Curro Romero tiene bula
Curro Romero se neg¨® a matar un toro -el que cogi¨® a Palomo- en la sexta corrida de la feria de M¨¢laga. Curro Romero no es esa la primera vez que se niega a matar un toro. Tampoco es la primera vez -ni ser¨¢ la ¨²ltima- que se niega a torearlo. Se ve que tiene bula. Pero, curiosamente, el absentismo le hace cartel y le da gloria, porque lo justifican sus partidarios con una aureola de arte y duende que no se pu¨¦ aguant¨¢. Parece como si duende y arte tuvieran que pagar, inexorablemente, el precio del miedo insuperable o la desverg¨¹enza.El arte de Curro es indiscutible, pues lo ha creado muchas veces en distintas plazas, pero la novela de su car¨¢cter singular empez¨®, precisamente, cuan do se neg¨® a matar un toro en Madrid. Fue durante una de las ferias de San Isidro de la d¨¦cada de los setenta, y de rechazo hizo verdadero da?o a un compa?ero Aquella corrida, con toros de Cortijoliva, parec¨ªa montada por los hermanos Lozano, que apoderaban a los tres espadas del cartel: Rafael Ortega, Palomo Linares y Curro. En el cuarto de la tarde, Ortega hizo una faena cumbre, que se alinea entre las mejores que se hayan producido en el ruedo de Las Ventas, y el ¨¦xito, naturalmente, fue grande. Lo necesitaba entonces Rafael Ortega, pues su cotizaci¨®n estaba en baja. Pero le dur¨® bien poco, apenas unos minutos, porque en el toro siguiente Curro Romero decidi¨® -dicen que deliberadamente, para promover la historia colorista de su chocante personalidad- no torear ni matar, y esa fue la noticia del festejo, que oscureci¨® todo lo dem¨¢s.
De aqu¨ª en adelante, los ¨¦xitos de Curro, el absentista, han sido el reconocimiento de su arte excelso y los fracasos un timbre de gloria, pues reafirman -quieren hacernos creer- su genialidad. Y as¨ª va tirando, y puede hacer el pase¨ªllo cinco tardes en la feria de Sevilla, con honorarios fabulosos, sin exponer un alamar ni dar un pase, e ir donde le plazca sin el compromiso de justificar siquiera su presencia en el cartel, o dejarse vivo el toro que ha cogido a un compa?ero, el cual, sin t¨ªtulos de genialidad, pero con aut¨¦ntica verg¨¹enza torera, se jug¨® el f¨ªsico para hacer faena. Y puede hacerlo Curro porque la autoridad no interviene, de una vez, con la ejemplaridad debida.
Hubo un tiempo en que las artima?as de Curro las empleaba tambi¨¦n Paula, y un gobernador civil le impuso la sanci¨®n l¨®gica para estos casos: inhabilitaci¨®n por un determinado per¨ªodo de tiempo. Pero la decisi¨®n del gobernador suscit¨® una campa?a demag¨®gica y la sanci¨®n fue levantada.
Ahora es Curro el que campa por sus fueros y sienta un precedente que todos sus compa?eros, con tanto derecho como ¨¦l, pueden seguir: si un toro no les gusta, se retiran a barreras, esperan a que suenen los tres avisos, y en paz. ?Por qu¨¦ no?
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