Incitaci¨®n a inventar puentes
Esta reuni¨®n, como todas las reuniones que se han llevado a cabo a lo largo de la historia con la intenci¨®n de que los pueblos den un paso adelante en su evoluci¨®n y su destino, se cumple bajo el signo de la paradoja. Una paradoja cruel y evidente: la de que los pueblos, como tales, no. se enterar¨¢n de la reuni¨®n ni de sus conclusiones. Hablo concretamente de los pueblos de Am¨¦rica Latina, para quienes la enorme mayor¨ªa de las declaraciones y los trabajos sobre los derechos humanos, y m¨¢s recientemente la Declaraci¨®n sobre los Derechos de los Pueblos aprobada en Argel hace tres a?os, son pr¨¢cticamente letra muerta, y muerta por la peor de las razones: la del desconocimiento.Puedo afirmarlo en la medida en que, despu¨¦s de participar durante varios a?os en las deliberaciones y las sentencias del Tribunal Bertrand Russel II, me fue dado verificar personalmente el muro de silencio levantado en casi todos nuestros pa¨ªses y la ignorancia de sus pueblos sobre la acci¨®n del tribunal. Y si empiezo por hacer esta afirmaci¨®n, que puede parecer pesimista, lo hago precisamente porque creo en la necesidad de continuar y perfeccionar todo tipo de asambleas internacionales hasta que llegue el d¨ªa en que ese muro de silencio caiga bajo el peso de la veread, de la raz¨®n y del amor.
El Tribunal Russel
As¨ª, cada sentencia del Tribunal Russel y cada art¨ªculo de la Declaraci¨®n de Argel han sido y ser¨¢n presentados en esos pa¨ªses a trav¨¦s de una interpretaci¨®n odiosamente tendenciosa o, lo que es todav¨ªa peor, ser¨¢n cuidadosamente silenciados para evitar toda tentativa de an¨¢lisis y de reflexi¨®n. S¨¦ muy bien que lo mismo ocurrir¨¢ con los trabajos y las conclusiones de esta primera. reuni¨®n del Tribunal de los Pueblos, y no me hago la menor ilusi¨®n sobre las repercusiones mediatas que puedan tener en el ¨¢mbito latinoamericano. Frente a todo eso, si nuestros esfuerzos han de traducirse positivamente en un futuro no demasiado lejano, estoy convencido de que es preciso llevarlos a cabo dentro de una doble perspectiva. Por una parte es imprescindible cumplirlos a pesar de este panorama, desoladoramente negativo, pero al mismo tiempo no es posible limitarse a su mero enunciado el ¨²ltimo d¨ªa de nuestros debates, sino que es necesario continuar nuestra acci¨®n no s¨®lo como Tribunal de los Pueblos, sino desde las posibilidades y los ¨¢ngulos m¨¢s variados para situarla en una ¨®rbita que termine por rebasar los muros del silencio, las fronteras de la opresi¨®n y la alienaci¨®n, y que llegue finalmente a los o¨ªdos y a la conciencia de los pueblos que son sus destinatarios naturales. S¨®lo as¨ª tendr¨¢ eficacia nuestra defensa de esos pueblos frente a la violaci¨®n de sus derechos, puesto que s¨®lo as¨ª los pueblos defendidos sabr¨¢n por qu¨¦ se los defiende por qu¨¦ existe este Tribunal, por qu¨¦ hay que apoyarlo cuando reciban a su vez su apoyo.
