Hitler ten¨ªa minuciosamente planeado el ataque contra Gibraltar
Apenas transcurridos veinte d¨ªas desde el encuentro Franco-Hitler en Hendaya, sin el menor prop¨®sito por nuestra parte de reabrir negociaciones con los alemanes, al contrario, deseando volver sobre lo tratado lo m¨¢s tarde posible, fuimos nuevamente llamados por ellos. A mi despacho oficial del palacio de Santa Cruz lleg¨®, sobre el mediod¨ªa del 14 de noviembre, el embajador alem¨¢n Von Stohrer con una comunicaci¨®n de su jefe, Ribbentrop, para que me dijera que Hitler deseaba recibirme con urgencia en Berchtesgaden, en el Berghof, que era, como es sabido, su refugio en los Alpes b¨¢varos. Amistosamente, el embajador me propon¨ªa que sali¨¦ramos juntos para all¨ª inmediatamente, cosa, le manifest¨¦, que no pod¨ªa hacer, pues ten¨ªa que hablar primero con el General¨ªsimo, como lo hice, en aquel mismo d¨ªa; y con ¨¦l, y con los ministros militares Vig¨®n, Varela y Moreno, celebramoss una conferencia -en la ma?ana siguiente, s¨¢bado- sobre si conven¨ªa o no que acudiera a aquella llamada y sobre la actitud que deb¨ªa adoptar si acud¨ªa. De acuerdo todos en que lo hiciera, despu¨¦s de una primera vacilaci¨®n de Varela, sal¨ª para Par¨ªs, no recuerdo exactamente si el domingo 16 o el lunes 17, y el martes 18, por la tarde, acompa?ado por el profesor Tovar y el diplom¨¢tico bar¨®n de las Torres, llegu¨¦ a la estaci¨®n de Berchtesgaden, donde Ribbentrop y varios jefes militares me esperaban.No fue, pues, repito, mi viaje iniciativa nuestra, sino de Hitler, y no es cierto, por consiguiente, lo que ha escrito Marquina, ni hubiera sido l¨®gico que, despu¨¦s de haberme llamado Hitler, me dijera Ribbentrop, como gratuitamente afirma el articulista, ?que no exist¨ªa necesidad de ver al F¨¹hrer, a menos que pudiera llegar a un acuerdo con ¨¦l? -con Ribbentrop-, y es igualmente inexacta la afirmaci¨®n que hace de que yo ?amenazara con marcharme?.
Hitler notifica
La entrevista con Hitler fue por la tarde y, como casi siempre, estuvo acompa?ado por su ministro de Asuntos Exteriores y por el int¨¦rprete Gross. Hitler habl¨® as¨ª: ?He decidido atacar Gibraltar. Tengo la operaci¨®n minuciosamente preparada. No falta m¨¢s que empezar y hay que empezar.? Yo, que hab¨ªa escuchado silenciosamente y observado con atenci¨®n al hombre tan poderoso que ten¨ªa frente a m¨ª, comprend¨ª, como lo comprender¨¢ cualquier persona inteligente, con imaginaci¨®n y sensibilidad para entender el dramatismo de aquel momento, que se trataba de una grave notificaci¨®n. Hitler argument¨® ampliamente parajustificar su decisi¨®n y su tesis: razones de orden psicol¨®gico; contrarrestar el mal efecto del imperdonable error cometido por los italianos en Grecia; la aceleraci¨®n de la guerra para acabar con el derramamiento de sangre; tambi¨¦n -?ahora!- la defensa de las islas Canarias; la necesidad de cerrar el Mediterr¨¢neo... etc¨¦tera. Yo, con emoci¨®n contenida, con sinceridad, con el tono inconfundible de la amistad -pat¨¦ticamente- contest¨¦ exponiendo las razones econ¨®micas, pol¨ªticas y militares por las que nuestra entrada en la guerra no era posible. No se pod¨ªa pedir a los espa?oles nuevos sacrificios pocos meses despu¨¦s de las devastaciones y la desgracia terrible de una guerra civil, pendiente el af¨¢n de reincorporar a la fe y a la tarea de la Patria a los que hab¨ªan sido nuestros enemigos.Hitler escuch¨® al principio mis manifestaciones con un cierto malhumor, para acabar con un gesto de decepci¨®n, de cansancio y de tristeza. De las siete u ocho veces que tuve que hablar con ¨¦l fue esta la ocasi¨®n en que le encontr¨¦ m¨¢s parecido a un ser humano. ?Bien -me dijo-, Espa?a puede tomarse alg¨²n mes m¨¢s para prepararse y decidirse.? (Este encuentro hist¨®rico puede conocerse con todo detalle en mi viejo libro Entre Hendaya y Gibraltar, publicado en 1947.)
