La importancia de un g¨¦nero
?Qu¨¦ es la ciencia- ficci¨®n? Para algunos, subliteratura; para otros, el g¨¦nero donde pervive la ¨¦pica, la continuaci¨®n de la novela de aventuras, el lugar donde se sigue refugiando la fantas¨ªa del hombre cuando las princesas y los dragones (perd¨®neme Tolkien) han perdido su p¨²blico y los mares del Sur aparecen como islas sucias cubiertas de condones y latas de Coca-Cola.El libro que comentamos es un espaldarazo para aquellos que siempre han amado el g¨¦nero, una muestra de que la literatura pervive en un momento en que eruditos y cr¨ªticos hablan de crisis.
Arthur Clarke, el cient¨ªfico que un d¨ªa decidi¨® contar, nos da en esta magn¨ªfica compilaci¨®n de peque?os relatos su talento de narrador que engarza con la mejor tradici¨®n anglosajona. El mismo t¨ªtulo del libro -Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco- provoca en el posible lector la imagen de la ense?a del bar que acoge al peregrino y nos trae nostalgias de la vieja literatura de piratas y raqueros. Clarke hilvana sus relatos a trav¨¦s de un narrador oral como si bebiera de la antigua savia del Decamer¨®n o Los cuentos de Canterbury. El rapsoda ser¨¢ en este caso un contertulio, Harry Purvis, conversador infatigable que ?miente? y cuenta lo que todos esperan o¨ªr; cuentista al que nadie cree pero al que todos aguardan -?qu¨¦ otra cosa si no es la literatura?-. M¨¢s all¨¢ de las m¨¢quinas que se rebelan, de termitas hacendosas que pueden llegar a sustituir a la sociedad humana, de sonidos que se anulan y de barcos preparados para explotar los minerales del mar, se impone el hilo conductor del relato, la propia personalidad del narrador.
Arthur C
ClarkeCuentos de la taberna del Ciervo Blanco Alianza Editorial Madrid, 1978
Harry Purvis, el conversador fulero y exagerado, es el pretexto para que el mecanismo se ponga en marcha. El mundo del sue?o y de lo posible, el mundo que d¨ªa tras d¨ªa nos lega la ciencia- ficci¨®n es, como ha sido desde los primeros relatos hom¨¦ricos, el ¨¢mbito de la literatura. Lo que importa es el hecho de narrar, el modo de mantener la atenci¨®n enlazando palabras. Es el narrador el que sabe, controla y seduce, aquel a quien se echa de menos cuando el fuego de la chimenea decae y afuera sopla el fr¨ªo del invierno; es la abuela que encandila al nieto con los relatos de brujas y fantasmas, la criada que asombra con cr¨ªmenes nbsesivos, la Sherezade capaz de anular la voluntad del sult¨¢n.
Harry Purvis es la Sherezade del siglo de los cohetes y la energ¨ªa nuclear; las alfombras voladoras pueden volar a propulsi¨®n, pero nada ha cambiado en el proceso de invenci¨®n/creaci¨®n que constituye el milagro de la literatura. Es la imaginaci¨®n la que vuela y construye y es la palabra la que arrebata. Siempre habr¨¢ un m¨¢s all¨¢ cuando se pone en marcha la imaginaci¨®n humana; los l¨ªmites t¨¦cnicos, geogr¨¢ficos o f¨ªsicos pueden irse modificando, pero es lo mismo el punto de que se parta porque esos l¨ªmites son s¨®lo un desafio. Las columnas de H¨¦rcules se cambian por Venus o J¨²piter, pero el proceso es el mismo: el resultado es el texto, el relato.
No importa que Purvis invente o exagere, no importa que el nieto intuya que la bruja s¨®lo es bruja por la voz tenebrosa que simula el abuelo al describirla; lo importante es la fascinaci¨®n por lo narrado, por eso que es en ¨²ltimo t¨¦rmino el ser de la literatura y que surge de un goce que ya nada tiene que ver, con la ciencia. Por eso Clarke, fuera cual fuera su condici¨®n de cient¨ªfico, es, ante todo, un gran cuentista. La ciencia-ficci¨®n es simplemente uno de los campos m¨¢s vivos de lo literario y este libro es buena prueba de ello.
Ciertos indios americanos, los tupi-guaran¨ªs, depositaban la confianza y la custodia de la tribu en aquel que mejor sab¨ªa contar las historias. Clarke termina su libro con la siguiente frase: ?Vuelve de la forma que sea, Harry. No es lo mismo desde que te fuiste?, y esa es la a?oranza que todos sentimos al terminar el cuento, la misma que mantuvo alerta al sult¨¢n durante mil y una noches.
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