Un teatro al margen
Antes de ganar la inmortalidad Cervantes debi¨® de parecer en muchos aspectos un hombre anticuado para sus contempor¨¢neos. Un viejo liberal desenga?ado ante j¨®venes fan¨¢ticamente absolutistas, el h¨¦roe melanc¨®lico de una revoluci¨®n abortada ante unos mozos cuyas energ¨ªas deseaban quemarse en la disciplina que deja ociosas a las conciencias. Tal cosa debi¨® suceder porque Cervantes era un esp¨ªritu del Renacimiento y no del Barroco. Por ello afirmo que Los ba?os de Argel es una comedia singular y no hay en ella ni rastro de la tiran¨ªa dom¨¦stica del Barroco espa?ol, con su conceptismo reverencioso y su patriotismo en jaculatorias. Es s¨®lo teatro cat¨®lico y humanista en el m¨¢s amplio sentido.Cervantes, miliciano ejemplar, un h¨¦roe de las armas y de las letras, que no visti¨® jam¨¢s la sotana acomodaticia de los dramaturgos barrocos espa?oles, dio, sin embargo, en la cultura espa?ola la nota m¨¢s alta de justicia, de claridad y de perd¨®n. El simplemente cat¨®lico Cervantes concedi¨® a la vida un perd¨®n que la Iglesia de su tiempo era incapaz de concebir.
Fija la vista en la estimulante figura de don Juan de Austria -rom¨¢ntica como la de un bello bastardo imaginado por Shiller-, Cervantes debi¨® de so?ar con el retorno a otra Espa?a muy diferente de la que se encontr¨®. Y ?qu¨¦ desconsuelo! A la luz del interminable crep¨²sculo escribi¨® El Quijote. Y tras el impensado ¨¦xito de su primera parte, retoc¨® y entreg¨® al empresario Gaspar de Porres estos Ba?os de Argel, primer y juvenil esbozo de una obra maestra: la Historia del capit¨¢n cautivo, prodigio de humana ambig¨¹edad y tambi¨¦n de humana piedad en la que viene, finalmente, a decirse esto: ning¨²n dogma religioso o pol¨ªtico excusa el mal que podemos infligir a nuestros semejantes, y a¨²n peor si estos semejantes ?nos aman?, como Agi Morato amaba y cre¨ªa en su hija. Como Shakespeare, Cervantes no puede dejar de ver las cosas por el haz y por el env¨¦s. La soluci¨®n hall¨¦mosla en el fondo de nuestra conciencia y en el valor de hacernos due?os de nuestra vida, elegir, decidir... Porque tampo co Zara puede renunciar a ser cris tiana -o, por lo menos, a ser ?ella misma?- por pura ?delicadeza?. Mas Los ba?os de Argel pertenece a un clima esperanzado y en¨¦rgico anterior al ?desencanto?, teatro de formas abiertas y que a¨²n no ha dado por buena ninguna preceptiva. Por lo cual todo en ¨¦l puede ser posible: el melodrama rom¨¢ntico, la ?pel¨ªcula de aventuras?, el documental de costumbres ex¨®ticas; una fastuosa y poderosa fiesta renacentista, lejos de esas ecuaciones esc¨¦nicas con seis o siete personajes locuaces, dispuestos a convencernos, por v¨ªa de entretenimiento y ?divertimiento?, de lo pr¨¢ctico y reposado que es aceptar el dogma impuesto por los m¨¢s fuertes.
Aunque ?pobres de esos fuertes! re¨ªan que Lepanto lo hab¨ªan ganado ellos o el esp¨ªritu de la Contrarreforma, cuando en realidad esa batalla fue ganada por las maravillosas conciencias de Miguel Angel, de Shakespeare, de Cervantes; conciencias libres, aventureras y cr¨ªticas. Y sobre todo Cervantes pertenece a esa forma de madurez espiritual que llamamos ?modernidad? y acaso por ese insobornable fondo de su conciencia frente a la inmoderada reprimenda dogm¨¢tica no fue el extraordinario dramaturgo que tambi¨¦n hubiera podido ser. Mas hoy creo que hay que cuidar de su teatro porque en ¨¦l apunta un ?siglo de oro que no se realiz¨®?. Y esto es importante.
Repito, pues, que Cervantes es ?moderno? y que por ello puede ser interrogado por nosotros, por e teatro de hoy, seguros de que su respuesta nunca ser¨¢ parcial, sino relativa y ambigua; es decir, humana. El irreductible Cervantes no sirvi¨® a ninguna propaganda. Tuvo el don de propagar con valent¨ªa y cautela a partes iguales sus propias ideas. Eticamente defendido por un cristianismo de corte erasmiano puso su espada y su pluma al servicio de cuanto le pareci¨® justo. Bien es cierto que un clima de tard¨ªo Renacimiento le abri¨® en su juventud un escenario, un campo de acci¨®n que hoy llamamos Europa. Un escenario con salidas africanas y asi¨¢ticas, con ventanas hacia misteriosas y profundas culturas. Pudo ser espectador de la belleza y la miseria del mundo; espectador de las fastuosas ceremonias teatrales vaticanas y v¨ªctima de las c¨¢rceles o ba?os argelinos. Algo comparable hoy d¨ªa al conocimiento de los campos de concentraci¨®n y del m¨¢s refinado hedonismo capitalista. Por ello el orden barroco en la Espa?a de Felipe III pudo ser para ¨¦l un factor determinante, a la vez, de su pesimismo y de su creencia en el hombre como ?recept¨¢culo de esperanzas?.
Los ba?os de Argel es un collage interesante, una fuente de apasionantes problemas que arrojan una luz ins¨®lita sobre nuestra historia y nuestra sociedad. ?Qu¨¦ ha sucedido entre la escritura de Los ba?os de Argel y la dominada abstracci¨®n y simetr¨ªa de La dama duende? ?Por qu¨¦ en Los ba?os de Argel se desarrolla paralelamente un argumento de corte bizantino con entrecruzamiento de amorosas parejas -por cierto, sin ning¨²n prejuicio racial- y la exposici¨®n de un isl¨¢mico campo de concentraci¨®n llamado ?ba?o del Rey?? ?Por qu¨¦ no se ha profundizado en el concepto de fiesta teatral renacentista que domina en esta comedia y su eminente sentido ?teatral? y Popular, en donde una danza, un desfile -es decir, una imagen- se sustituye a la pura imagen verbal? Puesto su teatro en pie, aquella creencia de Cervantes en el teatro, que tan ingenua se supuso, no nos defrauda. Por el contrario, nos sorprende.
Es curioso, pero como antiguo y disimulado brechtiano confieso que no me ha sido demasiado dificil darle su libertad dentro del sistema concebido por Brecht para el teatro ¨¦pico, con su juego de cortinas y su decorado fragmentario. Porque, al fin, todo parece resuelto hoy para dar corporeidad a un teatro coral, sin protagonismos destacados y con un dinamismo de situaciones e im¨¢genes que el realismo burgu¨¦s no pudo resolver. Mejor o peor, ojal¨¢ que mi trabajo sirva para mejor evidenciar las ocultas virtudes de un teatro que se desde?¨® por no haber sabido ni querido entrar en el molde que la Espa?a barroca le impuso a sus poetas teatrales y cuya perfecci¨®n parece decantarse en el alambique de la angustia.
Babelia
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