Moro: ?del terrorismo a los cr¨ªmenes de Estado?
LAS REVELACIONES del semanario italiano L'Espresso sobre el secuestro y asesinato de Aldo Moro no suministran, probablemente, todas las claves sobre este oscuro crimen. Sin embargo, las declaraciones del juez instructor del sumario de que al menos una parte de la informaci¨®n corresponde a la verdad invierten dram¨¢ticamente las perspectivas desde las que hasta ahora los medios oficiales y la opini¨®n bien pensante consideraban el caso. Aun sin coincidir con las l¨ªneas que la sensacional informaci¨®n de Gianluigi Melega apunta, ya Leonardo Sciascia, uno de los hombres de letras que enlaza con la mejor tradici¨®n de lucidez y pasi¨®n por la verdad de la intelectualidad europea, hab¨ªa se?alado, casi en solitario, la necesidad de una interpretaci¨®n pol¨ªtica global para entender el abominable crimen.Y fuera de Italia, las sospechas de que el terrorismo contempor¨¢neo es alimentado y apoyado desde inveros¨ªmiles instancias de poder pol¨ªtico y social adquieren pleno derecho de ciudadan¨ªa. No es la imaginaci¨®n calenturienta de los periodistas, ni el gusto enfermizo por inventar conjuras, ni la voluntad consciente de mentir para inculpar al adversario, ni la propensi¨®n a la paranoia lo que mueve a rechazar muchas de las versiones oficiales acerca de esa ?enfermedad del siglo? que es el terrorismo. Simplemente, es que los datos no encajan en las hip¨®tesis simplistas a que nos tienen acostumbrados nuestros tutores.
En el debate televisivo del pasado lunes, los cuatro protagonistas del espacio coincidieron en dar por buena una notable tautolog¨ªa: los cr¨ªmenes terroristas se explican porque los terroristas son unos criminales. Ese necio retroceso hacia la antropolog¨ªa del mal evita, naturalmente, cualquier planteamiento acerca de los efectos pat¨®genos de la pobreza y de la miseria, de la ausencia o mediocridad de la ense?anza, de la socializaci¨®n de los estereotipos autoritarios a trav¨¦s de la estructura familiar y productiva, del desempleo generalizado, etc¨¦tera.
La tendencia a explicar el crimen por la naturaleza demon¨ªaca de su autor evita analizar las causas hist¨®ricas y sociales que explican, aunque no justifiquen, dicho crimen. El derecho a la vida es el primero y b¨¢sico de cualquier declaraci¨®n de derechos del hombre. Pero impedir los asesinatos exige no s¨®lo desarmar y detener a los que los realizan, sino erradicar tambi¨¦n las causas de fondo que hacen posible las levas de homicidas. De otro lado, y esta es la ense?anza que se desprende directamente de la informaci¨®n de L'Espresso, la teor¨ªa del criminal, animalizado como perro o como hiena, es una tupida y maloliente cortina de humo detr¨¢s de la que pueden operar, con la mayor impunidad, los estrategas de los cr¨ªmenes de Estado.
Algunos pol¨ªticos se jactan de que Espa?a figura, hoy d¨ªa, a la cabeza de los sistemas democr¨¢ticos. Esa arrogante presunci¨®n puede ser rebajada en algunos grados, precisamente comparando la reacci¨®n del Estado y de la judicatura italianos en el ?caso Moro? con la sorda pared edificada por el ministro espa?ol del Interior, que hizo p¨²blica la otra noche en Televisi¨®n sus bodas con el comisario Conesa hasta que su cese en la cartera los separe, ese mismo comisario tan eficaz, a quien, seg¨²n informaciones publicadas y no desmentidas, el magistrado Cruz Cuenca telefone¨® dos d¨ªas antes de su muerte para comunicarle la hora en que acudir¨ªa a su despacho el d¨ªa que lo asesinaron y solicitarle protecci¨®n.
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