Doctor Negri y "mister" Leblanc
Afirma uno de los diccionarios que manejo, anglosaj¨®n ¨¦l, que por intelectuales se entiende a aquella clase de hombres que emplean en su comunicaci¨®n y expresi¨®n, con frecuencia mucho mayor que los dem¨¢s miembros de la sociedad, t¨¦rminos y s¨ªmbolos generales y abstractos. Entiende que son individuos a los que no se les entiende. M¨¢s o menos lo que quiere significar Andr¨¦s Pajares con su arquetipo, mitad cura mitad numerario, que saca por entre las 625 l¨ªneas para que nos partamos de risa.En la d¨¦cima potencia industrial, la m¨¢xima calamidad es el intelectual: una codificada figura de la conciencia zarzuelera que se inmola en los espect¨¢culos arrevistados de Zori, Leblanc y Esteso. Personaje castizoide en busca de la carcajada primeriza, que en vez de tropezar en el escenario o de contar chistes pornos¨¦micos provoca el gag soltando palabreo abstracto en situaciones evidentemente poco tr¨¢scendentales y casi siempre en ropa interior. Es un g¨¦nero popular que limita al Norte con el intelectual abstruso y al Sur con el paleto perdido en la gran ciudad. Los dos extremos de una realidad idiota que provocan por negaci¨®n conjunta de los calzoncillos del profesor y de la boina del agricultor.
No quiero recordar los asombrosos dicterios que contra los intelectuales se han escrito en este pa¨ªs. Compruebo que el peor insulto que en un coloquio universitario se le puede hacer a un conferenciante es llamarlo intelectual. El nuevo rito de los actos culturales consiste en invitar a un individuo de m¨¢s o menos reconocidas dotes para obligarle a renegaren p¨²blico de las facultades mentales por las que precisamente ha sido invitado a charlar. Habr¨¢ que enmendarle la plana al diccionario ese: intelectual es ese perplejo ciudadano que en los tradicionales escenarios de la industria cultural espa?ola utiliza toda su inteligencia y sabidur¨ªa para negarse vehementemente como tal. En los actos p¨²blicos o en los pubs privados, el intelectual siempre es el ?otro?, el adversario, el competidor a reducir, el extranjero de la realidad, el alien¨ªgena aquel del que hablaba Marx en las tesis sobre Feuerbach.
El extra?o caso del doctor Negri y mister Brigadas Rojas viene a complicar este esquema. Al margen de lo que decida el magistrado Calogero, la perversidad verdadera de este embrollo a la italiana, tal y como se elcriben y pronuncian por aqu¨ª las acusaciones, consiste en la proclamada condici¨®n intelectual del te¨®rico del movimiento de la autonom¨ªa obrera. Universitario, profesor, abstracto, escuchimizado, simb¨®lico, gafudo, te¨®rico y con cara de ping¨¹ino de biblioteca. Un tipo que supera en lo f¨ªsico y en lo metafisico el modelo consfruido por Pajares, Leblanc, Esteso y compa?¨ªa. Ecce homo.
El esc¨¢ndalo de Ton? Negri, al menos en esta pen¨ªnsula semimediterr¨¢nea, no proviene de los hechos que se le imputan, del derecho procesal o del binomio culpabilidad- pena, sino de la titulaci¨®n acad¨¦mica del tipo.
Ignoramos la mayor parte de las acusaciones y de las pruebas, pero insisten machaconamente en la biograf¨ªa universitaria del cabr¨®n emisario que nos env¨ªan los italianos para mantener quieto al arquetipo en el oscuro rinc¨®n del sainete. En cualquier caso, quedaron destrozadas aquellas generalidades sobre el intelectual: primero lo acusan de ser ininteligible y te¨®rico; ahora, de utilizar el m¨¢s preciso y ruidoso de los lenguajes y de practicar la m¨¢s mortal de las acciones humanas.
Nos cuentan el caso del doctor Negri al modo de las f¨¢bulas de Samaniego, como si entre la Olivetti y la Marietta existiera una diab¨®lica y secreta relaci¨®n de causa a efecto que s¨®lo puede evitarse confinando al intelectual en su c¨¢tedra y en el cachondeo castizo; fingiendo una secreta afinidad entre la abstracci¨®n y la violencia; olvidando la imposibilidad tecnol¨®gica de esta analog¨ªa porque, en todo caso, la m¨¢quina de escribir es un medio de comunicaci¨®n de ¨¦lites, y la metralleta, de masas. Vamos, nos quieren hacer creer que la alternativa a Tony Leblanc es Toni Negri.
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