Biblioteca del 36
Salas de la Biblioteca Nacional
Ser¨ªa ocioso recordar aqu¨ª al lector la vertiginosa ascensi¨®n de la cultura espa?ola a partir de 1900; recordar esa edad de plata que la guerra civil arruin¨® de una terrible tacada, conden¨¢ndonos as¨ª a esta otra, obscura y mostrenca, de la que ahora comenzamos a despertar. Los momentos culminantes de esa edad, algunos nombres deshilvanados y como milagrosos, se conocen y estiman, pero no basta. Engrosar las n¨®minas de poetas y pintores tampoco parece suficiente, aunque a veces pueda serlo para la industria cultural. Debemos, pues, reintegrar todos esos nombres errantes a sus constelaciones, como en aquel hilarante mapa celeste de las letras espa?olas que public¨® la Gaceta Literaria, y buscar en sus ¨®rbitas cruzadas y enrevesadas el secreto de aquella viveza intelectual y de aquel impulso creador, aunque sea a costa de sacrificar las explicaciones confortablemente tendenciosas que hoy todav¨ªa circulan sobre la generaci¨®n del 27, Benjam¨ªn Palencia o Ernesto Gim¨¦nez Caballero, por ejemplo.Estudios recientes confirman, como era de esperar, la multiplicidad y complejidad de nexos, tendencias, inflexiones y estrategias de la cultura espa?ola de anteguerra; la singularidad de nuestra vanguardia art¨ªstica y literaria; la incongruencia que resulta de aplicar argumentos ideol¨®gicos o pol¨ªticos de postguerra a Eugenio D'Ors, Picasso o Ramiro Ledesma Ramos, etc¨¦tera. Todo era entonces m¨¢s equ¨ªvoco, o al menos lo fue hasta 1936, por lo que parece ya inevitable abrirse paso entre la pesadilla de estos ¨²ltimos cuarenta a?os y volver sobre lo escrito y lo pintado all¨ª donde se escribi¨® y pint¨®, caiga quien caiga.
Si existe un lugar privilegiado para despertar de ese sue?o, hist¨®rica y cr¨ªticamente dogm¨¢tico, es, sin lugar a dudas, el que delimitan las numerosas revistas aparecidas en Espa?a durante el per¨ªodo comprendido entre 1900 y 1939 (m¨¢s tarde incluso, si contamos con las que publicaron los exiliados), como expresi¨®n de afinidades po¨¦ticas o ideol¨®gicas. Algunas de estas revistas se exponen ahora, por iniciativa de la Direcci¨®n General de Difusi¨®n Cultural, en las salas de la Biblioteca Nacional de Madrid. Se trata, m¨¢s concretamente, de las que vienen editando en facs¨ªmil Turner Ediciones y Topos Verlag bajo el t¨ªtulo de Biblioteca del 36, aunque incluye tambi¨¦n dos grandes publicaciones novecentistas, Alma Espa?ola ( 1903-1904) y Hermes (1917-1922), as¨ª como El Artista (1835-1836), ¨®rgano principal del romanticismo exaltado y una de las revistas m¨¢s sugestivas de nuestro siglo XIX.
Anteguerra, guerra y exilio
En estricta conformidad con aquel t¨ªtulo, se exponen una serie de revistas que podr¨ªamos agrupar en los siguientes ep¨ªgrafes cronol¨®gicos: anteguerra, guerra y exilio. Al primero pertenecen la Revista de Occidente (1923-1936), Carmen y Lola (1927-1928), Gaceta Literaria (1927-1932), Poes¨ªa (1930-1931), H¨¦roe (1932-1933), Cruz y Raya (1933-1936), Octubre (1933-1934), Los Cuatro Vientos (1933j, Leviat¨¢n (1934-1936), El Aviso (1935), Caballo Verde para la Poes¨ªa (1935-1936) y Nueva Cultura (1935-1937); al segundo, El Mono Azul (1936-1939), Hora de Espa?a (1937-1938) y Madrid (1937-1938), y al tercero, Romance (1940-1941) y De Mar a Mar (1942-1943).
Naturalmente, resulta imposible enjuiciar desde estas p¨¢ginas todas y cada una de las revistas expuestas; y resulta tanto menos posible, adem¨¢s, por cuanto algunas de ellas, como Revista de Occidente, Gaceta Literaria, Cruz y Raya..., no son precisamente revistas ?amistosas? como puedan haberlo sido las que imprim¨ªa Manuel Altolaguirre (H¨¦roe, Poes¨ªa o Litoral), sin que esto suponga restarles m¨¦rito alguno, sino revistas de fort¨ªsima incidencia en la cultura espa?ola contempor¨¢nea. El caso de la Revista de Occidente es, a este respecto, ejemplar y bien conocido de todos.
Un poco al azar, sin embargo, querr¨ªamos poner en evidencia dos o tres rasgos sobresalientes. En primer lugar, y de un modo muy especial, la participaci¨®n de pintores y dibujantes. Desde Alma Espa?ola, donde colaboraron Sancha y Ricardo Baroja, que entonces representaba la reacci¨®n contra el academicismo de un Marcelino Santa Mar¨ªa, las grandes revistas de los a?os veinte y treinta, y no s¨®lo las que demostraban mayor militancia vanguardista, convocaron en torno suyo a los j¨®venes artistas espa?oles: Gaya, Moreno Villa, Palencia, Dal¨ª, Souto, Maruja Mallo, Rodr¨ªguez Luna, Renau, Maroto, Manuel Angeles Ortiz... Y as¨ª, por ejemplo, en Nueva Cultura se publicaron por vez primera los dibujos y bocetos del Guernica y la serie del Sue?o y mentira de Franco, de Picasso. Pero la participaci¨®n de los artistas no fue ocasional o meramente ilustrativa, sino directa e interesada, como correspond¨ªa al esp¨ªritu asociativo de la vanguardia y a su voluntad de conciliar -de confundir incluso- pintura y poes¨ªa, lo que explica el intercambio o la duplicidad de papeles en Alberti, Lorca, Moreno Villa y Ram¨®n Gaya.
Intelectuales republicanos
Conciliar, que no reconciliar, fue, por otra parte, uno de los objetivos que cumplieron las revistas, hasta que la guerra desbarat¨® esa inveros¨ªmil convivencia entre un Arconada y un Gim¨¦nez Caballero, por ejemplo, si bien las posiciones ya se hab¨ªan ido deslindando a partir de 1933, con la aparici¨®n de Octubre. La guerra y los primeros a?os del largo exilio aglutinaron de nuevo a los intelectuales republicanos, pero el tiempo, y el desarraigo que comportaba, acabar¨ªan sofocando aquel aliento regeneracionista que animaba las revistas espa?olas. Ese mismo aliento qu¨¦ lleg¨® a manifestarse, bajo distintas advocaciones ideol¨®gicas y preceptivas, en una mayor dignidad de nuestra cultura y en un conocimiento m¨¢s exacto y puntual de lo que ocurr¨ªa fuera de Espa?a- en los ¨¢mbitos de la literatura, el arte y la ciencia.
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