El pa¨ªs que tenemos
Primero fue el entusiasmo, luego la decepci¨®n, m¨¢s tarde el cansancio y ahora finalmente el escepticismo. He aqu¨ª el pa¨ªs que tenemos: una naci¨®n dividida en pesares, aquejada de agobios, en la que apenas es perceptible un rayo que ilumine sus proyectos de convivencia. Este pueblo, al que se le promet¨ªan modelos alternativos de sociedad, se ve inmerso en la rutina y la inercia del pasado. Ni la esperanza despertada en los ¨²ltimos d¨ªas por la resoluci¨®n del Estatuto vasco puede aliviar el desasosiego profundo de los espa?oles. Desde luego piensan que eso est¨¢ bien, si as¨ª, al menos, se resuelve un problema que amenazaba dar al traste con las libertades pol¨ªticas. Pero la cuesti¨®n de fondo sigue siendo la crisis de identidad que este pa¨ªs padece; nuestros ciudadanos est¨¢n faltos, de nuevo, de ese proyecto ilusionante de vida en com¨²n que reclamara Ortega.?Qu¨¦ ha pasado, en definitiva, en estos cuatro a?os durante gran parte de los cuales EL PAIS ha sido testigo -en ocasiones excepcional- de los hechos? El periodo que va desde noviembre de, 1975 a abril de 1979, es, sin duda, una de las etapas m¨¢s interesantes y cruciales de la historia de Espa?a. Hemos asistido a una transformaci¨®n de las estructuras pol¨ªticas, instalando un r¨¦gimen de libertades a trav¨¦s de un m¨¦todo no revolucionario. Mediante la t¨¦cnica del gradualismo reformista se ha operado as¨ª la incre¨ªble experiencia de la sucesi¨®n de una dictadura por una democracia formal, gracias a la aplicaci¨®n de las leyes y sistemas del propio r¨¦gimen autoritario. El resultado es que cuatro a?os m¨¢s tarde de la muerte del dictador, la clase pol¨ªtica dirigente del antiguo r¨¦gimen ha sido refrendada con sus nombres y apellidos por unas elecciones democr¨¢ticas.
El caso de Adolfo Su¨¢rez, trasmutado de secretario general de un partido de corte, maneras y virtualidades fascistas en l¨ªder de una formaci¨®n democr¨¢tica con perfiles de modernismo, no es una peripecia personal. Antes bien, define el s¨ªmbolo de todo el proceso: la capacidad de transformaci¨®n de la derecha espa?ola -y de transformaci¨®n aut¨¦ntica, pues no se trata de un simple travestismo o chaqueteo pol¨ªtico-; su poder de adaptaci¨®n a los tiempos, que la vienen permitiendo, en la guerra y en la paz. gobernar ininterrumpidamente este pa¨ªs desde la primera t¨ªmida aparici¨®n del idearlo liberal Y democr¨¢tico sobre la Pen¨ªnsula.
El pa¨ªs que tenemos
(Viene de primera p¨¢gina)
Ya he dicho en alguna ocasi¨®n que el hecho de que la izquierda no haya nunca asumido verdaderamente el poder en Espa?a -salvo brev¨ªsimos lapsos en tiempo de guerra- supone un trauma nacional hist¨®rico, a ratos confesado y a ratos no. Por su resoluci¨®n, antes o despu¨¦s, pasa la estabilidad pol¨ªtica del cuerpo social espa?ol y la reconstrucci¨®n del sentimiento nacional perdido. Los espa?oles tenemos derecho a ser gobernados normalmente por la izquierda pol¨ªtica: y a entender que ello no supone una amenaza para la convivencia y las libertades p¨²blicas, ni por la actividad de la propia izquierda, ni por la contestaci¨®n violenta de la derecha reaccionaria. Un eventual acceso del socialismo -aun si se defin¨ªa marxista- a las responsabilidades de gobierno significaba as¨ª, en la teor¨ªa, un cambio cualitativo, no destructor, en el modelo de sociedad. Ese era uno de los puntos de referencia b¨¢sicos del entendimiento popular y una de las razones objetivas que existieron antes de las primeras elecciones constitucionales para reclamar un Gobierno de coalici¨®n. Ahora la breve experiencia de poder municipal y la crisis interna del PSOE est¨¢n poniendo de relieve las dificultades y la falta de madurez del primer partido de la izquierda espa?ola para asumir ese desaf¨ªo.
Pero el tr¨¢nsito de la dictadura a un sistema democr¨¢tico parlamentario significaba, en cualquier caso, la oportunidad de ejercitar esa transformaci¨®n cualitativa de la sociedad espa?ola. Coincid¨ªa con un cambio generacional profundo, en unas circunstancias de crisis econ¨®mica de todo el Occidente y de definici¨®n de la nueva sociedad en un mundo cada vez m¨¢s cercano entre s¨ª gracias al desarrollo de la t¨¦cnica. No hace falta referirse a milenarios taumat¨²rgicos para suponer que el siglo XXI puede marcar una transformaci¨®n de fondo en las relaciones de la Humanidad. El concepto inmutable de la familia como c¨¦lula b¨¢sica de la sociedad, la propiedad privada como origen del Estado y la configuraci¨®n geopol¨ªtica de las nacionalidades est¨¢n siendo puestas en entredicho. La realidad es que el mundo, en todas sus -formas de protesta y represi¨®n, es hoy una continua y permanente lucha entre los que defienden la libertad -objetiva y subjetiva- como elemento b¨¢sico de la dignificaci¨®n y desarrollo humano y los que consideran prioritario el orden social.
