Cr¨®nica de Rosa
Rosa de d¨ªa, Rosa de noche; aquella Rosa metida en carnes adolescentes, cuando la Escuela de Periodismo, metida en medias negras de precoz.Rosa, Rosa Montero. Rosa rodeada de s¨ª misma, ni?a inquieta y forgiana, dulce forgendro alegre y veloc¨ªsimo. Rosa mimo, Rosa m¨ªmica, Rosa rosae, conjug¨¢ndose a s¨ª misma en la d¨¦cada prodigiosa de Sempere, los sesenta; Rosa metida en ¨¢cidos nocturnos, abandonada de s¨ª misma, de la otra Rosita pastelera, esbelta ya, moteada de purpurina, enigmatizando su risa adolescente tras una red pueril de lentejuelas.
Rosa puesta a escribir, profesional, estilista de la velocidad, milleriana de urgencia, esteticista de la hora del cierre. Cr¨®nica del desamor, aunque el feminismo y otras causas capitalicen su ¨¦xito, no es un libro de tesis, no es una cruzada: es, ir¨®nicamente, el libro de una inteligente feminista por la que asoma el rabo del estilo, la furia de la prosa, el autor m¨¢s machista de la historia: Henry Miller.
Rosa ha repartido su propia biograf¨ªa entre varias mujeres de su edad o de su mundo (debe ser as¨ª, creo, como se hace, una novela), al mismo tiempo que, con las vidas veraces de sus amigas, ha construido un personaje que pudiera ser ella (debe ser as¨ª tambi¨¦n, por lo visto, como se hace una novela). M¨¢s que cr¨®nica del desamor, cr¨®nica del furor, el furor de vivir, el furor de trabajar el furor de no trabajar, el furor de ser libre, el furor de ser hembra. El furor.
Rosa ha hecho su traves¨ªa de Madrid, y para quienes hemos seguido de cerca-lejos la trayectoria de Rosa (de la ortodoxia Engels-feminista al cuelgue pasot¨ªsimo y el nuevo periodismo), este libro es un aluvi¨®n de vida (y no, hago cr¨ªtica literaria, que otros m¨¢s doctos y doctorados hay para eso), un desorden amoroso como el que preconizan los ¨²ltimos ensayistas franceses, un testimonio de la mujer-v¨ªctima y una estampa del Madrid flipado y maldito de los sesenta-setenta.
Rosa Montero es la anti-se?ora Alcott. Cr¨®nica del desamor es la anti-Mujercitas. Las mujercitas de este libro est¨¢n fundidas con la vida, mientras que las artificiosas mu?ecas de Luisa Mar¨ªa Alcott eran anteriores a la vida.
Siempre he echado de menos el testimonio femenino directo, escrito, en este tiempo en que la mujer y el mar son los dos universos en mayor cambio y transformaci¨®n. Antes no escrib¨ªan porque no las dejaban. El alfabeto era cofre cerrado del hombre, panoplia viril de sus armas dial¨¦cticas para el amor o la guerra. Luego, las que han escrito, han sublimado o han teorizado. Han hecho mucha poes¨ªa l¨ªrica y mucho ensayismo. Ull¨¢n trajo hace poco, l¨²cidamente, a estas p¨¢ginas la imagen de Margueritte Duras, estofada de cultura. El hermetismo de la novela moderna ha permitido a las escritoras seguir siendo torres eb¨²rneas, como en las letan¨ªas a la Virgen.
Anais Nin habla m¨¢s del mecanismo psicol¨®gico de su S amantes y de su padre que de s¨ª misma. Entre nosotros, Carmen Laforet, Ana Mar¨ªa Matute, Carmen Mart¨ªn-Gaite, han hecho autobiograf¨ªa l¨ªrica, so?ada. S¨®lo Montserrat Roig en Catalu?a y Rosa Montero en Madrid nos dan desordenada vida vaginal, auton¨®mico mundo femenino, fogonazos vitales, pedestre carne de mujer, y no ya, como retorizaba el poeta, ?celeste carne de mujer?.
Est¨¢ a punto de descubrir, Rosa, que su caos no es sagrado, como nos mintiera Rimbaud. Y no por feminista, sino a pesar de, ha conseguido un libro revent¨®n de vida, irregular y pleno, furiosamente desigual. En mitad de una joven generaci¨®n fr¨ªa, Rosa ha tenido la luminosa inconsciencia de arrojarnos un ramo de vida. Se le est¨¢n empezando a caer las lentejuelas.
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