El cad¨¢ver de Machado
Unos d¨ªas antes de morir me escribi¨® a Par¨ªs Antonio Machado una conmovedora carta, tal vez su ¨²ltima carta (dictada a su hermano, firmada por ¨¦l), dici¨¦ndome que quer¨ªa quedarse en Francia.
Muri¨® y qued¨® enterrado en el cementerio de Collioure, acompa?ado de su madre, que le sigui¨® en su muerte. All¨ª qued¨®, cumpli¨¦ndose su voluntad. Y all¨ª debe quedar para siempre. En ning¨²n otro sitio puede estar mejor para afirmarnos su memoria, d¨¢ndonos ese testimonio perdurable de su destierro, que en ese bell¨ªsimo ?cementerio marino? de Collioure, no muy lejos del que eligi¨® Paul Valery para s¨ª mismo. El sentido y significado ejemplar de toda su vida perdura all¨ª como testimonio de su sacrificio, al que le llev¨® su fidelidad espa?ola, su religiosa pasi¨®n pol¨ªtica espa?ola, tan inseparable de su vida y de su poes¨ªa como la de Unamuno. Ojal¨¢ el poderoso vasco hubiera podido testimoniarnos tambi¨¦n perdurablemente su ?destierro espiritual? de Espa?a en el peque?o cementerio que rodea la iglesita de Urru?a, al otro lado del Bidasoa, donde tant¨ªsimas veces le o¨ªmos decir que querr¨ªa quedarse cuando muriera. Y no en un nicho de pared, sin haber podido tocar la tierra, simboliz¨¢ndonos angustiosamente su destierro espa?ol en Espa?a misma. All¨ª, en su tierra vasca, ¨¦l tambi¨¦n hubiera encontrado su paz. All¨ª estaba su sitio.
?En Espa?a no le dejan a uno ni morirse en paz?, cuentan que dijo poco antes de morir Jos¨¦ Ortega y Gasset. Como Machado y Unamuno, padeci¨® el fil¨®sofo esa agon¨ªa espa?ola de veraz rep¨²blico. Y como Aza?a, que vivi¨® y muri¨® de ella, y de quien tambi¨¦n quedaron para siempre sus restos en tierra francesa, para damos su memorable testimonio, cuando all¨ª se le ?rompi¨® el coraz¨®n?.
No me acuerdo ahora si fue Ortega o Machado, Unamuno o Aza?a el que me contest¨® una vez, al preguntarle c¨®mo estaba, dici¨¦ndome: ?Cansado de espa?ol?. Creo que cualquiera de ellos pudo contest¨¢rmelo.
Dejen los fariseos que aquellos espa?oles descansen en paz. No contin¨²en (tambi¨¦n) el macabro trasiego, el tr¨¢fico indecoroso de cad¨¢veres ilustres que inici¨® el franquismo para enmascarar malas conciencias, gusaneras, tal vez, de remordimientos. Los muertos ca¨ªdos fuera de Espa?a, porque no pudieron o no quisieron volver a ella en vida, deben quedar en los sitios donde cayeron, d¨¢ndonos ese testimonio hist¨®rico de su destierro que honra su vida entera. Todav¨ªa recordamos c¨®mo se trajeron (disecados y pintarrajeados) los mortales restos de dos ?andaluces universales?, Manuel de Falla y Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, que nunca quisieron volver a Espa?a en su vida. A la pregunta de por qu¨¦ no volv¨ªa, Falla sol¨ªa responder: ?Yo volver¨¦ a Espa?a cuando todos los espa?oles se pongan de acuerdo.? ?Creen de veras los desenterradores patrioteros que hubiera vuelto ahora?
Otra cosa ser¨ªa (y tambi¨¦n testimonio hist¨®rico) que trajesen a su pante¨®n del real sitio de El Escorial los restos del ¨²ltimo rey, que all¨ª tiene el ?¨²ltimo sitio? todav¨ªa aguard¨¢ndole. ?Y no digo m¨¢s, aunque pudiera?, que dir¨ªa Sancho.
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