Nosotros los catalanistas
Con esto del catalanismo, que escribo sin comillas porque no veo que las justifique ning¨²n tipo de rareza, ocurre aquello del chiste en el que un pac¨ªfico le¨®n es devorado por un feroz cazador. Se habla de nosotros, los catalanistas -y anticipo as¨ª mi posici¨®n, por si hay alg¨²n lector que lo ignora-, como de unos sujetos que disponen de medios de comunicaci¨®n para expresarse, de dinero para promover no se sabe qu¨¦ oscuras maniobras -el famoso ?oro catal¨¢n?, ¨¦ste, s¨ª, entre comillas-, de un gran poder pol¨ªtico, etc¨¦tera. S¨®lo es necesario tener ojos en las cara para ver que lo que ocurre es todo lo contrario. Muy raras veces, en medios de comunicaci¨®n valencianos -ninguna en alguno de ellos-, aparece alguna carta, alg¨²n art¨ªculo tratando de explicar algo. En cambio, todos los d¨ªas aparecen art¨ªculos y cartas al director presentando el catalanismo como un plan de la burgues¨ªa del Principado -de Catalunya, claro, y as¨ª lo entender¨¢ tambi¨¦n el se?or Tarradellas, contrario a lo de los Pa¨ªsos Catalans- que cuenta con valencianos para realizarlo, consistente en la absorci¨®n, el anschluss en definici¨®n del mism¨ªsimo se?or Attard, del Pa¨ªs Valenciano por parte de la Catalunya de m¨¢s all¨¢ del r¨ªo Cenia.La cosa viene de antiguo, desde luego. En el fondo, ya lat¨ªa en las discrepancias que llevaron a la ruptura entre Constant¨ª Llombart y Teodoro Llorente cuando se puso en marcha nuestramodest¨ªsima ?renaixenqa?. Para Llorente, cuyo felibrismo no ofrece dudas, la restauraci¨®n del idioma no deb¨ªa ser otra cosa que la restauraci¨®n de una reliquia hist¨®rica. Para Llombart, que proced¨ªa de las clases populares y que ten¨ªa, por consiguiente, el idioma como su medio de expresi¨®n vivo, se trataba de ?normalizarlo?, aunque no fuera esta la palabra que ¨¦l utilizara, ni llamara catal¨¢n al idioma com¨²n de los que ya se hab¨ªan denominado por aqu¨ª Pa¨ªses Catalanes, sino lemos¨ªn, como hac¨ªan tambi¨¦n algunos escritores del Principado.
Y esta era la divisi¨®n -urbana, de la ciudad de Valencia especialmente, donde m¨¢s viveza ten¨ªa el tem¨¢, aunque no fuera mucha- entre los ?regionalistas? y los ?nacionalistas? desde principios del siglo hasta la derrota de 1939, con avances considerables de los catalanistas, que llegaron a constituir la ¨²nica, o por lo menos m¨¢s notoria, minor¨ªa cultural activa de los a?os treinta.
As¨ª pues, ahora no ha hecho m¨¢s que continuarse la pol¨¦mica, que s¨®lo para entendernos podemos llamarla de ese modo, porque, de un lado, se aportan resultados de investigaci¨®n, razones y la evidencia misma, mientras que del otro no se aporta nada m¨¢s que la negativa irracional, que tiene, desde luego, ?razones? detr¨¢s, pero que nada tienen que ver con la cuesti¨®n en s¨ª misma, sino s¨®lo con ella como objeto de manipulaci¨®n para que las ?razones? en cuesti¨®n, queden enmascaradas.
Afirmaciones
El planteamiento, desde una abrumadora ausencia de racionalidad, consiste en afirmar que las unas veces llamada ?regi¨®n? y otras ?antiguo reino? tiene una singularidad propia y continuada desde, por lo,menos, los visigodos, aunque otros la hagan partir nada m¨¢s que de los ¨¢rabes para no complicarse demasiado la vida y que, por tanto, la conquista catalanoaragonesa -y aqu¨ª viene una cuesti¨®n de preponderancia sobre si fue m¨¢s aragonesa que catalana, o a la inversa- no hizo m¨¢s que incluir un nuevo elemento sin demasiado peso, por lo visto, en el que habr¨ªa que llamar ?crisol de razas?, por ejemplo; que el idioma que se habla en lo que los catalanistas llamamos Pa¨ªs Valenciano, cuando llegaron los conquistadores con don Jaime I, ?era el mismo que el de ellos?, ya que se trataba de una lengua romance que habr¨ªan mantenido -y, por lo visto, impuesto sobre la algarab¨ªa de los moros- los moz¨¢rabes, abundant¨ªsimos seg¨²n esta tesis y, desde luego, dominantes en la sociedad isl¨¢mica, tanto como para imponer su cultura diferenciada.
