Ejemplaridad ¨¦tico-social
La ¨¦tica antigua leg¨® a la posteridad un esquema en cierto modo can¨®nico para definir las profesiones: el buen m¨¦dico ser¨ªa vir bonus medendi peritus; el buen orador, vir bonus dicendi peritus, y as¨ª en los dem¨¢s casos. Kal¨®s kai agath¨®s, bien compuesto y bueno, pide que sea el m¨¦dico un escrito hipocr¨¢tico. La Kalokagath¨ªa, com¨²n ideal ¨¦tico de los griegos, era as¨ª el blas¨®n y el presupuesto de la calidad de un hombre en el ejercicio de una profesi¨®n. No otra cosa fue, algo m¨¢s tarde, la intenci¨®n subyacente a la f¨®rmula latina: la bondad del vir bonus ser¨ªa -deber¨ªa ser- el gen¨¦rico fundamento moral de la competencia t¨¦cnica.Con su reducci¨®n sem¨¢ntica de la virt¨´ a la suma de la habilidad y la eficacia en la realizaci¨®n de la vida en el mundo, el Renacimiento italiano, y luego toda la cultura moderna, rompieron sin contemplaciones ese viejo esquema: buen m¨¦dico es, sin m¨¢s, el que sabe curar bien, buen orador, el que, sin m¨¢s, sabe bien decir, y as¨ª sucesivamente. El ?sabio mercenario? de nuestro tiempo, el hombre de ciencia que vende al mejor postor, blanco o rojo, la que ¨¦l tiene, no es sino una consecuencia extremada de ese abrupto cambio de actitud. Pero la conciencia ¨¦tica de nuestro tiempo, ?no est¨¢ pidiendo acaso, bien que no a la ingenua manera antigua, un planteamiento ¨¦tico, no s¨®lo t¨¦cnico, de la funci¨®n social del sabio y, por extensi¨®n, del profesional cient¨ªfico? Tan grave y delicado problema -cuyo cl¨ªmax fue el nexo entre la ciencia y la guerra inherente a la fabricaci¨®n de las primeras bombas at¨®micas- no puede ser tratado ahora. He de limitarme a afirmar en¨¦rgicamente que la Universidad debe ser, y con deber no leve, centro de ejemplaridad ¨¦tico-social, y a se?alar las l¨ªneas principales de esta ineludible funci¨®n suya.
?T¨² que no puedes, ll¨¦vame a cuestas?, dice en ciertas ocasiones nuestro pueblo, y acaso alg¨²n cazurro representante suyo eche mano de esa zumbona ponderaci¨®n para apostillar mi precedente aserto. Dir¨¢: ? Cuando tan menesterosa de un serio calafateo de su moral propia se halla la Universidad, ?cabe la avilantez de proclamarla centro de ejemplaridad ¨¦tico-social?? Cuidado: yo no he dicho que actualmente lo sea, sino que debe serlo; por tanto, que no conquistar¨¢ plenamente su integridad funcional mientras no cumpla de manera continuada esa tan noble y tan mal atendida misi¨®n suya. In spe contra spem, como ense?¨® a decir San Pablo, en la esperanza de que la Universidad sea ma?ana lo que ma?ana deba ser, contra la esperanza de que eso llegue a suceder ante mis ojos y con la fime convicci¨®n de que el cumplimiento de ese deber pertenece y seguir¨¢ perteneciendo a la buena salud social de la instituci¨®n universitaria, consignar¨¦ sumariamente las cinco v¨ªas por las cuales tiene que hacerse patente su ejemplaridad.
Un c¨ªrculo vicioso
1. Adecuada ruptura del c¨ªrculo vicioso en que se mueve la relaci¨®n entre la Universidad y la sociedad. ?Si tan mal me sirves -dice a la Universidad la sociedad-, ?c¨®mo puedes pedirme que te favorezca? Si tan poco me atiendes -responde a la sociedad la Universidad-, ?c¨®mo quieres que te sirva con inter¨¦s?? Reducida a descarnado esquema dial¨®gico, tal es en muchos lugares, Espa?a uno de ellos, la mutua relaci¨®n entre ambas. Pues bien; cuando se produce un c¨ªrculo vicioso de car¨¢cter ¨¦tico-social, su continuidad en el tiempo s¨®lo puede ser deshecha mediante un recurso: la acci¨®n abnegadamente resolutiva del agonista cuya ¨¦tica sea mejor. Primera l¨ªnea de nuestra ejemplaridad estamental: mostrar a la sociedad que nosotros, los universitarios, somos capaces de servirla mejor de lo que ella merece. M¨¢s de una vez ha sido cumplida esta consigna, es cierto, pero acaso no con la frecuencia necesaria.
