La parte profesional sigue ganando batallas
Pobre reglamento y pobre fiesta, como la comisi¨®n que estudia la reforma de aquel texto legal contin¨²e dejando que los profesionales ganen batallita tras batallita. La verdad es que son como apisonadoras -si las apisonadoras fueran astutas-. Cualquier punto del reglamento, aunque no parezca controvertible, lo escuchan con unci¨®n, dejan que cualquiera de la otra banda -veterinarios, presidentes, afici¨®n- lo comente o lo modifique, y, de repente, ?zas!, ponen en marcha el motor de la apisonadora, se unen, elevan el tono, se cargan de raz¨®n (su raz¨®n, claro), acumulan argumentos, no importa que sean capciosos o puros sofismas, y todo el terreno es para ellos.
Por el simple asunto de las banderillas mantuvieron en la sesi¨®n de ayer, y con ¨¦xito, un debate de una hora o m¨¢s. Dice el reglamento -atenci¨®n a la novedad, pues tambi¨¦n se las trae- que las banderillas ser¨¢n reglamentarias. Lo dice, s¨ª. En el art¨ªculo que, concretamente, trata de las caracter¨ªsticas de la banderilla ya se dio un paso atr¨¢s, al prever que podr¨¢ ser de setenta milimetros, como siempre, o de sesenta; a gusto del consumidor. Y m¨¢s adelante, ya en el art¨ªculo 101 (el del debate de ayer), aclara que las banderillas ser¨¢n reglamentarias.Con su excepci¨®n. por supuesto, porque este reglamento es el de las excepciones. Y esa excepci¨®n es aqu¨ª para los matadores, que podr¨¢n banderillear con lo que les venga en gana -da igual un garapullo que una falla valenciana- siempre, eso s¨ª, que el arp¨®n sea el reglamentario. Bueno, no hubo objeciones a esto. Pero los matadores de toros a?adieron que los instrumentos banderilleros podr¨ªan tra¨¦rselos los espadas de su casa. Y al querer aclarar la otra banda que bien, pero que deb¨ªan pasar por inspecci¨®n de la autoridad a las doce de la ma?ana del d¨ªa de la corrida (como se hace con las puyas y los rehiletes de servicio), se empe?aron en que no; en que m¨¢s, tarde, pues a veces llega la cuadrilla a la localidad donde se celebra el espect¨¢culo poco antes,del comienzo del mismo.
La contestaci¨®n estaba clara: ?Pues en esos casos, queridos, que el matador haga la suerte con las banderillas reglamentarias que reglamentariamente regla el reglamento, pues tampoco le va a pasar nada por semejante alarde.? Pero no: a lo suyo los profesionales, hasta la extenuaci¨®n, frente unido que jam¨¢s ser¨¢ vencido, para que el matador vaya a cuestas con sus propias banderillas, elaboradas a su gusto, no hab¨ªa forma de convencerles. Y mientras, por el aire se mov¨ªan ingr¨¢vidas sombras: ?qu¨¦ se esconde tras tanto empe?o?, ?qu¨¦ de hacer la suerte como mandan c¨¢nones?, ?y si uno se inventa ponerle un f¨¢rmaco al arp¨®n para adormecer al toro?, ?qu¨¦ artilugios pueden fabricarse los m¨¢s audaces como sustitutivo de la banderilla convencional?
As¨ª va todo. Lo dijo K-Hito cuando se estudiaba el reglamento de 1962: ?Se?ores, no sab¨ªa yo que los reglamentos de aduanas los ten¨ªan que hacer los contrabandistas.? Y abandon¨® la sala, para no volver. Con lo de contrabandistas no quiso ofender a los toreros, por supuesto que no: fue, dir¨ªamos, una figura ret¨®rica. Y afortunada, pues qued¨® para la historia. Todos los d¨ªas la recuerdan muchos de los comisionados para la actual reforma: ?Ya dec¨ªa K-Hito...? Pobre reglamento y pobre fiesta, como sigamos as¨ª. Y, mientras tanto, cont¨ªn¨²an las reuniones.
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