M¨¢s poder para el hombre
?Si mis investigaciones han producido algunos resultados ¨²tiles -afirm¨® en cierta ocasi¨®n Isaac Newton, uno de los creadores de la f¨ªsica cl¨¢sica-, ello no es debido m¨¢s que al trabajo, al pensamiento y la, reflexi¨®n pacientes... Cuando investigo, tengo ante mi mente continuamente aquello que constituye objeto de mi investigaci¨®n. Entonces, voy esperando a que poco a poco, empiece a clarear y las primeras luces se vayan abriendo paso, lentamente, hasta que por fin., se transforman en una claridad plena y total.?Sin embargo, los siglos han vuelto a enturbiar lo que Newton considerara claridad m¨¢xima y certeza absoluta. El espacio, el tiempo, la materia, esas viejas certezas sobre las que se ha construido la f¨ªsica tradicional, una f¨ªsica a la que, por cierto, es debido buena parte del progreso material actual de la especie humana, han ca¨ªdo por tierra.
Isaac Newton que naci¨® prematuramente un d¨ªa de Navidad de 1642, el mismo a?o en el que muri¨® Galileo, sent¨® tambi¨¦n prematuramente las bases del comportamiento de un universo material cuya complejidad y car¨¢cter sorpres¨ªvo espantan cada vez m¨¢s a los cient¨ªficos. Herederos del esp¨ªritu de Newton, los f¨ªsicos de los siglos posteriores y, con ellos, la mentafldad del hombre de la calle, dio por sentado y evidentes conceptos que no lo son. ?Qu¨¦ era el espacio, antes de Einstein, y a¨²n hoy, para la mentalidad vigente? Algo absoluto que est¨¢ ah¨ª, asociado a una materia tambi¨¦n absoluta cuyos procesos de transformaci¨®n estaban siempre bajo control cuantitativo y cualitativo. Ciertamente, el hombre sabe desde su aparici¨®n sobre la Tierra que este es un universo en cambio incesante. Pero siempre ha necesitado creer que el cambio se produce, por lo menos, sobre unas .bases absolutas. As¨ª, la qu¨ªmica tradicional pudo afirmar, con pretensi¨®n de certeza, que ?la materia no se crea ni se destruye, s¨®lo se transforma?. Y eso, despu¨¦s de Einstein, ya es mentira. La materia no s¨®lo se transforma, sino que aparece y desaparece, se crea y se destruye.
La qu¨ªmica tradicional estudia unas relaciones qu¨ªmicas en las que los qu¨ªmicos, como en la vieja alquimia, dan fe de las transformaciones cualitativas, de la transformaci¨®n de unos productos en otros, mediante recombinaci¨®n de sus m¨¢s peque?os elementos moleculares, at¨®micos o subat¨®micos, pero pensaban que la cantidad de masa permanecer¨ªa constante. Despu¨¦s de Einstein, se sabe que existen reacciones en las que la masa de los participantes no es la misma que la de los compuestos obtenidos. ?D¨®nde est¨¢ la diferencia? En la energ¨ªa obtenida.
E=mxc2
Significa ello que, desde Einstein es destruir, aniquilar por completo la masa, es decir provocar reacciones en las que esta desaparezca, dando paso a la aparici¨®n de enormes cantidades de energ¨ªa. La ecuaci¨®n, conocida fotograf¨ªada y contemplada con horror, y esperanza, que rige tan fascinante proceso es E = m X c2 donde la letra E expresa la cantidad de energ¨ªa; la letra m, la cantidad de masa y la letra c, la velocidad de la luz, expresada al cuadrado.