As¨ª pues, a pesar de nuestros apellidos, los valencianos de hoy, los de ayer, los del d¨ªa mismo de la conquista por un don Jaime que, de todos modos, presentan como ?propio? y entrando en Valencia con la banda azul en su ?senyera?, no somos descendientes de los conquistadores y sus repobladores; el idioma de los conquistadores no ser¨ªa el que hablamos ahora ni hab¨ªa supuesto barrera alguna para el entendimiento y la convivencia entre conquistadores y conquistados; la expulsi¨®n de los moros y las sucesivas repoblaciones no quieren decir nada, en tanto que ruptura hist¨®rica y comienzo de una nueva nacionalidad, la de la corona catalanoaragonesa, etc¨¦tera.
Argumentos
Y bien, ?qu¨¦ es lo que sostenemos los catalanistas? Que el Pa¨ªs Valenciano, si quiere ser ¨¦l mismo, no puede desconocer su historia; que la nacionalidad valenciana no se entiende m¨¢s que compartida con los que la implantaron con la punta de sus lanzas y sus espadas, etc¨¦tera, puesto que el Al Andalus, como marco de los reinos de taifas, fue sustituido en nuestras tierras por un reino cristiano establecido por don Jaime, repoblado con catalanes y aragoneses y continuado por sus sucesores con varia fortuna en cuanto a los grados de autonom¨ªa, como en todos los Pa¨ªses Catalanes. Porque el compromiso de Caspe tuvo su influencia, y desde ¨¦l, m¨¢s o menos no hemos dejado de padecer virreinatos que trataban de imponerse sobre nuestras instituciones soberanas para limitarlas, hasta que en 1707 se perdi¨® todo rastro de soberan¨ªa por ?el justo derecho de conquista? que, con la Nueva Planta, intent¨® asimilarnos ?en todo, a las leyes de Castilla?.
No ha ocurrido as¨ª. Quiero decir que la asimilaci¨®n no se ha producido, al menos lo suficientemente, puesto que el problema est¨¢ ah¨ª, con m¨¢s conciencia en el Principado, con menos en las islas Baleares, con menos a¨²n en el Pa¨ªs Valenciano, pero nunca tan d¨¦bil como para que signifique una liquidaci¨®n de la identidad y, por consiguiente, de la necesidad de recuperarla. Lo que nos ocurre a los valencianos es que no sabemos, ni podemos, ser otra cosa que valencianos. S¨®lo se nos ha podido asimilar ?a las leyes de Castilla? por la fuerza. Pero asimilar, m¨¢s o menos, no quiere decir ?convertir en? otra cosa de la que somos. Por ejemplo, nos ha dejado en mantillas el idioma propio -o sea, la manera dialectal que tenemos los valencianos de habiar el idioma com¨²n de la nacionalidad com¨²n, el catal¨¢n-, pero sin que el impuesto lo haya podido sustituir ni como lengua cotidiana ni como lengua de cultura, al menos en la medida del modelo. Es l¨®gico pensar, por tanto, que el objetivo consiste en recuperar el propio.
Los catalanistas no queremos, pues, nada m¨¢s que una cosa: dejar de ser un pueblo de segunda, por decirlo con una frase de uso corriente estos d¨ªas, aplic¨¢ndola al dif¨ªcil Estatuto. Los catalanistas somos los valencianistas. Lo hemos sido cuando era arriesgado y nadie quer¨ªa serlo, sobre todo los que ahora se imponen con su fuerza en los medios de comunicaci¨®n, con el apoyo de quienes detentan el poder, con -la descarada -y, bien mirado, l¨®gicaayuda de las instancias centralistas, cuya naturaleza es integradora y no autonomizadora. Mucho menos autodeterminadora. Y para lograr que la identidad se recupera y, desde ella, en funciones, se sea lo que la mayor¨ªa quiera, una mayor¨ªa con conocimiento de causa nacional, no podemos admitir la invenci¨®n de la historia.
