Toda reforma debe partir de la lucha contra la corrupci¨®n
De cualquier forma, revisada la causa por un juez federal, al se?or M¨¦ndez Docurro se le declar¨® formalmente preso y qued¨® tras las rejas de un reclusorio de la capital. Ahora bien, las condiciones f¨ªsicas y morales de una prisi¨®n resultan poco agradables a un hombre con los antecedentes de don Eugenio, ingeniero civil de cierto renombre, ocupante de varios puestos p¨²blicos en los ¨²ltimos veinte a?os y hasta patrocinador conocido de las artes. La Administraci¨®n del presidente Jos¨¦ L¨®pez Portillo se dio perfecta cuenta de ello e invoc¨® una disposici¨®n legal hasta entonces poco aplicada: la libertad bajo fianza, en principio vedada al acusado por la naturaleza de los cargos en su contra, podr¨ªa ser concedida siempre y citando ¨¦l tuviera a bien restituir al fisco las sumas enajenadas il¨ªcitamente.El caso M¨¦ndez no fue el primero de la estirpe: unas cuantas semanas antes, agentes judiciales de la Rep¨²blica. se hab¨ªan hecho cargo en Miami del ex secretario de la Reforma Agraria del Gobierno Echeverr¨ªa, cedido a ellos por la justicia norteamericana al acoger una demanda mexicana de extradici¨®n. Junto con dos antiguos subalternos, ya estuvo preso, acusados los tres de un gigantesco fraide en perjuicio de varios centena, es de ejidatarios (agricultores de granjas -colectivas). Aun as¨ª, poca gente tomaba en serio la llamada campa?a anticorrupci¨®n. Para comprender esa resistencia generalizada, hay que conocer un poco de la historia pol¨ªtica reciente del pa¨ªs.
La larga dictadura de Porfirio D¨ªaz (1876-1911), estaba poblada, sobre todo en sus dos ¨²ltimos decenios, de funcionarios profundamente corrompidos. vendido mayormente a las entidades extranjeras que D¨ªaz hab¨ªa atra¨ªdo para promover el progreso material de M¨¦xico -y el suyo propio-. Al triunfar la revoluci¨®n que estall¨® en 19 10, los nuevos gobernantes -que tardaron casi diez a?os m¨¢s en definir la hegemon¨ªa entre s¨ª- se encontraron con una econom¨ªa dominada poco menos que totalmente por intereses ajenos, que buscaban ante todo proteger sus inversiones en el pa¨ªs. Evidentemente, la manera m¨¢s eficaz de lograr ese fin era la de continuar con el sistema establecido, ?comprando? a los empleados de un Gobierno que apenas pod¨ªa cubrir los m¨ªseros sueldos de sus escalas secundarias.
La ?mordida?, deporte nacional
As¨ª se prolong¨® e institucionaliz¨® la tristemente c¨¦lebre tradici¨®n de la ?mordida?, la cual poco a poco fue extendi¨¦ndose a todos los niveles de la gesti¨®n administrativa. Desde el polic¨ªa de tr¨¢nsito, el jefe de aduana de un puesto fronterizo o el funcionario de Hacienda, todo en M¨¦xico llegaba a ser negociable. Durante algunos Gobiernos anteriores, se hab¨ªan montado vistosas campa?as publicitarias contra la corrupci¨®n, todas las cuales surt¨ªan poco o ning¨²n efecto, debido principalmente a la falta de apoyo ciudadano.
Pero hace poco menos de dos a?os surgi¨® un esc¨¢ndalo de tal magnitud, lcance que impresion¨® hasta al m¨¢s c¨ªnico. Un polic¨ªa, detenido por aceptar un soborno en circunstancias tan flagrantes que no hubo manera de taparlo, decidi¨® cantar. El desenlace de sus declaraciones detalladas y la investigaci¨®n resultante fue el encarcelamiento del jefe y el subjefe de la unidad capitalina de detectives -coraz¨®n y cerebro de las fuerzas del orden- por haber chantajeado en m¨¢s de dos millones de pesos (siete millones de pesetas) a varios altos ejecutivos de firmas industriales que falseaban sus libros de contabilidad, con el fin de evadir el pago de impuestos por unas cincuenta veces esa cantidad.