2. Educaci¨®n en la servidumbre habitual a la verdad. Por tanto, ense?ar la verdad y saber demostrar que es verdad lo que se ense?a; como con m¨¢s ret¨®rica que exactitud reza el lema de una de nuestras instituciones cient¨ªficas, vitam impendere vero. Ahora bien: ?Cu¨¢l es la verdad en que la Universidad debe educar? Dos respuestas se imponen. En unos casos: ?Ense?o lo que para todos tiene que ser verdadero.? As¨ª, con gran frecuencia, en el de las ciencias exactas y naturales. En otros casos: ?Ense?o lo que para todos puede ser verdadero.? As¨ª, con frecuencia no menor, en el de las llamadas ciencias humanas. Nada fomenta tanto el esp¨ªritu de servidumbre a la verdad como la limpieza del esfuerzo por demostrar que puede ser verdadero para todos lo que, sin dejar de ser opinable, es verdadero para el que habla.
3. Ense?anza pr¨¢ctica de la libertad. ?C¨®mo? Dos expedientes principales veo yo para que la respuesta sea realista y satisfactoria. En las facultades cuya materia pueda ser tratada con mentalidad o ideolog¨ªas diferentes o contrapuestas -filosof¨ªa, derecho, historia, psicolog¨ªa, econom¨ªa, sociolog¨ªa, etc¨¦tera-, procurar con exquisito cuidado que algunas de ellas, todas ser¨ªa imposible, est¨¦n aut¨¦ntica y auto rizadamente presentes en la ense?anza que recibe el alumno, y cuidar por a?adidura de que profesores invitados, en conferencias aisladas o en cursos m¨¢s o menos extensos, ofrezcan una imagen de las que dentro de la facultad en cuesti¨®n no est¨¦n representadas de manera habitual. Y en cada una de las c¨¢tedras, lograr que el docente exponga documentada y lealmente, entre las concernientes al tema de que ¨¦l trata, ideas y creencias que ¨¦l no comparte; evitar la caricatura y el maniqueismo t¨¢ctico frente a quienes han muerto o no est¨¢n presentes; en suma, dejar que ?el otro? siga siendo ?¨¦l mismo? dentro de las palabras con que de ¨¦l se habla. Para los alumnos que ni siquiera as¨ª aprendan a ser intelectualmente libres, no estar¨ªa de m¨¢s que cada facultad tuviera su psiquiatra particular.
"Bien nacidos hist¨®ricos"
4. Realizaci¨®n institucional de la justicia, y muy especialmente de la justicia social: evitaci¨®n, por todos los medios a su alcance, de una selecci¨®n del alumnado t¨¢citamente basada en el clasismo econ¨®mico -?cu¨¢ntos hijos de obreros hay en nuestras aulas?-; demostraci¨®n constante de que el imperativo de la solidaridad es, entre nosotros, los universitarios, m¨¢s fuerte que el llamado ?esp¨ªritu de cuerpo?; formaci¨®n de la conciencia social del estudiante; denuncia razonada de los atentados contra la dignidad y los derechos de la persona humana; repulsa visible y habitual -en ex¨¢menes, en concursos, en oposiciones- de la acepci¨®n de personas. En este pa¨ªs nuestro, cu¨¢nto por hacer en este campo.
5. Celo permanente por la calidad de lo que se hace. M¨¢s de una vez he dicho que para nuestro pueblo hay dos t¨ªtulos b¨¢sicos de nobleza: en lo tocante a las personas, la condici¨®n de ?bien nacidos?; en lo relativo a las obras, la condici¨®n de ?presentable?. Bien nacido: el que conoce y reconoce lo que los dem¨¢s le han dado para que ¨¦l haya llegado a ser lo que es. Mediante su educaci¨®n, la Universidad debe ser una f¨¢brica de ?bien nacidos hist¨®ricos?. Presentable: lo que uno puede ostentar con decoro all¨¢ donde concurran las obras a cuyo g¨¦nero pertenece la suya. En un pa¨ªs donde tan frecuente es la chapuza improvisada -el ?tente mientras cobro?-, hacer filosof¨ªa, filolog¨ªa, historia, fisiologia y ciencia jur¨ªdica ?presentables? es una lecci¨®n de incalculable valor social. No siendo ella nacionalista, porque su patria primera es el universo mundo, a la Universidad le toca el honroso deber de ser la primera en el incremento de la dignidad nacional.