La transici¨®n espa?ola se inscribe precisamente en un momento hist¨®rico del pa¨ªs en el que la pugna entre los deseos sociales de libertad y cambio contra la presi¨®n del aparato tecnoburocr¨¢tico del poder fue recogida por los partidos de oposici¨®n a la dictadura. Popularmente se identific¨® con un sentimiento de vaga fidelidad a la izquierda pol¨ªtica moderada como catalizadora de dichos deseos de cambio. El an¨¢lisis que hoy podemos hacer es el de la decepci¨®n de un pueblo ilusionado primero por la transformaci¨®n de su convivencia y condenado luego por su clase pol¨ªtica a la obediencia de la estructura tradicional del aparato del Estado. Hemos vivido la metamorfosis de una aventura social colectiva con amplios horizontes, como era la construcci¨®n de la nueva democracia, en el abandono en manos de una ¨¦lite dirigente que amenaza con encerrar en su exclusivo c¨ªrculo de iniciados todas las expectativas posibles de desarrollo. Asistimos as¨ª a un nuevo despotismo ilustrado en nombre a un tiempo de la libertad y de la ciencia. Ello ha sido posible, entre otras cosas, por la no asunci¨®n, por parte de la izquierda, de sus responsabilidades hist¨®ricas como motor esencial de los cambios sociales. Las transformaciones que el poder ha experimentado en los ¨²ltimos a?os han sido precisamente fruto de la voluntad de adaptaci¨®n de la derecha y no de una presi¨®n inteligente de la oposici¨®n, aprisionada como est¨¢ entre sus banderas ut¨®picas y el posibilismo oportunista de alguno de sus l¨ªderes. La tecnoestructura franquista ha sido capaz de asimilar y hasta de orientar el cambio sociol¨®gico operado durante la ¨²ltima d¨¦cada de la dictadura, mientras la oposici¨®n socialista no ha podido capitalizarlo. Todo ello, pese a la crisis econ¨®mica y la amenaza terrorista, configura ahora un panorama de larga estabilidad de la derecha en el poder. La instalaci¨®n perdurable en ¨¦l de Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico supone la consolidaci¨®n de las estructuras socioecon¨®micas del desarrollismo de la dictadura y la perpetuaci¨®n de un tradicional sistema de valores en los que el peso de la doctrina cat¨®lica y del aparato eclesial sigue siendo muy fuerte a la hora de tomar decisiones, lo mismo que los intereses de la alta finanza. UCD es subsidiaria tanto de esas hipotecas, como de la que se deriva del hecho de que la mayor¨ªa de sus l¨ªderes son altos funcionarios de la Administraci¨®n o han vivido tradicionalmente del presupuesto del Estado. Su afici¨®n a la tecnoestructura y su veneraci¨®n por ?el aparato? han contribuido a su distanciamiento progresivo de las bases populares, y con ello, al restablecimiento de la cl¨¢sica divisi¨®n entre la Espa?a real y la oficial. Es el triunfo de la tecnocracia sobre la imaginaci¨®n, la concentraci¨®n profesional del poder frente a la difusi¨®n social del mismo. El escler¨®tico Estado espa?ol s¨®lo podr¨¢ democratizarse con el ingreso en su seno de elementos extra?os, voluntariosamente decididos a romper el poder¨ªo no disputado de los bur¨®cratas. La izquierda, que no mantiene todav¨ªa compromisos pragm¨¢ticos con esta estructura, podr¨ªa quiz¨¢ ser capaz de lograrlo. Pero para ello resultar¨ªan necesarias, al menos, dos condiciones: el abandono de su tradicional postura de principios respecto a la intervenci¨®n del Estado en la vida p¨²blica, que alimenta parad¨®jicamente las posiciones tecnocr¨¢ticas de sus adversarios; y la oferta de un cambio radical que configure una sociedad democr¨¢tica basada en la distribuci¨®n del poder y no en la mitificaci¨®n de ¨¦ste. Ninguna de las dos cosas, sin embargo, parece dispuesto a hacerlas el partido socialista. Del comunista, para qu¨¦ hablar.
Estos son, pienso yo, los motivos esenciales del des¨¢nimo reinante desde hace meses en la vida social espa?ola. La sensaci¨®n inevitable -de que estamos contribuyendo al fortalecimiento de aquello que quer¨ªamos cambiar ha alimentado las actitudes esc¨¦pticas o abandonistas. El peso del poder, encarnado ahora en su versi¨®n parlamentaria por los m¨¢s antiguos insignes predicadores de la contestaci¨®n, comienza a agobiar de nuevo las esperanzas de nuestros ciudadanos. Quiz¨¢ inevitablemente sea as¨ª. Quiz¨¢ resulte imposible buscar una respuesta intelectual y moral a un mundo preestablecido de antemano y en el que hasta los conceptos de soberan¨ªa, independencia o libertad se hallan limitados por la propia convicci¨®n de las gentes que los pronuncian.
Pero yo todav¨ªa soy de los optimistas. Soy de los que creen que existen gentes capaces de romper la red y adentrarse en un proceso creativo y regenerador de la sociedad espa?ola. Y en la medida que dicho optimismo pueda hacerse patente en las p¨¢ginas de este peri¨®dico, pienso que habremos contribuido un poco, todos y cada uno de cuantos trabajamos en ¨¦l, a ahuyentar la tentaci¨®n c¨®smica de los intelectuales de nuestro tiempo: la de arrojar la toalla.
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