Mercedes Sosa, la belleza del canto popular
Ayer finalizaron los recitales madrile?os de la cantante argentina Mercedes Sosa. Hace ya tres a?os estuvo en Espa?a, pero sus actuaciones no alcanzaron la capital. En esta ocasi¨®n, el Alcal¨¢-Palace suspendi¨® la proyecci¨®n de una pel¨ªcula sobre Vietnam (El cazador) para dejar sitio a una voz antiimperialista.Mercedes Sosa surg¨ªa sobre el escenario enfundando su humanidad en un poncho azul y blanco, los colores de un pa¨ªs que hace un a?o abandon¨® para trasladarse a Par¨ªs. No era la presencia tonante de otros cantantes populares, ella misma afirma que no va de exiliada, porque puede vivir all¨¢. Pero no la dejan cantar, y aunque ella no lo diga, para un cantor ese es un alejamiento tan penoso como el f¨ªsico.
Pero, en fin, all¨ª estaba con un guitarrista, sentada de forma nada dram¨¢tica sobre una silla, relajada, abriendo la voz para cantar Camino y piedra, de Atahualpa Yupanqui, para cantar a Viglietti, a Zitarrosa, a Horacio Guaran¨ª, a C¨¦sar Isela o Mar¨ªa Elena Walsh. Por ella pasa el canto de una Am¨¦rica que en demasiados casos ha tenido que dejar su tierra y que busca casi desesperadamente que alguien la escuche. ?All¨¢ no tengo la audiencia, tengo yo que ir a buscarla. Ac¨¢ siempre est¨¢n ustedes.?
No puede decirse que el recita de Mercedes Sosa tuviera una gran originalidad en su montaje. Casi todas eran canciones muy conocidas, hitos que casi todos los presentes hab¨ªan coreado alguna vez, bajo el peso de otras circunstanclas, animando con ellas una clandestinidad omnipresente y unas esperanzas en aquel entonces lejanas.
Sin embargo, la previsibilidad del recital no frenaba la progresi¨®n que se iba engendrando en ¨¦l. Mercedes Sosa iba cant¨¢ndolo todo con una voz asombrosa, una voz que cambiaba como un disfraz adapt¨¢ndose a cada canci¨®n, poni¨¦ndose al servicio de ella, y no al contrario. No parec¨ªa estar all¨ª para lucirse, sino para exponer la belleza de unas composiciones que parieron otras sensibilidades. Porque este era uno de los temas, o mejor, de las palabras que afloraban una y otra vez desde la bocana del escenario: ??Qu¨¦ canci¨®n tan bella!? Cuando Mercedes Sosa anunci¨® la carta de Violeta Parra lo hizo ligando su contenido solidario con la sensibilidad y la belleza que transmite. No se limit¨®, como es costumbre, a convertir en simple panfleto lo que es mucho m¨¢s, no tomaba por imb¨¦ciles a unos oyentes que saben lo que es la solidaridad sin que se les rega?e como a cr¨ªos. Para la segunda parte salieron m¨¢s m¨²sicos, y ella, con un poncho negro y rojo. Se iba emocionando (o eso parec¨ªa), sonre¨ªa, disfrutaba como una loca, tal vez por ver que los dem¨¢s disfrutaban igualmente. Y sigui¨® cantando con una sensibilidad asombrosa, ajustada, impulsada unas veces por la ternura y otras por el rechazo de la injusticia.
En conjunto, fue un gran recital que ahora seguir¨¢ en otras ciudades de la Pen¨ªnsula y, ?por fin!, de las islas Canarias. Mercedes Sosa se plant¨® en Madrid para recordarnos lo que es la canci¨®n suramericana m¨¢s all¨¢ del folklorismo manido, del oportunismo y de los maximalismos con que se pretenden defender (siempre en monopolio) la negra etapa de unos pueblos que hicieron surgir un canto que antes no pod¨ªamos escuchar y ahora les est¨¢ vedado a ellos mismos. No s¨®lo fue un bello recital; fue toda una lecci¨®n.
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