Haroldo Conti
Haroldo, hermano; Haroldo Conti, c¨®mo lo hiciste, ch¨¦, que te han perdido, que te hemos perdido, que te nos has desaparecido, Haroldo, pibe, p¨¢gina par y magistral de la que uno se siente p¨¢gina impar por escribir. Y nunca m¨¢s se supo, ay don Videla, y nunca m¨¢s se supo de este Haroldo, cuyo nombre panzudo me sonaba a Bertoldo, aquel buf¨®n de infancia le¨ªdo en las bibliotecas municipales, y un poco Bertoldo eras, ay Haroldo, Bertoldo, Bertoldino y Cacasano, un poco alapatalallana, dejado de ti mismo, ay huev¨®n, caminante diurno, paseante nocturno, transe¨²nte puro, zascandil de Buenos Aires, mera peatonalidad de la raza de los flanneurs, Poe caminando solo, Baudelaire caminando solo, t¨² caminando solo, Haroldo Conti, y ese primazgo italiano que te asoma al apellido, golfo de uno y otro Palermo, escritor m¨¢gico y prosaico, secuestrado viandante del mito de la gran ciudad.-De Haroldo se supone que est¨¢ vivo -me dice Etelvina Astrada por tel¨¦fonos urgentes-. Hecho un vegetal, hecho un despojo, pero vivo.
C¨®mo me emocion¨® a m¨ª este escritor, c¨®mo me herman¨® su vagabundeo de la ciudad, su cachaza l¨ªrica, su tardanza de pantal¨®n un poco ca¨ªdo, Clodomiro genial en la tarde rosa de Buenos Aires. Hoy se cumplen tres a?os de tu secuestro, Haroldo, huev¨®n, por qu¨¦ te distrajiste, boludo, vos ves lo que ahora pasa, ya te dije, te volver¨ªas a mirar un culo, como dentro de tus novelas, un culo de muchacha arregladita, y as¨ª te echaron mano, viejo, as¨ª el guante de goma y de calambre te cogi¨® las solapas, tus solapas, siempre las imagino un poco vueltas para afuera, como las de algunos de tus personajes: solapas de paria, de piernas, de boludo nom¨¢s, de huev¨®n a quien todo el mundo agarra de las solapas, a quien los meses y las inmobiliarias y los esquineros zarandean por las solapas. Peor que muerto est¨¢s, Haroldo, que estar desaparecido y m¨¢s y peor que estar muerto.
Con otra gente, siempre con otra gente en vida, de por vida, vagabundo, bohemio, golfo, mal hombre, poeta, c¨®mo en tus libros Buenos Aires me ha sabido a Buenos Aires. S¨®lo en Evaristo Carriego, en Borges, en Cort¨¢zar y en ti tu ciudad me ha sabido tanto a s¨ª misma, prisma de confiter¨ªas, y dentro de cada confiter¨ªa, engastado en pernod y galicismos, un fil¨®sofo porte?o resolviendo el mundo y el Cono Sur.
Haroldo de Chacabuco, hijo de los a?os veinte, cuando Oliverio Girondo y Macedonio Fern¨¢ndez eran vanguardia en la capital, licenciado y novelista, docente y discente, dado a cines y a teatros, dado a premios, conociste la gloria veracruzana y la gloria cubana y la gloria catalana, tu prosa hizo crisis en Crisis, de ti nos ven¨ªa el sudeste de todos los veranos, y en mayo del 76, andar¨ªn de tu ¨®rbita, andariego cansino de tu ciudad, flanneur crepuscular de Buenos Aires, ya se te vio entre dictaduras y secuestros, miniado por los torturadores, sencillamente enfermo.
Incontables son los ausentes. Ausentes son los incontables. Treinta mil es incontable cifra, incontinente horror continental. Y t¨² entre ellos, Haroldo, llevas una temporada de cad¨¢ver que transita, paseante de la nada de tu desaparici¨®n, llenando el hueco que dejas, la Brigada G¨¹emes, los perros polic¨ªa, y t¨² memorizando nombres, paisanos, camaradas, compa?eros, un nombre en la memoria, un diamante en la frente, algo que recordar, algo para decir a los dem¨¢s, un nombre que evocar entre los vivos o entre los muertos, que el nombre de un amigo basta para poner en pie los cementerios y el nombre de un fusilado basta para momificar todos los vivos, como se momifican en nuestro espa?ol cementerio de Ronda.
Desmayado en los ba?os, como un agua sucia con ojos en el fondo de la fontaner¨ªa, Haroldo Conti, sin hablar ni comer, un viernes se te viera tomar algo, te dieron una manta, tendr¨ªas fr¨ªo, escritor, todos lo tenemos, al final s¨®lo le dan al escritor una manta donde caerse muerto.
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