Y me pidi¨® que, no obstante, deseaba que pas¨¢ramos -como lo hicimos- a una gran sala contigua llena de mapas colgados en las paredes, y sobre un gran tablero central, en los que con banderitas se se?alaba la posici¨®n de sus ej¨¦rcitos, y donde el general Jodl, jefe de operaciones del cuartel general alem¨¢n, hizo una exposici¨®n muy detallada (de la que, naturalmente, poco entend¨ª) del proyecto minuciosamente preparado para el ataque a Gibraltar. Terminada su explicaci¨®n, les manifest¨¦ que, profano en el arte militar, me imaginaba, sin embargo, conocida su gran competencia, que todo aquello ser¨ªa perfecto, pero que, por las razones apuntadas, no era posible nuestra entrada en la guerra.
?Otro fracaso?... Para los alemanes.
Cuando terminamos era ya de noche, y contra nuestro deseo de volver r¨¢pidamente a Espa?a tuvimos que pernoctar en Berchtesgaden, lo que no era agradable en circunstancias de desacuerdo, teniendo en cuenta las expeditivas maneras de aquella gente ante las dificultades.
Nuestra pol¨ªtica dilatoria
Es evidente el m¨¦rito personal¨ªsimo de Franco con la t¨¦cnica de resistencia a intervenir en la guerra, compatible con la pol¨ªtica de amistad hacia las potencias del Eje: la ?no beligerancia?. El era el jefe, ¨¦l quien ten¨ªa el poder de decisi¨®n; y quien decidi¨®. Pero en servicio de esa pol¨ªtica me correspondi¨® a m¨ª el papel inc¨®modo -y, en m¨¢s de una ocasi¨®n, arriesgado- de ser elemento de choque; de ser el dial¨¦ctico en las confrontaciones personales, directas, con el Gobierno alem¨¢n. Por ello, creo que ninguna persona con rectitud de conciencia dejar¨¢ de comprender y de considerar leg¨ªtimas mis explicaciones y mi protesta ante la falsa atribuci¨®n de una postura intervencionista de que fui v¨ªctima y que, pese a mis ideas y sentimientos -por otra parte, aqu¨ª, en Espa?a, muy extensamente compartidos-, era radicalmente contrarlo a la realidad de mi gesti¨®n.Los ataques de que me hacen objeto Hitler y sus generales -que constan en los documentos de Nuremberg- demuestran que aquella t¨¢ctica dilatoria, resistente, fue apoyada por m¨ª con alguna inteligencia y con energ¨ªa. As¨ª, el citado general Jodl escribi¨® en su diario, aut¨®grafo, estas palabras: ? La resistencia del ministro espa?ol de Asuntos Exteriores, se?or Serrano S¨²?er, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a Espa?a en la guerra.? Y todav¨ªa, para completar la informaci¨®n del lector, se pod¨ªan haber transcrito en el peri¨®dico, en lugar de la falsedad que figura al pie de una de las fotograf¨ªas llam¨¢ndome defensor de la entrada de Espa?a en la guerra, estas otras palabras del mismo general, pasando revista ante los gauleiters del Reich sobre las ocasiones perdidas, que se recogen en el documento L-172 de los de Nuremberg: ?Nuestro tercer objetivo en el Oeste, el de llevar a Espa?a a la guerra a nuestro lado, y de crear as¨ª la posibilidad de tomar Gibraltar, fall¨® por la resistencia de los espa?oles o, m¨¢s exactamente, de su jesu¨ªtico ministro de Asuntos Exteriores, Serrano S¨²?er.? Tambi¨¦n las de Hitler, que en sus ataques contra Franco me califica a m¨ª del m¨¢s siniestro, por estar dedicado a la tarea de preparar la Uni¨®n Latina.
