Un reformista demasiasdo cauteloso
Terminada la fase triunfalista, a la italiana, de elogios, incluso excesivos, hacia un pontificado que hasta ayer fue duramente criticado por las izquierdas y las derechas, empiezan a levantarse cautamente las primeras reacciones menos euf¨®ricas sobre la personalidad del Papa reci¨¦n enterrado. La nueva izquierda hab¨ªa criticado estos d¨ªas el hecho de que la muerte de Pablo VI hiciera olvidar que no todo fueron rosas en este pontificado. Recuerdan que, sin quitarle nada a la honradez personal del Papa Montini, y a su gran capacidad de trabajo, no es justo que el mundo laico y de izquierdas se olvide de que este pontificado fue un freno a ciertas batallas, que fueron innumerables las intervenc¨ªones de condena de Pablo VI hacia los cat¨®licos progresistas y hacia la teolog¨ªa de la liberaci¨®n del catolicismo m¨¢s abierto de Am¨¦rica Latina. Recuerdan que Montini suspendio a divinis al ex abad de San Pablo, monse?or Franzoni, una de las figuras m¨¢s eminentes y m¨¢s preparadas de la Iglesia cr¨ªtica del Vaticano II, y, sin embargo, no tuvo el coraje de excomulgar al tradicionalista Lefebvre.
Ayer, mientras toda la prensa de Italia lanzaba las campanas al vuelo ante la publicaci¨®n del testamento de Pablo VI, presentado casi como un canto a la vida y un documento de gran apertura al mundo, el mayor cr¨ªtico de la historia del cristianismo en Italia, el comunista Ambrogio Donini, declar¨® a la radio que este testamento significa una vuelta hacia atr¨¢s y que recuerda los tiempos anteriores a Juan XXIII, la fase de un catolicismo m¨ªstico y puramente espiritualista.
En los ambientes m¨¢s progresistas se recuerda que, despu¨¦s de la revoluci¨®n realizada por Juan XXIII con el Concilio, no hay motivo para que se considere algo extraordinario el que un Papa pida que su tumba sea sencilla. No es nada sorprendente que un Papa, como cualquier buen cristiano, demuestre confianza en Jesucristo en la hora de la muerte. Lo que preocupa, en un momento en el cual se est¨¢ hablando de un cambio radical en la identidad del Papa, es que Montini se presenta en su testamento con mucha humildad, como el gran Pont¨ªfice de la Iglesia y del mundo, indicando incluso a la ciudad de Roma c¨®mo debe vivir hasta el final del mundo. Obien, que se haya permitido en su testamento indicar a su sucesor que deber¨¢ continuar su camino de ?reforma gradual de la Iglesia?. Es algo que ni siquiera P¨ªo XII se permiti¨® hacer. Si lo hubiese hecho, Juan XXIII lo hubiera desmentido. Es demasiado, dicen aqu¨ª las comunidades de base m¨¢s progresistas, que un Papa se permita condicionar. antes de morir, la acci¨®n siempre imprevisible del Esp¨ªritu Santo.
Tampoco ha gustado a algunos que el Papa dijera en su testamento que se repartan objetos suyos personales corno recuerdo, que es como llamarlos reliquias.
Hay quien dice que podr¨ªa ser Pablo VI el ¨²ltimo personaje de un cierto tipo de Papa, ya que ¨¦l fue una mezcla de la figura cl¨¢sica, regia, espiritualista, de P¨ªo XII y la figura inconformista, pero religiosa y tradicional en los concerniente a los problemas internos de la Iglesia, de Juan XXIII.
De Holanda llegan a Roma los primeros indicios de un deseo de los cat¨®licos de un cambio radical de la figura del Papa. Se recordar¨¢ que durante el Concilio fueron los cat¨®licos holandeses, empezando por los obispos, quienes contribuyeron de modo formidable al Concilio, creando en Roma una agencia internacional de noticias (IDOC) para contrarrestar a la agencia oficial de noticias del Vaticano.
La revista cat¨®lica De Ti?d escribi¨® ayer que hoy la Iglesia necesita misticismo y restablecer los valores aut¨¦nticos de la figura del Pont¨ªfice?. Unos holandeses dicen que el Papa debe ser un poco menos cat¨®lico y un poco m¨¢s ecum¨¦nico; aunque sea parad¨®jico, cat¨®lico significa, etimol¨®gicamente, universal.
El semanario Viij Nederland dice que en el fondo Pablo VI fue un Papa que vivi¨® una gran desilusi¨®n porque fue el primer Pont¨ªfice que empez¨® a comprender que una cierta forma de ser Papa ya no gusta a muchos cat¨®licos. A?ade que si es cierto que Pablo VI fue el mayor ?reformista? de la Iglesia cat¨®lica fue, al mismo tiempo, ?un timorato, que fren¨® muchas veces el progreso?. Mientras los cardenales se preparan para el c¨®nclave empiezan los malhumores de los extranjeros por el aparato polic¨ªaco que les han puesto a las espaldas y que, seg¨²n ellos, podr¨ªa ser un peligro para el secreto.
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