El Senado entra en liza
Dentro de d¨ªas, casi dentro de horas, va a comenzar en el Senado la discusi¨®n del texto constitucional aprobado por el Congreso de los Diputados. El episodio -y me permito llamarlo as¨ª, porque dif¨ªcilmente lo que en la C¨¢mara alta ocurra tendr¨¢ mayor trascendencia pr¨¢ctica- va a brindarnos a los espa?oles un nuevo ejemplo del falseamiento de la democracia parlamentaria, en que tan empe?adas est¨¢n a partes iguales una mayor¨ªa gubernativa de intereses y una pseudo-oposici¨®n domesticada.Acabados los fatigosos cabildeos de la comisi¨®n de la C¨¢mara baja; celebrada con pleno ¨¦xito la cena de pandillaje del 28 de mayo ¨²ltimo -como la ha calificado certeramente hace pocos d¨ªas un profundo pensador-; rematada la carrera de contubernios con la aprobaci¨®n definitiva del texto de la ley fundamental en una sesi¨®n patri¨®tica montada sobre la tr¨¢gica realidad de un crimen nefando, los diputados se disolvieron euf¨®ricos al ver el resultado de su interminable labor constitucional, y se dispusieron a disfrutar el reposo bien ganado de las ?imperiosas? vacaciones estivales.
Antes de separarse los satisfechos constituyentes, enviaron, como era rigor, al Senado el proyecto alumbrado tras la penosa gestaci¨®n de tantos meses, a fin de que en unas cuantas semanas y en plena can¨ªcula pudiese despachar la secundaria tarea que le asign¨® la disparada ley de Reforma Pol¨ªtica.
El se?or Font¨¢n ya ha dado por supuesto que la cosa ser¨¢ f¨¢cil y que la C¨¢mara de su presidencia cumplir¨¢ su deber sin grandes sudores, mientras el Jefe del Gobierno se refresca en las acogedoras aguas mediterr¨¢neas y los diputados se dispersan por playas y serran¨ªas. Los art¨ªfices y los turiferarios del ama?o democr¨¢tico, no dudan, al parecer, de que el consenso dar¨¢ en el Senado los mismos c¨®modos resultados que en el Congreso, pues al fin y al cabo los jugos de que ambos se, nutren son los mismos, con leves diferencias.
Es posible que personalidades de relieve que en la titulada C¨¢mara alta tienen su asiento, realicen meritorios esfuerzos-algunos va muy certeramente apuntados- para mejorar el proyecto constitucional; y hasta es posible que triunfen en determinados extremos de menor cuant¨ªa. En esencia -y, Dios quiera que me equivoque- el Senado no tendr¨¢ m¨¢s remedio que confirmar en su esencia lo acordado por la C¨¢mara baja.
En los ¨²ltimos d¨ªas se ha dado un se?alado caso de rebeld¨ªa contra la antidemocr¨¢tica actuaci¨®n de la oligarqu¨ªa partidista que maneja el cotarro pol¨ªtico. Es pronto a¨²n para poder concluir si la decisi¨®n del destacado senador, de nombramiento real, es algo m¨¢s que un gesto de independencia de alcance meramente personal.
Porque la verdad es -y en ello est¨¢ el meollo de la comedia que se representa en el tablado pol¨ªtico para el m¨¢s completo alivio del esp¨ªritu durante los calores del verano- que cada d¨ªa se dibuja con mayor claridad la tiran¨ªa partidista de una oligarqu¨ªa usurpadora de los fueros de la democracia parlamentaria.
Los partidos pol¨ªticos son un instrumento dif¨ªcilmente sustituible para le buen funcionamioento de al democracia. Ya Lord Bryce les atroibu¨ªa la misi¨®n concreta de ?poner orden en el caos multitudinario de los electores?. En otra ocasi¨®n escrib¨ª que los partidos ?act¨²an como puentes tendidos entre el individuo y la comunidad ymanifestar. sus preferencias, conectar, al Gobierno con la opini¨®n p¨²blica en el interregno de las consultas electorales y facilitan la selecci¨®n de los dirigentes?.
Son, pues. instrumentos al servicio de la democracia; pero no son sustitutivos de la misma, so pena de caer en la dictadura de la partitocracia, que es el peor de los reg¨ªmenes anti-democr¨¢ticos.
Un partido necesita para cumplir con la mayor eficacia posible. su misi¨®n de medio ¨²til al servicio de un fin superior, actuar con disciplina y obedecer a. una direcci¨®n con autoridad moral suficiente.
