El amor de los viejos
Carmela y Francesco se quer¨ªan. Un buen d¨ªa decidieron dejarse de amores plat¨®nicos y se fueron a vivir juntos. Por esto se han convertido en pasto de comidilla de media Italia. No es para tanto, ?verdad? ?Y si lo cont¨¢ramos as¨ª?: Hace dos semanas, la directora del hospicio Don Luigi Calcedonio, de Santa Mar¨ªa de Mela, cerca de Mesina, recibi¨® la visita inesperada de dos pensionarios, Carmela y Francesco. Ella tiene ochenta a?os, y ¨¦l, 74. Cansados de permanecer encerrados en espera de la muerte, le comunican que est¨¢n enamorados y que abandonan el asilo para vivir juntos.Todos los d¨ªas se fugan mozos con se?oritas, muchachos con varones, o damas con damiselas, sin. que nadie se escandalice. Basta, en cambio, que una pareja de ancianos declare p¨²blicamente su amor para que la sociedad se rasgue las vestiduras, o poco menos.
A pesar de la famosa liberaci¨®n de las costumbres, el tema del amor provecto sigue siendo tab¨². Se organizan seminarios y debates sobre la educaci¨®n sexual en la escuelas, sobre la sensualidad de los mamones, o acerca de la liberaci¨®n de la homosexualidad; pero se corre un p¨²dico velo en lo referente a la sexualidad en los ancianos.
El cuerpo de los j¨®venes se ha convertido en una mina de consumo. En primer lugar, porque est¨¢ en disposici¨®n de procrear, de proporcionar nuevos consumidores -y trabajadores- a la sociedad. Se les recomienda, se les impone una enorme serie de objetos y de productos para preservar la belleza y la juventud, en base a unos principios morales y est¨¦ticos elaborados por el propio mercantilismo. Los viejos, en cambio, no procrean, ni dan trabajo a los ginec¨®logos. Salen poco y, si practican el amor en sus casas menos consumir¨¢n. As¨ª, se ensalza el amor y el erotismo, asunto de j¨®venes sanos y hermosos, y se niega a los longevos toda posibilidad de placer sexual, aun a sabiendas de que sus cuerpos son capaces todav¨ªa de albergar el placer.
Se ha ligado la noci¨®n de sexo y de erotismo a la noci¨®n de la belleza. Esta dimensi¨®n est¨¦tica disimula lo que, seg¨²n la tradici¨®n judeocristiana, tiene el sexo de ?sucio?. Por eso en los viejos, cuya belleza ha disminuido con el paso de los a?os, esta ?suciedad? de la sexualidad molesta: ?amor es gala en el mancebo y crimen en el viejo?, dice un antiguo refr¨¢n castellano.
Tambi¨¦n se considera al anciano como un hombre sensato, justo, capaz de superar las pasiones, y que ya no aspira al placer, sino a la sabidur¨ªa, como si hubiese antinomia entre ambos conceptos. Por otra parte, a menudo se relaciona la sexualidad con la fuerza, como si el impulso sexual implicase potencias desbordantes que rompen las normas y la responsabilidad. Los ancianos son seres fr¨¢giles que no deben estar a la merced de esos poderes devastadores. En los EEUU se sigue pensando que cada gota de esperma equivale a cuarenta gotas de sangre perdidas, y en nuestro pa¨ªs tenemos otro refr¨¢n que dice ?el amor es fruta para el mancebo y, para el viejo, veneno?.
Hay indulgencia con los ancianos ricos y famosos; incluso se admira la virilidad de ciertos demiurgos, considerando su potencia sexual como una caracter¨ªstica m¨¢s del genio: V¨ªctor Hugo, Picasso, Chaplin, Pablo Casals, Henry Miller. Pero, en la mayor¨ªa de los casos, las compa?eras son j¨®venes, bellas y ex¨®ticas, mientras que las juntanzas de mozos j¨®venes con ancianas provoca mayores reservas, confirm¨¢ndose as¨ª que la desigualdad de sexos no tiene l¨ªmite de edad.
El amor despu¨¦s de la jubilaci¨®n existe, y no es ninguna enfermedad vergonzosa, como se le atribuy¨®, por ejemplo, a V¨ªctor Hugo o a F¨¦lix Faure. Los m¨¦dicos confirman que la mayor¨ªa de las mujeres y de los hombres contin¨²an con necesidades sexuales despu¨¦s de los setenta. a?os y que la mitad m¨¢s o menos de las parejas de esta edad siguen manteniendo relaciones er¨®ticas regulares,
Pregunt¨¢ronle en cierta ocasi¨®n a Nin¨®n de Lenclos hasta qu¨¦ edad conservaban las mujeres los apetitos sexuales. ??C¨®mo lo voy a saber, si no tengo m¨¢s que sesenta y nueve a?os??, contest¨® ella. M¨¢s tarde, a un caballero que la cortejaba con pesada asiduidad, le prometi¨® entreg¨¢rsele el d¨ªa de su ochenta cumplea?os. Los que vimos en la televisi¨®n francesa a Claire Goll, cuando confes¨® haber tenido su primer orgasmo a los 74 a?os, nunca olvidaremos la triste mirada y la rabia de la amante de Rainer Mar¨ªa Rilke por el tiempo y los placeres perdidos.
