban ocultos, discusi¨®n abierta de los problemas y, entre otras libertades, la libertad de afirmar que la democracia es el disolvente de la sociedad. Como es otra falacia tener las dictaduras o los reg¨ªmenes autoritarios por garantes de la paz social.
Sin embargo, parece que a este pa¨ªs no s¨®lo se le quiere vender la idea de la paz y el orden (leg¨ªtima y un¨¢nime aspiraci¨®n), sino la creencia de que en el r¨¦gimen anterior estas cosas no pasaban.
Para algunos, a lo que parece, de 1939 a 1975 quedaron hibernados los m¨¢s primarios instintos de los espa?oles: ni hab¨ªa prostitutas, ni homosexuales, ni ladrones, ni incendiarios, ni asesinos, ni terroristas. Por lo visto no existieron las guerrillas comunistas, socialistas y anarquistas, cuyos ¨²ltimos muertos alcanzan la d¨¦cada de los sesenta; no germin¨® bajo la torpeza pol¨ªtica de aquel r¨¦gimen el nacionalismo vasco en versi¨®n armada; no hubo matanza en la calle del Correo ni asesinaron al primer presidente de un Gobierno franquista dentro de su coche blindado. Pues, no s¨®lo eso, sino que hasta en los primeros y m¨¢s duros a?os del franquismo le tiraban bombas de mano ni m¨¢s ni menos que al general Varela, que era el ministro del Ej¨¦rcito.
Las dictaduras no aportan tranquilidad o seguridad ciudadanas. Propician la ignorancia de los sucesos o el tratamiento de Cercenar el cuello a quien le duele la cabeza. En las democracias, por el contrario, no se escamotean los problemas a la opini¨®n p¨²blica, y el terror no se combate con otro terror, sino con polic¨ªa y justicia; m¨¦todos que acaso parezcan lentos, pero que terminan por resolver muchas cosas a largo plazo.
Ahora mismo las ciudades espa?olas no son m¨¢s inseguras que otras grandes capitales occidentales, el terrorismo es notablemente inferior al del resto de Europa y el amotinamiento carcelario -de tr¨¢gica actualidad hoy mismo-es la letra vencida de un sistema penitenciario obsoleto -pr¨¢cticamente en todo el mundo- por el que ten¨ªamos que pagar antes o despu¨¦s; los grav¨ªsimos motines de presos comunes en Estados Unidos, Francia o Italia han alcanzado a Espa?a con algunos a?os de retraso, pero no son -como se induce a creer- el precio de la amnist¨ªa pol¨ªtica, s¨ª son el precio del estado posmedieval de nuestras instituciones penitenciarias.
Los actuales niveles de seguridad p¨²blica, en suma. deben ocuparnos, pero no pre-ocuparnos. Que sepamos. ni los magistramdos ni las fuerzas de orden p¨²blico han dejado de trabajar un 20 de noviembre, ni nadie puede demostrar seriamente que las libertades p¨²blicas desarrollen por s¨ª mismas la indefensi¨®n de los ciudadanos.
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