El se?or L¨®pez Portillo, a la saz¨®n candidato ¨²nico a la presidencia, acababa de renunciar como secretario de Hacienda. Se indign¨® ante la revelaci¨®n de esos hechos delictivos, tanto o m¨¢s por la evasi¨®n de tributos como por la acci¨®n de los comandantes polic¨ªacos. Al realizar entrevistas para seleccionar a sus colaboradores m¨¢s cercanos, una pregunta clave que L¨®pez dirig¨ªa a cada candidato vers¨® sobre la voluntad del hombre para cooperar activamente en una campa?a a fondo, destinada a extirpar la corrupci¨®n de la vida p¨²blica en forma definitiva.
Por otra parte, la preocupaci¨®n del nuevo mandatario por las maniobras sucias no se limitaba al ambiente oficial. Pocas semanas despu¨¦s de tomar posesi¨®n del cargo, llam¨® a reunirse en Los Pinos, la residencia presidencial, a los m¨¢s destacados dirigentes de las diversas agrupaciones empresariales y les conmin¨® a que emprendieran un esfuerzo igual al suyo contra la corrupci¨®n entre los afiliados a sus respectivas organizaciones. La idea se recibi¨®, por la mayor¨ªa de los presentes, con un escepticismo cort¨¦smente disimulado, fruto de su desconfianza de que semejante campa?a a nivel gubernamental pudiera resultar ver¨ªdica o duradera.
S¨®lo a ra¨ªz de la serie de detenciones de funcionarios pasados y actuales (una de las m¨¢s recientes ha sido la del director del Instituto Mexicano del Caf¨¦, agencia descentralizada), varios de aquellos se?ores han reconocido p¨²blicamente que existen irregularidades tambi¨¦n dentro de las filas de la empresa privada.
Campa?a personal de Portillo
Hay diversas causas que promueven este brote s¨²bito de moralizaci¨®n en la vida mexicana. Se ha incrementado la sensibilidad por la imagen del pa¨ªs en el exterior: las quejas de los visitantes, referentes a las ?mordidas? y otros abusos, se hab¨ªan vuelto coro embarazoso. Entran, asimismo, motivos puramente pragm¨¢ticos: el monto de los fraudes y robos llegaba a representar una merma grave del erario. Mas quiz¨¢ el impulso fundamental al crackdown proven¨ªa del car¨¢cter mismo de las ¨²ltimas fechor¨ªas, netamente de rapi?a. Los funcionarios robaban y metieron lo sustra¨ªdo en bancos extranjeros, o lo invert¨ªan en coches sustuosos, viajes de lujo y otros gastos de fastuosidad.
Todo esto violaba una tradici¨®n oficiosa: el hombre p¨²blico que se hac¨ªa de los fondos p¨²blicos los empleaba 'en obras que, a la vez que le reportaban ping¨¹es utilidades, beneficiaban al p¨²blico. As¨ª, fue com¨²n ver a alg¨²n miembro de Gabinete, establecer una hacienda, emprender una urbanizaci¨®n o construir un centro tur¨ªstico. dando empleo a un buen n¨²mero de trabajadores y a menudo estimulando la econom¨ªa de toda una regi¨®n.
En s¨ªntesis, el lema no escrito era: ?Si robas, hazlo con esp¨ªritu social.? Hace 35 a?os, el general Maximino Avila Camacho, secretario de Obras P¨²blicas y hermano mayor del entonces presidente de la Rep¨²blica, dotaba a M¨¦xico de su primera red de carreteras modernas. En el proceso, ¨¦l se, enriqueci¨® enormemente. Una vez un periodista, conocedor de la condici¨®n econ¨®mica anterior de don Maximino, poco holgada, le ret¨® abiertamente a explicar todas las muestras de tren de vida opulenta que se daba en la actualidad.
En tono en¨¦rgico y sin inmutarse, el fornido militar replic¨®:
-?Carajo, hombre! De cada tres pesos que pasan por mis manos, al menos uno llega al pueblo. ?Qu¨¦ m¨¢s quieres?
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