L disciplina interna de un partido nace, o bien de la hornogeneidad de un ideal ho:ndamente sentido, o bien de una ambici¨®n personal que escoge un grupo determinado como medio m¨¢s adecuado para satisfacer sus anhelos m¨¢s o menos leg¨ªtimos.
La direcci¨®n que se inipone en un partido nace unas veces de la fuerte, autoridad moral de una persona, suficientemente contrastada en a?os de lucha al servicio de una idea, y otras de la simple utilizaci¨®n de los resortes del poder.
Un partido como la UCD, que ha nacido de la pura agregaci¨®n sin compenetraci¨®n ¨ªritima de diez o doce ideolog¨ªas dispares, no conseguir¨¢ una aut¨¦ntica disciplina interna. Un jefe, cuya ¨²nica l¨ªnea de continuidad pol¨ªtica ha sido la de ponerse al servicio de todos los reg¨ªmenes que han imperado desde sus m¨¢s lozanos a?os, poniendo el mismo fervoroso empe?o en mantener el sistema r¨ªgido en que primeramente milit¨®, que en desmontarlo m¨¢s tarde pieza a pieza para mantenerse en la cumbre, no lograr¨¢. por mucho que se empe?e, gozar de la autoridad necesaria para dirigir con la fuerza moral de un convencimiento inexistente, un conglomerado de hombres unidos -salvo raras y honrosas excepciones- por intereses personales al margen de las convicciones doctrinales.
Esa situaci¨®n tan precaria, agravada por el hecho de no contar con una mayor¨ªa suficiente en los cuerpos legislativos, ha obligado a la UCD a improvisar un mecanismo de disciplina coactiva constituido por un grupo de mangoneadores sin especial relieve personal en sus componentes, que sabe manejar con habilidad los intereses que aglutinan, ya que no pueden apoyarse en el s¨®lido fundamento de un ideal com¨²n en que no cree.
Mas para el buen funcionamiento de este artilugio, era preciso contar con la colaboraci¨®n, lindante con la complicidad, de los llamados grupos de oposici¨®n, que han puesto tambi¨¦n su voluntad en manos de unos cuantos oligarcas que, de acuerdo con los de la UCD, han consumado el ataque a la democracia, incluso con nocturnidad.
El proceso va a consumarse estos d¨ªas. La oligarqu¨ªa del consenso funcionar¨¢ en el Senado con la misma eficacia que en el Congreso. Es posible, como al principio dec¨ªa, que haya personalidades de relieve que luchen contra un reglamento antiparlamentario, contra la limitaci¨®n de tiempo impuesta por los oligarcas, contra la convicci¨®n de la inutilidad de sus esfuerzos, contra el marasmo de la can¨ªcula y contra el creciente indiferentismo de las gentes.
Si algo consiguen, su m¨¦rito ser¨¢ mayor. Pero no nos enga?emos. Se salvar¨¢n las individuahdades, pero nada m¨¢s.
El debate del Senado no mejorar¨¢ sustancialmente el proyecto constitucional y, por el contrario, lo desacreditar¨¢ al poner m¨¢s de manifiesto sus contradicciones palmarias, sus errores t¨¦cnicos y sus posibilidades de esterilidad futura.
Tampoco la C¨¢mara, como tal, tendr¨¢ mucho que ganar. No obstante, el pomposo apelativo con que se la distingue, quedar¨¢ confirmada en su posici¨®n secundaria dentro del sistema constitucional.
Creo, sin embargo, que ser¨ªa injusto arrojar todas las culpas sobre quienes han acometido la tarea de hacer nacer una democracia del seno de una dictadura, Es seguro que aun los hombres m¨¢s eminentes habr¨ªan fracasado en la tarea.
Nuestro mal es mucho m¨¢s hondo de lo que puedan revelar unas simples apariencias. Espa?a ha vivido cort¨ªsimos per¨ªodos de vida democr¨¢tica y aun as¨ª harto incompleta. Ni hist¨®rica, ni pol¨ªtica, ni sociol¨®gica, ni econ¨®micamente, estamos preparados para la democracia. Arrastramos una deformaci¨®n de siglos, que s¨®lo puede superarse con largos a?os de esfuerzos, de sacri icios, de generosidad. Es tarea dif¨ªcil, pero no imposible. Late en el fondo de mi alma la esperanza de lo que no ver¨¦; pero eso es lo que menos importa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.