Las negritas
El otro d¨ªa he hablado aqu¨ª de las barras tipogr¨¢ficas de que yo uso y abuso para escribir. Hoy voy a hablar de las negritas, de los nombres propios escritos en negrita, para que salten a la vista o le salten la vista a alguno. Y no lo hago por autofagia de autor acabado (como creer¨ªan quienes no saben nada del oficio y son analfabetos m¨¢s all¨¢ del alfabeto), ni por narcisismo de Narciso, que se alimenta de narcisos, aunque Narciso me han llamado Oriana Faliaci y Armando de Miguel, cada uno por su lado, supongo que Oriana para ligar, y Amando supongo que no.Hablo hoy de las negritas porque Jes¨²s Hermida, uno de mis se?oritos en este peri¨®dico (yo eleg¨ª una profesi¨®n sin jefes, la de escribir, pero resulta que est¨¢ llena de se?oritos), quiere sacar en el color¨ªn dominical Las negritas de Umbral, un d¨ªa, para lo cual ha seleccionado todos los nombres propios que yo he ido dando en esta columna durante unos tres a?os, y me los brinda, por orden alfab¨¦tico, para que le ponga una frase a cada uno, eliminando los que ya no me digan nada o los que, sencillamente, ya no tengan nada que decir.
La noche en que llegu¨¦ al Caf¨¦ Gij¨®n, Jes¨²s Hermida era un/el reportero de moda, hac¨ªa su Match/Hermida en Pueblo, entraba y sal¨ªa del caf¨¦ como una r¨¢faga morena de dinamismo y actualidad, y a m¨ª me dejaba pasmado, porque uno iba por entonces para poeta l¨ªrico, est¨¢tico y, desde luego, est¨¦tico.
Luego, cuando me puse malo, Hermida se ocup¨® mucho de m¨ª en sus peri¨®dicos, y me anim¨® a suicidarme/no suicidarme, que era el proyecto vital m¨¢s optimista que yo ten¨ªa a corto plazo. Si, como amigo, Jes¨²s habr¨ªa lamentado sin duda mi suicidio, como profesional estoy seguro de que le hubiese encantado la noticia, y sobre todo escribirla, pues es oficio este en que, como dijo Bernard Shaw, el artista debe matar a su madre.
Y yo, por otra parte, tampoco soy la madre de Jes¨²s Hermida.
De modo que una orden de Jes¨²s para m¨ª es un ruego, y como tal lo he atendido, encerr¨¢ndome noche y d¨ªa con un cent¨®n de nombres (en realidad son varios centones) a los que voy poniendo su epitafio en vida, su corona de muertos que a¨²n toman caf¨¦, su mote, su frase, su definici¨®n, su greguer¨ªa, en un who is who martirol¨®gico y virginal donde, para qu¨¦ vamos a enga?arnos, abundan m¨¢s los m¨¢rtires que las v¨ªrgenes.
Lo que pasa es que la selecci¨®n no he necesitado hacerla yo, sino que se va haciendo sola, de modo que algunos nombres, algunas fichas, algunas cuartillas se me caen de las manos como hojas secas y desprendidas del ¨¢rbol alto, fragoroso y batido de la democracia, que tiene ya tres cortezas como tres a?os y algunos frutos de veneno y manzanas de ceniza entre las peras incoherentes del olmo que realmente hemos plantado.
He aqu¨ª un involuntario repaso al tercer a?o triunfal de la democracia, por el que ve uno lo importante y crucial que fue Silva Mu?oz, del que hoy no vale escribir una palabra que lo valga, lo perfilero que fue Camu?as, lo repatriado en olor de multitud que fue el viejo Llopis, y c¨®mo la democracia, alta cosecha que segar¨¢n las hoces no necesariamente leninistas, los va enterrando a todos, como ese arroz chino que dibuja su flor sobre el agua de los muertos.
Sin querer, hemos hecho una revoluci¨®n cultural.
Ayer hice aqu¨ª mismo una lista hipot¨¦tica de imposibles presidenciales, recogida como rumor del mar de la noche en la caracola del Caribe que me ha regalado el socialista catal¨¢n Rodolfo Guerra: qu¨¦ herrumbrosos casi todos los nombres, qu¨¦ despuntadas sus lanzas que ayer brillaban al sol velazque?o, qu¨¦ abrasados en el fuego lento del bulo. Aquellas ropas chapadas, qu¨¦ se hicieron. La Historia se templa y afila en el r¨ªo del tiempo, como una espada. Los que hace un par de a?os pensaban quedar en letras de oro -Fraga, don Laureano, Areilza, Jim¨¦nez de Parga-, no van a quedar ni en la artesanal negrita tipogr¨¢fica de mi fugaz columna. Ay.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.