Repito mi afirmaci¨®n: lo que estoy diciendo ahora, lo que cualquiera de nosotros dir¨¢ aqu¨ª, no ser¨¢ escuchado en pa¨ªses como Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Brasil, Nicaragua, El Salvador, y la lista no se detiene ah¨ª. En cada uno de esos pa¨ªses hay un pueblo sometido diariamente a un lavado de cerebros basado en la t¨¦cnica m¨¢s moderna del imperialismo, que busca y muchas veces logra una deformaci¨®n sistem¨¢tica de los valores morales e hist¨®ricos m¨¢s esenciales. En este mismo momento muchos de esos pueblos est¨¢n recibiendo una propaganda y un adoctrinamiento destinados a convencerlos de que no solamente son pueblos soberanos, sino que pueden y deben prescindir de todo punto de vista proveniente del exterior; para enormes multitudes as¨ª enga?adas y as¨ª condicionadas, instrumentos tales como la declaraci¨®n proclamada en Argel (suponiendo que la conozcan) significa autom¨¢ticamente una intromisi¨®n inadmisible de elementos extranjeros en los intereses nacionales, y lo mismo puede decirse de la constituci¨®n de este Tribunal de los Pueblos aqu¨ª en Bolonia. Precisamente, por eso insisto en la necesidad imperiosa de trabajar dentro de la doble perspectiva a la que alud¨ª antes; si los juristas capaces de elaborar instrumentos de denuncia y de defensa frente a las violaciones de los derechos d¨¦ los pueblos han de trabajar al margen de toda preocupaci¨®n por los ecos que esos trabajos despierten o no en los pueblos interesados, nosotros, los participantes no juristas, tenemos la obligaci¨®n de recoger el fruto de esos trabajos y comprometernos, cada uno dentro de nuestras especialidades y posibilidades, a proyectarlos por todos los medios a fin de que su contenido alcance una conciencia cada vez mayor y m¨¢s clara en el ¨¢mbito de los pueblos a quienes est¨¢ destinado. No es una frivolidad si digo que en muchas ocasiones un poema o las palabras de una canci¨®n, una pel¨ªcula o una novela, un cuadro o un relato, una pieza de teatro o una escultura han llevado y llevan hasta el pueblo la noci¨®n y el sentimiento de muchos de los derechos que los especialistas expresan y articulan en su forma jur¨ªdica; no es una frivolidad que alguien como yo, un mero inventor de ficciones, siga decidido a participar en este tipo de reuniones y diga lo que est¨¢ diciendo. Porque la conciencia de los derechos de los pueblos puede y debe entrar en ellos por muchas v¨ªas que no son necesariamente las v¨ªas jur¨ªdicas que escapan a la comprensi¨®n inmediata de las gentes, cuando no son silenciadas o deformadas por los reg¨ªmenes que explotan y alienan a los pueblos; esa conciencia puede llegar, a trav¨¦s de caminos que nada tienen que ver con la l¨®gica ni con el texto de las declaraciones fundamentales; puede llegar por las v¨ªas de la belleza, de la poes¨ªa, del humor, de la iron¨ªa, de la s¨¢tira, de la caricatura, de la imagen, del sonido, de la broma, del grito dram¨¢tico, del dibujo, del gesto, de todo lo que toca directamente la sensibilidad popular y abre admirablemente paso al contenido l¨®gico, moral e hist¨®rico de los enunciados formales.
En este camino lleno de paradojas no hay que tener miedo de salirse de las huellas trilladas, porque precisamente en esa ruptura de las formas tradicionales reside nuestra ¨²nica posibilidad de cumplir eficazmente lo que se ha propuesto el Tribunal de los Pueblos. Hay que partir de la base de que la acci¨®n del tribunal est¨¢ destinada a la defensa de pueblos que no solamente carecen de muchos de los derechos enunciados de la Declaraci¨®n de Argel, sino que est¨¢n compuestos en su inmensa mayor¨ªa por individuos que ignoran la m¨¢s simple formulaci¨®n de esos derechos, y por tanto no pueden cumplir la primera y m¨¢s elemental operaci¨®n de protesta y de reivindicaci¨®n que es siempre una operaci¨®n mental, una afirmaci¨®n o una negaci¨®n coherentes frente a la injusticia, la expoliaci¨®n y el sometimiento. Enormes masas de hombres latinoamericanos en estado de analfabetismo total o parcial pueblan nuestras llanuras y nuestras monta?as a lo largo de todo el continente, y por ahora no existe la menor posibilidad de hacerles llegar ni siquiera los rudimentos de lo que quisi¨¦ramos hacer por ellos. Es evidente que eso no impide, como no lo a impedido nunca a lo largo de la historia de las ideas progresistas de la Humanidad, que los especialistas en la materia sientan las bases morales y jur¨ªdicas para la defensa de los derechos de cualquier pueblo del mundo; pero tambi¨¦n es evidente que la actitud obligadamente paternalista de los pensadores del pasado, legisladores, juristas o pol¨ªticos tiene que ser superada en la ¨¦poca actual, y que la acci¨®n de este Tribunal de los Pueblos s¨®lo tendr¨¢ eficacia si sus pronunciamientos emanan desde lo alto de la pir¨¢mide social como un eco, una respuesta y una justificaci¨®n frente a los deseos y las esperanzas latentes y perceptibles de los pueblos; pero esa dial¨¦ctica entre el balbuceo y la palabra, entre el deseo de derecho