Para unos, entre los ¨²nicos valencianistas a los que se les puede aplicar esa militancia, es decir, los catalanistas, eso de los Pa¨ªsos Catalans que el se?or Attard dice que le parece un anschluss -lo cual ¨¦l sabe muy bien que no es cierto- es s¨®lo el reconocimiento de un pasado hist¨®rico com¨²n, con una cultura com¨²n derivada de un idioma com¨²n. No van pol¨ªticamente m¨¢s all¨¢. Se quedan en ?autonomistas? y, en todo caso, creen que el proceso podr¨ªa quedar abierto por si llega a adquirir alg¨²n d¨ªa una din¨¢mica que lo contin¨²e; para otros, es un proyecto pol¨ªtico; para m¨ª, por ejemplo, que, desde luego, pasa por la suficiente conciencia nacional como para que se pueda traducir en votos mayoritarios. Lo cual va para largo, desde luego, para muy largo. Pero tambi¨¦n va para muy largo alcanzar una sociedad socialista, por ejemplo, y no por eso los socialistas renuncian -renunciamos- a ella, sea cual sea el grado de socialismo al que cada cual aspire, es decir, el grado de transformaci¨®n de la sociedad a que cada cual crea que se puede y debe llegar. Y la mayor parte no creemos que los Pa¨ªsos Catalans deban dejar de ser plurales, como lo han sido, y aspiramos a una confederaci¨®n de todos ellos, que, desde luego, est¨¢ prohibida por la Constituci¨®n. Pero ya se comprende que no es en el marco de ?esta? Constituci¨®n donde tales cosas pueden llegar a ocurrir.
Los "porqu¨¦s"
Y si no hay nada m¨¢s que eso detr¨¢s de la cuesti¨®n de los Pa¨ªsos Catalans, ?por qu¨¦ est¨¢ tan envenenada? Porque existe una manipulaci¨®n indudable. La de las afirmaciones que he resumido al principio sobre una historia inventada -y por aficionados, que es lo m¨¢s curioso, porque ni siquiera se han tomado el posible trabajo de ?montarla? con alguna apariencia acad¨¦mica-, y cuyo objeto no es otro que impedir que nos reconozcamos en nuestra propia identidad. Se trata de mantener al Pa¨ªs Valenciano en los m¨¢rgenes dominables de un ?regionalismo bien entendido? que se alimente con satisfacciones viscerales, sobre el color de una franja en la ?senyera?, para diferenciarnos. de los ?catalanes ?, que se quieren apropiar de una literatura cl¨¢sica escasamente divulgada -que no divulgan quienes afirman tales cosas-, un idioma que no ense?an, etc¨¦tera. La explicaci¨®n es, por consiguiente, bien sencilla. Contra las evidencias, contra los testimonios cient¨ªficos indiscutibles, justamente por eso, porque no son discutibles, se manipulan argumentos que pongan en marcha las v¨ªsceras y no la raz¨®n. Con eso y con no permitir que los catalanistas hablemos, ?esperan resolver el problema? Se equivocan si lo creen. Ganamos terreno. Nos vamos abriendo paso. ?Ser¨¢ porque tenemos m¨¢s raz¨®n? Cuenta mucho, entre otras cosas, que, a pesar de que las burocracias de los partidos de la clase obrera ponen frenos -y a veces m¨¢s que eso-, sus bases y algunos de sus dirigentes ven m¨¢s claro. Porque funciona un mecanismo elemental, muy l¨²cido, que consiste en ponerse al otro lado del que ocupa el enemigo de clase. Y, por ahora, en la clase dominante, lo que cuenta no es la pulcritud hist¨®rica, sino la manipulaci¨®n. Esa tendenciosidad manifiesta es un favor que nunca podremos pagar. Porque la clase dominada, en estos asuntos, que se expresan gr¨¢ficamente con s¨ªmbolos, himnos, denominaciones, etc¨¦tera, no ha hecho m¨¢s que una cosa que le es muy propia: abrir los ojos y mirar. La evidencia se ha impuesto.
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