La edad no mata el deseo. El doctor Hugues Destrem, geront¨®logo de Burdeos, comprob¨® que la mayor¨ªa de las mujeres casadas de m¨¢s de sesenta a?os ?contin¨²an normalmente la vida sexual?, y que las mujeres de m¨¢s de 75 a?os que viven solas ?tienen, generalmente, sue?os er¨®ticos?. Por su parte, el doctor Georges Abraham, de la Universidad de Ginebra, dedujo, despu¨¦s de cientos de encuestas, que no pocas mujeres empiezan a descubrir su cuerpo -e incluso a veces el orgasmo, como Claire Goll- despu¨¦s de los sesenta a?os.
Esta aparente paradoja puede explicarse porque a muchas personas el final de una vida activa de trabajo y de preocupaciones les deja el esp¨ªritu y el tiempo libres.
Muchos de los que deciden gozar con sus cuerpos se quejan de la actitud de los adultos, de su mirada cr¨ªtica, que les reduce la plena realizaci¨®n de la sexualidad. Se ven obligados a asumirla clandestinamente. En no pocos casos, la intolerancia refuerza el sentimiento de culpabilidad que ya tienen ante los problemas del sexo los hombres y las mujeres que han pasado los sesenta a?os. Porque lo m¨¢s grave no es esa intolerancia, sino la propia verg¨¹enza de los viejos ante su propia sexualidad. La censura que los oprime, y las ideas que ellos mismos tuvieron durante su juventud, les lleva a veces a renunciar al placer. Dec¨ªa Fran?ois Mauriac que el esp¨ªritu recordaba lo que la carne hab¨ªa dejado de sentir. En este caso se puede decir que el esp¨ªritu proh¨ªbe a la carne la realizaci¨®n de unos deseos que conoce y que todav¨ªa puede satisfacer.
M¨¢s que el temor de la muerte f¨ªsica, la muerte-sexual es generadora de angustia, de violencia y de destrucci¨®n. El amor f¨ªsico, el ¨¦xtasis org¨¢smico, es aproximaci¨®n a la muerte y, por tanto, su exorcisaci¨®n. Sin el rito, la muerte verdadera se presenta como ¨²nica realidad inmediata, y empuja a los ancianos hacia la tumba.
Pero prepar¨¦monos; los viejos vienen apretando. En 1974 eran ocho millones en Italia, y representaban el 17 % de los habitantes. Se prev¨¦ que en el a?o 2000 ser¨¢n el 22%, y en el 2036, el 25%. En Francia cerca de seis millones de personas tienen m¨¢s de 65 a?os; es decir, el 10% de la poblaci¨®n total. Dentro de cinco a?os ser¨¢n nueve millones, y, seg¨²n Michel Debr¨¦, el pa¨ªs vecino se encamina a tener una mayor¨ªa de viejos.
Nuestra sociedad mercantil ya empieza a explotar este nuevo mercado: se organizan cruceros para la ?tercera edad?, las agencias de viajes les proponen estancias en las Baleares o en Canarias a bajo precio, fuera de las sesiones tur¨ªsticas. Los pol¨ªticos les ofrecen -lo hemos visto en la campa?a legislativa- el oro y el moro a cambio de sus votos.
Se acepta a los viejos y se les incita a consumir. Pero lo que no se admite es que se comporten con arreglo a otros esquemas, a sus esquemas; sobre todo, en lo que se refiere a las relaciones sexuales. Algo de esto nos sugiri¨® Woody Allen en Interiores, su ¨²ltima pel¨ªcula.
Hay que abandonar la imagen del ?abuelito? vegetativo e indiferente. Una persona de treinta a?os, hace un siglo, no pensaba que se encontraba ?en la antesala de la muerte? y que ten¨ªa que abandonar la vida afectiva e intelectual. Sin embargo, ten¨ªa las mismas posibilidades de morir en los cinco a?os siguientes que las que tiene hoy una persona de sesenta a?os.
Es preciso luchar contra estos prejuicios, y pensar que tal vez, bajo el pretexto de liberalizaci¨®n, nuestra sociedad est¨¢ sustituyendo la moral tradicional por otra, no menos opresiva e hip¨®crita: la moral de la juventud, del dinero y de la est¨¦tica.
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