Meterme donde no me llaman: el "otro" diario de Umbral
Creo que no soy pedante si se?alo y recuerdo mi continuo ir y venir a trav¨¦s de art¨ªculos, ensayos, comentando los Diarios. En el exhaustivo y doctoral trabajo de Michele Leleu, donde se manejan m¨¢s de trescientos Diarios ¨ªntimos, no hay cita de libro espa?ol, omisi¨®n no culpable, porque la literatura espa?ola es pobr¨ªsima en ese g¨¦nero, pobreza remediada s¨®lo en parte por Diarios y Memorias de nuestra guerra civil, pero ya es triste que la literatura de la confesi¨®n, de la intimidad, aparezca, precisamente, impulsada por la violencia. Pues bien: en pleno laboreo sobre el tema, compro y leo el Diario de un escritor burgu¨¦s, de Umbral, lo leo de un tir¨®n, armo trampantojos para eludir compromisos, lleno el libro de anotaciones y no digo yo s¨®lo y en alto y en la noche palabras jubilosas porque la intensa belleza del libro es inseparable de una no menor e intensa tristeza.Alguien podr¨¢ decirme, en parte con raz¨®n, que mis trabajos y publicaciones sobre el tema se ci?en a los autores que tienen la m¨²sica como inseparable de la expresi¨®n de su intimidad, pero tambi¨¦n he trabajado sobre Diarios como los de Kafka o de Unamuno, enemistados con la gran m¨²sica, enemistad que Umbral declara. Pero de eso, si cabe, luego y escribo lo de ?si cabe? porque, muy metido en la noche, quiero dejarme llevar como cuando escribo diario m¨ªo. ?Es verdadero ?diario? el de Umbral? No faltar¨¢ quien diga que es una peque?a antolog¨ªa de poemas en prosa; pero no, no, que es ?diario? en el m¨¢s estricto sentido de la palabra, y no es s¨®lo porque se?ale el d¨ªa; no es s¨®lo, siendo tan importante, porque se viva el color de cada uno de esos d¨ªas y porque se palpe casi f¨ªsicamente el cambio de las estaciones, sino porque en ese diario est¨¢ de manera esencial, en tensi¨®n contra el mismo paso del tiempo, todo lo cotidiano de una vida, la de Umbral, vida ¨²nica, intransferible, pero que al mismo tiempo se hace ?nuestra?. Por eso, yo, que no conozco a Umbral, que no conozco su mundo y no puedo entrar en ¨¦l porque ?los curas le ponen nervioso?, tengo que quererle, y ?c¨®mo no quererle si nos acerca y nos da lo que rescata de cada d¨ªa? ?Qu¨¦ rescata? ?Hay una ternura perdida en el mundo ?, responde. Reniega de la m¨²sica, pero nos da ?las cosas y su m¨²sica?.
Es un Umbral muy distinto al de los peri¨®dicos y revistas: reside su singularidad, precisamente, en la coexistencia de inspiraciones distintas, en apariencia incompatibles, pero el centro, la clave de esa pluralidad no est¨¢ en los art¨ªculos, sino en este ?diario?, y le¨ªdo el art¨ªculo despu¨¦s del libro, todav¨ªa se le querr¨¢ m¨¢s porque uno sabe ya que la gracia, la pelea, la pu?alada cr¨ªtica, el taco mismo, vienen de la retaguardia de un hombre enfermo de cuerpo y de tristeza. La tristeza de Umbral no es la ?gustosa? dada por la m¨²sica, tantas veces escogida como diversi¨®n y como espect¨¢culo por la sociedad de consumo, sino la melancol¨ªa que ¨¦l resume as¨ª: ?Vivimos abrigados en la brevedad de nuestra vida.? No nos cansa, como no nos cansa en el Diario, de Du Bos, la continua referencia a enfermedades y medicinas, porque este Umbral que se niega a fumar ?porros?, que se salva de la pornograf¨ªa por la iluminada intensidad del erotismo -?el sexo solo, tampoco canta?, escribe: gracias-; creyente en la inspiraci¨®n, se consume en su fuego solo y enfermo. No es un ?diario? trascendental; no es un ?diario? que anote sucesos: es una sucesi¨®n de sensaciones, agudamente corporales -por corporales, comunes, como el orinar y lo otro- ?salvadas? d¨ªa a d¨ªa hasta hacerse vida y esp¨ªritu, descubrimiento y acogida. Todo: la lectura de un libro de Adorno, el recuerdo de una frase de Kant, la mejor definici¨®n de Rilke, la m¨¢s exacta valoraci¨®n del Aza?a escritor, el dedo en la llaga sobre el arte moderno, es, primero, fatalmente, sensaci¨®n, m¨¢xima corporalidad, y luego, en prosa, poema. Sin esa comunidad de lo corporal, el ?diario? de Umbral ser¨ªa incomunicable, cr¨ªptico o exigiendo descifrar la clave. Aqu¨ª, en este libro cuyas frases invaden la memoria, la m¨¢s alta temperatura del lirismo se hace nuestra, ilumina lo que suele ser rinc¨®n o faena autom¨¢tica, que tan autom¨¢tico es el orinar como el asistir a una reuni¨®n ?social?. El ? imposible- necesario ? del ?diario?, compartir la radical intimidad, se logra al m¨¢ximo.
?Es necesario mirar los libros por encima de la espalda del autor?, dec¨ªa Paul Val¨¦ry. Esto quisiera hacer yo mientras Umbral escribe, y aunque se pusiera nervioso por ser un cura, y un cura gordo, por a?adidura, yo le dir¨ªa que lo ¨²nico casi vulgar de su ?diario? es cuando despacha el tema de Dios como si fuera invenci¨®n humana. S¨ª, eso dice; pero el centro del libro, incluso en p¨¢ginas, es abrir la herida del hijo muerto. Novalis y H?lderlin, tan queridos por Umbral, hicieron el diario para la novia imposible o muerta, y Novalis dej¨® de escribirlo. Pero lo del hijo no es igual, no es igual, no puede serlo y yo creo que Umbral, tan agradecido al cura Mart¨ªn Descalzo por el regalo de dos gatos, me entender¨ªa y hasta me querr¨ªa al decirle que tambi¨¦n es herida, y voluntaria, el no haber tenido el hijo, y que no entiendo c¨®mo los curas ?dos no suelan poner como causa de la marcha su deseo del hijo, S¨ª, un cura puede y debe escribir sobre Umbral y su ?diario?: lo que pasa es que la pluma se traba porque se traba la lengua del coraz¨®n, ero de esa manera, tr¨¦mulo cuando llega el alba, uso su frase de que ? la eternidad es un ni?o enfermo en la ma?ana del domingo?, para decirle que all¨ª est¨¢ el ?Dios desconocido?, acechando.
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