Olga Guillot, en el Florida Park
De cuando en cuando y para quien no lo hace a menudo es saludable conocer otros ambientes, lugares donde se desarrollan formas de vida y/o ocio diferentes a las que cada uno de nosotros estamos habituados. Es la b¨²squeda del otro rollo, y una sala de fiestas como Florida Park con la presentaci¨®n de Olga Guillot es, definitivamente, otro rollo.Pero hay dos cosas que sobresalen entre las dem¨¢s. Es la incre¨ªble y al parecer inagotable capacidad de juerga del personal, capacidad en la que es imposible discernir el voluntarismo de la sinceridad, el ¨¦xtasis del fingimiento. ?Y su capacidad de adaptaci¨®n! Est¨¢bamos muy orgullosos los rockers, cuando Luciano Berio o nuestros padres dicen que no saben c¨®mo se pueden bailar esas cosas. Aqu¨ª, la orquesta nos sorprende con Munich Sound para continuar con twist, un cha-cha-ch¨¢ o una sevillana si se tercia, y la gente no se corta. Pero esa sorpresa alcanza dimensiones colosales cuando se comprueba la t¨¦cnica de unos programadores que son capaces de aunar en un show un humorista o un saltimbanqui con un violinista z¨ªngaro, un tragasables o un grupo de danza baturro.
Pero, finalmente, todos est¨¢bamos all¨ª para ver la reentre de Olga Guillot. Y all¨ª estaba. Enfundada en un traje de lam¨¦ de plata, una Mae West caribe?a y visceral, una furia de la naturaleza excesiva en todo sin sobrarle nada. Olga Guillot no se sabe si canta. M¨¢s bien llora, grita, se retuerce encima del escenario con una impudicia espiritual conmovedora. No es posible conocer su edad, posiblemente no la tenga, haya superado la barrera del pasar a base de recrearse, una y otra vez, a s¨ª misma, de dar, una y otra vez, lo que su p¨²blico espera y exige.
Olga Guillot no enga?a, es as¨ª y as¨ª se muestra. Pedirla m¨¢s ser¨ªa demasiado.
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