Retorno gradual a la democracia en Uruguay
Una implacable represi¨®n pol¨ªtica y la sistem¨¢tica ca¨ªda del nivel de vida de la poblaci¨®n son las constantes m¨¢s destacadas que exhibe Uruguay. Seg¨²n el ¨²ltimo informe de Amnesty International, por lo menos doce personas han muerto en los dos ¨²ltimos a?os a consecuencia de las torturas recibidas. Otras 48 fueron arrestadas por las fuerzas de seguridad uruguayas en Argentina, donde se hab¨ªan exiliado. Acalladas las voces de la oposici¨®n desde el golpe militar del 27 de junio de 1973, no ha sido posible, sin embargo, para el sector ultra del Gobierno evitar las invocaciones al cambio y los llamamientos al retorno a la actividad de los partidos pol¨ªticos tradicionales y a la vigencia gradual de la democracia.
?El presidente quiere un barco nuevo y nosotros s¨®lo queremos calafatear el barco viejo y seguir adelante?: as¨ª comenz¨® a media dos de 1976 el general Eduardo Zub¨ªa -jefe entonces de una de las cuatro regiones militares de Uruguay- su explicaci¨®n acerca del relevo del presidente Bordaberry, quien propon¨ªa el estable cimiento de un r¨¦gimen corporativista, algo as¨ª como el Portugal de Salazar. Los mandos militares afirmaron, en cambio, que en 1973 hab¨ªan actuado, entre otras cosas, contra los pol¨ªticos y no contra el sistema democr¨¢tico en s¨ª mismo. Como el personaje de Arnold Wesker, dicen creer en la electricidad, aunque hayan despedido de un golpe a los electricistas.
A partir de ese momento y especialmente en el transcurso de 1977, el reducido horizonte poI¨ªtico uruguayo se cubri¨® de promesas de cambio: ciertos gobernantes aludieron con frecuencia a un plan pol¨ªtico en estructuraci¨®n que incluye, seg¨²n se dijo, elecciones para 1981 y la progresiva transferencia del poder a los dos partidos pol¨ªticos tradicionales (predominantemente centristas). El programa no es claro, pero ya se anunci¨® que s¨®lo se admitir¨¢ un ¨²nico candidato presidencial, que deber¨¢ reunir tras ¨¦l a esos dos grandes partidos y tendr¨¢ que contar, naturalmente, con el visto bueno de la c¨²pula militar.
As¨ª fue el pasado...
La desconfianza en los electricistas permanece, pero al menos parece haber plazo para el calafateo y para el comienzo del fin del opresivo proceso surgido de un desgraciado itinerario pol¨ªtico y social. Una crisis econ¨®mica casi veintea?era y sus ca¨®ticas repercusiones sociales explican hist¨®ricamente la decadencia y ca¨ªda de la democracia representativa de Uruguay, un conocido modelo de convivencia forjado a partir de 1904 y con s¨®lo nueve a?os de interrupci¨®n hasta el momento del golpe de Estado.
Los obreros se opusieron firmemente a las decisiones del 27 de junio de 1973; para ellos, las medidas de emergencia frente a la cat¨¢strofe econ¨®mica y social no estaban en los planes de los grupos empresariales, que de inmediato se manifestaron a favor de la nueva situaci¨®n. Los trabajadores hab¨ªan elaborado su propia plataforma de soluciones y desde varios a?os atr¨¢s luchaban por aplicarla.
Pero el desaliento -e inclusive la desesperaci¨®n- de buena parte de los uruguayos no fue buena ayuda para esa resistencia-, la huelga general se prolong¨® durante dos semanas y fue el ¨²ltimo intento masivo de oposici¨®n activa contra el Gobierno de los golpistas.
El panorama previo a junio era realmente desalentador: asesinatos, desapariciones, huelgas semanales, disturbios en los centros de ense?anza, desempleo creciente, salarios en ca¨ªda, inflaci¨®n galopante e inseguridad general. La protesta popular -canalizada por los sindicatos y su central ¨²nica, y con fuertes repercusiones en un Parlamento m¨¢s pol¨¦mico que creativo- cuestionaba seriamente la capacidad e inclusive el poder de la clase dirigente.
El vaciamiento de empresas, la sistem¨¢tica fuga de capitales y esc¨¢ndalos varios surgidos en la ¨®rbita empresarial y de organismos gubernamentales contribu¨ªa obviamente a avivar el fuego, que los militares se prestaron a sofocar luciendo el galard¨®n de su victoria contra la guerrilla en 1972.
...Y, ?cu¨¢l ser¨¢ el futuro?
Treinta y seis a?os atr¨¢s, el general Alfredo Baldomir culmin¨® el proceso de desmantelamiento del r¨¦gimen dictatorial que ¨¦l mismo hab¨ªa contribuido a establecer, entregando el Gobierno a los perseguidos de 1933, vencedores en las elecciones nacionales de 1942.Baldomir, hombre de la dictadura de Gabriel Terra hasta 1938, sirvi¨® a partir de ese a?o de puente hacia la democracia: muchos opositores y los liberales de Vegh Villegas coinciden en vislumbrar un esquema casi baldomirista para sacar a Uruguay de su etapa actual.
Otros -entre los que se cuentan exiliados reunidos en M¨¦xico en un frente ¨²nico antidictatorial- no se sienten satisfechos con ese pron¨®stico de los moderados y proponen un esfuerzo para acortar los plazos.
Pero la pol¨ªtica -nadie lo ignora- es muchas veces el arte de lo posible. Y aunque el momento de la transici¨®n se halla cronol¨®gicamente e inclusive pol¨ªticamente lejano, pocos son los que desconocen que despu¨¦s de Baldomir sucedi¨® la plena vigencia de la democracia.
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