Omar
Omar, nocturno Omar, dulce Omar, uruguayo de noche y de bondad, p¨¢jaro nada obsceno y sin Donoso, Omar que siempre llama con su llamada triste poblada por la risa. Ahora Omar corre peligro.Todos los uruguayos, todos los latinoch¨¦s, todos los refugiados en Espa?a, bajo el gran cobertizo del idioma, que D¨¢maso, en Canarias, ha proclamado uno. Entre muertos de ciclostyl, entre poemas, entre caligraf¨ªas infantiles y nombres propios, entre seres borrados de la lista, habitantes del rev¨¦s de una pesadilla, como personajes del uruguayo Onetti, entre notas de agencia y mucha muerte, llama la voz de Omar, que le caduca la nacionalidad o lo que sea, el permiso de estancia, que no se lo renuevan y ha de irse. Omar de madrugada en Carrousel, padre y madre de todos los noct¨¢mbulos, entre los telelocutores y las ninfas del destape, Omar en esos cabarets/minilibro que hay a la sombra g¨®tica del Viaducto, bailando en la pista y en el vuelo mortecino y leve de su leve melena y su cansancio.
F¨¦lix Grande saca su enciclop¨¦dica Memoria del flamenco, que tanto tiene de reivindicaci¨®n del gitano por v¨ªa l¨ªrico/erudita. Reivindiquemos todas nuestras razas, hasta la quinta de Vasconcelos, y no por racismo, claro, sino porque el viejo cesarismo que exportamos a Am¨¦rica est¨¢ siendo ahora fusta de unos pueblos espl¨¦ndidos y solares, mientras la teletonta, con la complicidad argentina de Susana Mara, desvencija el mejor cuento de Borges, El hombre de la esquina rosada, ese cuento que supone un salto cualitativo en la literatura universal, desde el narrador impersonal de Flaubert a ese narrador convertido en personaje protagonista en la ¨²ltima l¨ªnea. Todo eso lo ha dejado Miguel Picazo en un follet¨ªn de esquineros. No lo estamos haciendo muy bien con las Rep¨²blicas/hermanas as¨ª llamadas.
Omar, nombre oriental que le viene grande y gracioso, como una vistosa cinta para su melena; Omar a la sombra de los Rabal, siempre trabajador, puntual, siempre eficaz, sonriente; Omar con tantos a?os, tantos d¨ªas de Espa?a (y, sobre todo, tantas noches), actor de izquierdas, artista solitario, siempre abroch¨¢ndose un bot¨®n de la rebeca que siempre se le desabrocha sobre el pecho, con manos blandas ya de madrugada, cuando una voz bebida dice la frase que cierra el cap¨ªtulo:
-A m¨ª es que el cuerpo esta noche me pide Comisar¨ªa.
Joaqu¨ªn Bardav¨ªo saca Los silencios del Rey, libro por donde asoma, como en huecos de Historia, la soledad y el sufrimiento de un monarca, Juan Carlos, que, m¨¢s que el motor del cambio, ha sido el cambio mismo, pues unos estaban cambiados de siempre y otros se ve que es que no cambian. No s¨¦ si alguien con autoridad y confianza aprovechar¨¢ ahora uno de esos silencios casi escurialenses del Rey para pedirle que no volvamos a expulsar a los jud¨ªos de Granada, que no arrojemos los refugiados pol¨ªticos al bosque, donde les espera el lobo plateado de P¨¦rez-Llorca, con un decreto /cuchillo entre los dientes.
Omar, Omar. Hablo de Omar como de otros, indecisas criaturas del miedo nocturno o el paro diurno, lo que Espa?a, tras tantos a?os de complicidad con los Gobiernos/ t¨ªtere, puede hacer ahora para enmendar aquello, porque no es s¨®lo una cuesti¨®n de humanitarismo, una Unicef de los exiliados, un ropero de caridad para tejerle rebecas a Omar, sino toda una actitud de resistencia pasiva frente a la ¨²ltima y peor herencia que hemos dejado en Am¨¦rica. Eso es.
Omar, voz de uruguayo, lentitud de su acento; Omar, nombre de nadie, tantos a?os trabajando en Espa?a, sus llamadas a deshora, entre dos miedos, que nos echan de Espa?a, que me devuelven a Uruguay, que yo qu¨¦ hago, Paquito, yo qu¨¦ hago. No puede ser que el tel¨¦fono de su trabajo nos responda un d¨ªa con el contestador autom¨¢tico, como si hablase Omar desde la muerte. No puede ser que falte, bajo la subterr¨¢nea llama de Bocaccio, la melena de Omar, p¨¢jaro pinto cuando ¨¦l baila, con su sonrisa maternal y lent¨ªsima.
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