y el derecho como norma exige una incesante y cada vez mayor toma de contacto entre los pueblos y sus int¨¦rpretes. Las convulsiones de ra¨ªz popular que ha presenciado y sigue presenciando el siglo XX muestran sobradamente que no es posible seguir pensando y procediendo a base de una supuesta delegaci¨®n de' poderes intelectuales y morales, y que junto con el pensamiento rector y las tribunas desde donde se lo da a conocer, como es nuestro caso en estos momentos, es preciso buscar por todos los medios una comunicaci¨®n m¨¢s directa, m¨¢s amplia, y yo dir¨ªa m¨¢s visceral, con el objeto de nuestras preocupaciones, con los pueblos en su integridad y en cada uno de sus componentes. Aceptemos el hecho inevitable que nos impone un continente como el latinoamericano, u obstin¨¦monos en cumplir nuestra tarea frente a las fronteras cerradas y tergiversaciones de toda naturaleza; pero a la vez, hic et nunc, exploremos todas las posibilidades que se abren en el campo de la comunicaci¨®n, de los puentes mentales y psicol¨®gicos que pueden ayudarnos a llevar esta labor a la conciencia de los pueblos oprimidos. La ciencia, el conocimiento y el talento de los juristas est¨¢ aqu¨ª al servicio de una noble causa; s¨®lo falta un detonador que proyecte ese pensamiento y lo vuelva semilla cayendo en lejan¨ªsimas tierras, germinando por fin en frutos de libertad, de conciencia democr¨¢tica, de rebeli¨®n contra la injusticia y el sometimiento. Ese detonador est¨¢ tambi¨¦n aqu¨ª, entre nosotros, pero hay que arrancarlo de las rutinas y los prejuicios acad¨¦micos, hay que convertirlo en algo vivo y din¨¢mic; ese detonador es la imaginaci¨®n de cada uno, la posibilidad que tenemos de servirnos de los medios m¨¢s variados e incluso m¨¢s inesperados para convertir cada texto jur¨ªdico de vida en un pedazo de vida, cada declaraci¨®n formal en un sentimiento din¨¢mico, en una vivencia incontenible. Necesitamos llevar hasta sus l¨ªmites m¨¢s extremos las posibilidades de la imaginaci¨®n en todos los campos, porque si nos quedamos en la esfera de las conclusiones te¨®ricas y de la pr¨¢ctica unilateral, si nos limitamos a confiar en su mera eifusi¨®n usual a trav¨¦s de la prensa y de los otros medios de comunicaci¨®n, la eficacia moral del1ribunal de los Pueblos se ver¨¢ circunscrita y empobrecida por la falta de resonancia de sus principios y de sus prop¨®sitos, como ha ocurrido en Am¨¦rica Latina con respecto a otros tribunales y a otras asambleas; una vez m¨¢s, los enemigos internos y externos de los pueblos estar¨¢n mejor enterados de esos principios y esos prop¨®sitos que los pueblos mismos, y encontrar¨¢n la manera de neutralizar y negativizar todo lo que este Tribunal pueda llevar a cabo.
La identidad nacional
Por eso, como escritor solidario con los prop¨®sitos de esta reuni¨®n, apelo a la imaginaci¨®n de todos aquellos que luchan por los derechos de los pueblos a fin de convertir el pensamiento te¨®rico en pulsiones org¨¢nicas, a fin de mostrar en el nivel de la respiraci¨®n, de la vida y de los sentimientos cotidianos todo lo que enuncian los principios y los textos. Nunca fue m¨¢s necesaria la capacidad de invenci¨®n en todos los planos imaginables para suscitar en los pueblos latinoamericanos y los dem¨¢s pueblos oprimidos de la Tierra una mayor conciencia de su dignidad y una m¨¢s grande voluntad de afirmarla y defenderla. El art¨ªculo segundo de la Declaraci¨®n de Argel dice que todo pueblo tiene derecho al respeto de su identidad nacional y cultural. S¨ª, pero ese respeto tiene que empezar por existir en el seno de los pueblos, y para eso es necesario que esos pueblos tengan una conciencia clara de lo que es su identidad ,nacional, que nada tiene que ver con los nacionalismos baratos que le inyectan diariamente los reg¨ªmenes que los oprimen; y de la misma manera esos pueblos tienen que llegar a una conciencia igualmente clara de lo que es su identidad cultural, contra la cual se alzan las maquinaciones del imperialismo con todas las armas de una publicidad desaforada y una educaci¨®n elitista y deformante. Frente a eso, la tarea de todos los que no somos juristas consiste en transmitir y, sobre todo, en transmutar las nociones te¨®ricas y normativas del derecho de los pueblos, de manera que lleguen no s¨®lo como nociones, sino como intuiciones, como certidumbres palpables, inmediatas y cotidianas en la vida de millones de mujeres y de hombres todav¨ªa perdidos en un desierto mental, en una enorme c¨¢rcel de monta?as y planicies.
Dif¨ªcil y lento es ese trabajo; precisamente por eso hay que intensificarlo cada d¨ªa, y este Tribunal de los Pueblos que se constituye hoy en Bolonia nos da una nueva raz¨®n y un nuevo aliento para llevarlo a cabo. Inventemos puentes, inventemos caminos hacia aquellos que desde muy lejos escuchar¨¢n nuestra voz y la convertir¨¢n un d¨ªa en ese clamor que echar¨¢ abajo las barreras que hoy los separan de la justicia, de la soberan¨ªa y de la dignidad.
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