Un ejemplo nos indicar¨¢ la colosal proporci¨®n de cantidades que esta relaci¨®n establece. Si un gramo de masa deja de existir mediante el proceso se?alado,?qu¨¦ cantidad de energ¨ªa podr¨ªa desencadenar? El c¨¢lculo es sencillo. La luz viaja a 300.000 kil¨®metros por segundo, lo que equivale a 30.000.000.000 de cent¨ªmetros por segundo. Esta cantidad, elevada al cuadrado son 9 X 10 elevado a veinte, es decir, un nueve acompa?ado de veinte ceros. Pues, bien, esa ser¨ªa la cantidad de energia que desencadenar¨ªa la desintegraci¨®n de un simple gramo de masa. Ello supone 9 X 1020 ergios, que, a su vez, equivalen aproximadamente a 1013 (diez millones de millones de kilopondimetros). Es decir, en otras palabras, la desintegraci¨®n de un simple gramo de masa, seg¨²n la ley de transformaci¨®n einsteniana, equivale al trabajo necesario para elevar a un metro de altura un objeto que pesase diez billones (diez millones de millones) de kilogramos de peso. ?Imaginemos el poder f¨ªsico que ofrece al hombre el conocimiento de ese proceso!
M¨¢s poder para el hombre
La opini¨®n p¨²blica bautiz¨®, con exceso de simplicidad, a Einstein como ?padre de la bomba at¨®mica? o t¨¦rminos similares. En realidad, Einstein no es el padre ni el hijo de bomba alguna. Ni es, por supuesto, el ¨²nico cient¨ªfico que ha contribuido a la comprensi¨®n de los procesos nucleares, de los que deriva la denominada era at¨®mica. S¨ª que es, sin embargo, una mente excepcional que ha revolucionado las concepciones de la f¨ªsica tradicional.Las concepciones de Albert Einstein penetran con m¨¢s agudeza en la tremenda complejidad del universo material. Y, claro, entender mejor el mundo es poder manejarlo mejor.
El conocimiento, an¨¢lisis y estudio de la realidad es un proceso creciente que, tarde o temprano, va ofreciendo al hombre m¨¢s esferas de comprensi¨®n y poder. Tal como el profesor Alberto Galindo expresa en estas mismas p¨¢ginas, si Einstein no lo hubiera hecho, ?es muy posible que la relatividad especial hubiera sido igualmente desarrollada por otros grandes f¨ªsicos. De hecho, Lorentz y Poincar¨¦ hab¨ªan estado muy cerca?. Incluso la relatividad general habr¨ªa sido concebida y elaborada aunque despu¨¦s de varias generaciones, probablemente.
Por tanto, el crecimiento en las esferas de conocimiento humano es un proceso que no puede ser frenado, aunque el proceso lleve consigo un aumento continuo de los riesgos. Pero est¨¢ en la mano del hombre -algunos piensan que no del todo- el orientar y dirigir ese proceso.
La ciencia no es neutral. ?A d¨®nde va la ciencia? El propio Einstein, uno de los mayores genios de todos los tiempos, un verdadero monstruo de la inteligencia humana, reflexion¨®, en textos que se ofrecen en estas p¨¢ginas, sobre las profundas limitaciones de la inteligencia, llegando a afirmar que la intelecci¨®n y comprensi¨®n de la realidad, la funci¨®n racional, no puede ofrecer al hombre su salvaci¨®n. ?El conocimiento objetivo -afirma Einstein- nos dota de poderosos instrumentos para conseguir ciertos fines, pero la meta ¨²ltima y el anhelo de alcanzarla tiene que proceder de otra fuente. Y apenas es necesario defender la, opini¨®n de que nuestra existencia y nuestra actividad s¨®lo adquieren sentido estableciendo una de esas metas y los correspondientes valores.?
Un Einstein abrumado por la guerra, que intercambi¨® cartas depresivas con Freud, y que nunca, sin embargo, abandon¨® su tarea cient¨ªfica, nos recuerda que la ciencia sirve s¨®lo al que quiere servirse de ella y del modo que el hombre, cada vez m¨¢s poderoso y aut¨®nomo, quiera hacerlo.
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