Aqu¨ª, ahora, yo
Hablo aqu¨ª, en el recinto de una vieja Universidad espa?ola. Hablo ahora, cuando tan confusa, tan deteriorada y tan necesitada de formas nuevas se halla nuestra vida universitaria. Hablo yo, un docente ya a la orilla de su jubilaci¨®n administrativa. Como en algunos moribundos, seg¨²n dicen, la de su entera biograf¨ªa, ?puede extra?aros que suija ahora en mi memoria una apretada y exigente imagen de mi vida acad¨¦mica?
Vocado a la docencia universitaria desde mi mocedad, ingres¨¦ en la c¨¢tedra poco despu¨¦s de conclusa la guerra civil. Como penosa secuela de ¨¦sta, la Universidad -en parte por obra de exilio voluntario o forzoso, en parte por obra de exclusi¨®n torpe y fan¨¢tica; ?depuraci¨®n? la llamaron, para escarnio de nuestro idioma- hab¨ªa perdido muchos de sus mejores docentes. Poco m¨¢s tarde, ordenanzas de car¨¢cter Ideol¨®gico y presiones de orden factual, a veces polic¨ªaco, alicortaron y deprimieron la vida universitaria. ?Somos un pa¨ªs exportador de fisi¨®logos e importador de futbolistas?, se dec¨ªa por entonces. ?C¨®mo olvidar la inicua expulsi¨®n -aparentemente disciplinaria, realmente ideol¨®gica y pol¨ªtica- de que varios profesores fueron v¨ªctimas, cuando ya parec¨ªan haberse serenado las aguas? Pero no todo en nuestra Universidad fue erial o ignominia durante los ¨²ltimos cuarenta a?os. Continuando como pudieron una tradici¨®n minoritariamente iniciada a fines del siglo XIX y creciente en anchura a lo largo del siglo XX, no pocos de sus profesores ense?aron sus disciplinas al d¨ªa, y algunos grupos de ellos -fil¨®logos, historiadores, psic¨®logos, bi¨®logos, matem¨¢ticos- supieron edificar una obra cient¨ªfica m¨¢s que presentable, para decirlo conforme al canon estimativo y verbal antes propuesto. Desconocer esto, afirmar que todo ha sido ?noche oscura? en la Universidad espa?ola de esos a?os, ser¨ªa cometer grave y nociva injusticia.
Poco a poco, ?lograremos reponernos? Tenuemente, t¨ªmidamente, esto nos pregunt¨¢bamos muchos entre 1950 y 1960. Pero en los tres lustros subsiguientes, por la indiferencia y la torpeza de los que han regido nuestra pol¨ªtica, por la imprevisi¨®n y la ligereza de quienes han gobernado nuestra ense?anza y por la deficiencia de la Universidad misma, que a todos nos alcanza una parte de la responsabilidad, parece haberse venido abajo esa tenue y t¨ªmida esperanza. Baste, para demostrarlo, el r¨¢pido dise?o con que inici¨¦ mi reflexi¨®n. Entonces, ?qu¨¦ hacer? ?Recitar un poco teatralmente el consabido lema horac¨ªano de la dignidad estoica -?Si fractus illabatur orbis, impavidum ferient ruinae?-, y refugiarse luego en la severa y erguida proclamaci¨®n de lo que querr¨ªamos ser y no somos? Ni quiero, ni puedo hacerlo. Ante todo, porque yo no soy estoico. Luego, porque tampoco soy catastrofista, y en medio de la confusi¨®n, pese a ella, siento que tambi¨¦n a mi o¨ªdo llega el verso de Antonio Machado a su amigo Azor¨ªn: ?Oye cantar los gallos de la aurora?; esto es, porque creo que la aurora, aun cuando en ocasiones no la veamos, es siempre un momento constitutivo del presente, por brumoso y gastado que ¨¦ste parezca ser. Muy temeroso de no llegar a verla con mis ojos, muy consciente de lo mucho que su advenimiento exige -inteligencia, imaginaci¨®n, tiempo, tenacidad, paciencia, dinero, esfuerzo-, en ella pensaba al componer la meditaci¨®n y el proyecto que anteceden.
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