El testimonio de Ridruejo
Y en sus memorias, Ridruejo -siempre Dionisio en el recuerdo- cuenta con su palabra limpia, valiente y generosa, las reflexiones que yo le hice en conversaci¨®n ¨ªntima, mantenida despu¨¦s de un viaje de exploraci¨®n espont¨¢nea que ¨¦l hab¨ªa hecho por el Oranesado; y dice, literalmente, que yo ?le expuse claramente mi posici¨®n ante la guerra en estos t¨¦rminos: la intervenci¨®n era imposible con nuestros medios actuales, y atraer para ello al Ej¨¦rcito alem¨¢n era inaceptable?. Aparte de ¨¦sto, dice que a?ad¨ª ?que deb¨ªa preocuparnos la idea de un exceso de victoria por parte de Alemania, y ello exclu¨ªa la ruptura con Francia. Si apu?al¨¢semos a Francia por la espalda habr¨ªamos eliminado nuestra ¨²nica posibilidad de pensar en Europa al fin de la guerra, pues s¨®lo aquel frente latino podr¨ªa moderar el dominio de Alemania en el continente. Cada uno de los tres pa¨ªses, aislado, quedar¨ªamos en peligro?.Finalmente me referir¨¦ a la caballerosidad con que el general don Vicente Rojo, la primera figura del Ej¨¦rcito republicano, se manifest¨® en relaci¨®n conmigo, brind¨¢ndome sus mayores respetos porque en un momento crucial de, la vida de Espa?a supe colocar mi conciencia por encima de mi conveniencia. Todos estos testimonios capitales han sido aqu¨ª poco o nada difundidos, porque no siempre se escribe la Historia como fue.
Los que hablan o escriben en t¨¦rminos parecidos a los del, pie de esa fotografia a que me refiero, ?es que no sab¨ªan nada de esto? ?No tienen en cuenta, los insidiosos que todav¨ªa mienten o callan sobre nuestra salida victoriosa de una de las m¨¢s graves crisis de nuestra hi storia, que una, pol¨ªtica se mide, se pesa, se valora y califica, en definitiva, por sus resultados; y que la nuestra, de ?amistad-resistencia?, fue buena y acertada, puesto que nos libr¨® a todos -tambi¨¦n a ellos- de la invasi¨®n por los ej¨¦rcitos alemanes y, en consecuencia, del deshonor si les d¨¢bamos paso a trav¨¦s de nuestro territorio en actitud sumisa, o de la guerra, si hubi¨¦ramos seguido una pol¨ªtica de enemistad con Alemania?
Y todo ello, cualesquiera que fueran nuestras ?das y venidas, nuestros discursos, nuestros sentimientos y nuestras palabras de amistad, que, al menos por mi parte, salvo las naturales reservas a ciertas conductas suyas, contrarias a la unidad moral del g¨¦nero humano, eran sinceras.
El terco andar del tiempo ha acumulado ya muchos a?os sobre m¨ª, y con ellos una carga grande de escepticismo y de cansancio. Y a esta altura cr¨®nol¨®gica pesa tener que salir al paso de confusiones, a veces de puerilidades, imprecisiones y errores, aunque en algunas ocasiones sean producto de la buena fe. A quienes escriban con noble prop¨®sito para indagar y juzgar podr¨ªa ofrec¨¦rseles el consejo que un poeta medieval daba a los jueces recomend¨¢ndoles que hicieran justicia: sin amor, sin desamor, sin temor e sin cobdicia.
Sin olvidar que sobre todos hay un Juez que un d¨ªa -a todos- ha de juzgar.
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