La guerra de pap¨¢
Parece que lo m¨¢s sensato, entre hacer una reforma o hacer una ruptura, es hacer una revoluci¨®n. Siempre sale m¨¢s barata una revoluci¨®n cient¨ªfica que una reforma pac¨ªfica con cafeter¨ªas viajando por el cielo. Pero en fin, estamos en ello y a ello andamos. Lo digo porque la reforma, aunque los eternos descontentos opinen lo contrario, siempre presenta algunas ventajas, como, por ejemplo, el que los hijos de los padres que am¨¦ tanto puedan seguir haciendo la guerra de pap¨¢. Un suponer, el se?or Arias-Salgado en teleuve.El se?or Arias-Salgado, en teleuve, ha decidido, como yo, no venderse al oro dudoso de los publicitarios y que las hermosas del belcor, el evax y el fa se arreglen por s¨ª mismas. Fumigarse un poco la dulce axila adolescente y acre ya no es decente. Como al pa¨ªs le tiene comido el coco la teletonta, puede ocurrir que, prohibidos los anuncios de higiene femenina pr¨¢ctica, nuestras espa?olazas ya no vuelvan a cambiarse de camisa hasta la toma de Granada por Hassan, a la manera de do?a Isabel la Cat¨®lica, que no hab¨ªa forma de que renovase el nude-look de hierro colado.
Por seguir la guerra de pap¨¢ y todas las guerras de sus antepasados, el se?or Arias-Salgado, con su prohibici¨®n catequ¨ªstica de anuncios excesivamente personales en la teletonta, a lo mejor nos devuelve a un pa¨ªs de mujeres sucias, antihigi¨¦nicas, antipersil, todas olorientas a, Carmen de Merim¨¦e, cuando las nacionales empezaban, por fin, a oler a Mallarm¨¦. O sea, a Europa.
F¨ªjese, se?or Arias, en lo que hace. En primer lugar, de la teletonta yo s¨®lo veo los anuncios e Isabel Tenaille. Los anuncios, como casi toda la publicidad impresa o filmada, son lo mejor t¨¦cnicamente, y lo m¨¢s imaginativo, de nuestros mass media, pues hay detr¨¢s una pastizara, unos creativos, una imaginaci¨®n con pie forzado que, sin embargo, sabe echar los pies por alto.
La publicidad es una aberraci¨®n capitalista, claro, pero es un goce est¨¦tico. Como Manhattan. Manhattan es la Nubia de nuestro siglo. Un cielo de hormig¨®n y acero del que cada medio siglo llueven financieros suicidas.
A don Agust¨ªn de Fox¨¢, conde de Fox¨¢, tambi¨¦n le gustaba, y me lo dijo una vez, cuando pase¨¢bamos por Madrid de Corte a cheka:
-Los rascacielos son el g¨®tico de nuestro tiempo.
A Woody Allen parece que tambi¨¦n le gusta Manhattan. Reaccionarios que somos. Bien, pues el se?or Salgado, en vez de aprender de los anuncios a hacer televisi¨®n, saca de los armarios austeros de pap¨¢ el chal de la decencia Cifesa y lo cuelga en el palco de UCD, como un mant¨®n de Manila, como una colcha astorgana, como una bandera de cofrad¨ªa. A la democracia la deja sin coartada sexual (un evax, un voto) y al pa¨ªs lo hunde en los pozos pest¨ªferos de la falta de higiene, como cuando Espa?a (tiempos de don Rafael, s¨ª) en invierno ol¨ªa a mandarina podrida y piojo verde, y en verano ol¨ªa a sobaco de Legazpi y parturienta.
Isabel Tenaille -y mira que es decente- est¨¢ como un poco postergada en la casa. Las se?oritas de los anuncios, tan limpias, tan fregadas con limones del Caribe, tan como los chorros del oro, tan vestidas de espuma del jab¨®n de las estrellas, van a dejar de lavarse por decreto.
?Afecta el decreto a Raquel Welch, se?or Arias, que es la que sale m¨¢s aseada en la pantalla? Naturalmente, el director este de la televisi¨®n de la cosa es un hombre joven, moderno, y no es posible que una axila estival o una ingle fugaz le perturben la conciencia nacionalcat¨®lica. 0 sea que lo que le molesta, directamente, es que las mujeres se laven, se cambien de ropa interna o externa, hagan esqu¨ª acu¨¢tico o monten en el caballo blanco de Marlboro, que se ha quedado sin jinete desde que a John Wayne le alcanz¨® la ¨²ltima flecha cherokee con su palabra mortal de curare.
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