El Estatuto de los trabajadores
Vot¨¦ s¨ª a un Estatuto de los Trabajadores que considero sensiblemente mejorado por los incansables trabajos de la Comisi¨®n y, aIgo menos, por un largo Pleno que casi no ha aceptado nada que viniera de Coalici¨®n Democr¨¢tica -excepto un par de enmiendas y algunas transaccionales que han demostrado ¨²nicamente nuestra buena voluntad transaccional-; y temo que no ha aceptado el Pleno algunas enmiendas, pese a su indiscutible bondad, precisamente porque ven¨ªan de CD. Perd¨®n, he dichoindiscutible y ya me arrepiento. Nada es indiscutible, pues los liberales aceptamos siempre la discusi¨®n y hasta padecemos la angustia de pensar que, a pesar de todo, quiz¨¢ es el otro quien lleva raz¨®n y nosotros los que nos equivocamos. Quiero decir que no somos fan¨¢ticos ni pensamos estar en posesi¨®n de toda la verdad.
El Estatuto de los Trabajadores no es un tratado de paz, pues no concebimos el trabajo y la producci¨®n como una guerra, sino como una gigantesca tarea indispensable para el proceso de la sociedad. Parece como si existiera una alergia hacia la palabra ? productividad ?, como si fuera un vocablo reaccionario. No lo es. Las palabras son siempre neutras: es el uso que se hace de ellas y la manera de sostener las ideas lo que les quita la neutralidad, lo que las despoja de su inocencia.
Coalici¨®n Democr¨¢tica piensa, a grandes rasgos, que sin productividad, sin beneficio, sin disciplina laboral no existe empresa y no existe vida econ¨®mica. Al denostado beneficio, yo s¨®lo he escuchado en la C¨¢mara de,Diputados defenderlo con acierto al se?or Tr¨ªas Fargas: si otros lo han hecho, les pido perd¨®n, pero yo no lo recuerdo. Y el beneficio es necesario: aqu¨ª no hay ya mecenas dispuestos a perder dinero: la ?productividad? no es de derechas ni de izquierdas -t¨¦rminos, por otra parte, que aparecen en el vocabulario pol¨ªtico hace muy poco tiempo, quiero decir menos de doscientos
El Estatuto de los Trabajadores a?os, precisamente en la ¨¦poca de la Revoluci¨®n Francesa-. La productividad no es, pues, de derechas ni de izquierdas: es un concepto cient¨ªfico b¨¢sico en la econom¨ªa moderna como lo es el ?beneficio?, o el ?rendimiento?, o ?los costos?, o el ?sistema tecnol¨®gico de producci¨®n?. El Estatuto es un c¨®digo, laboral, el c¨®digo por excelencia, pero no debe ser considerado aisladamente, sino dentro de un contexto general econ¨®mico.
Por eso lo hemos aceptado globalmente; no somos reduccionistas. El todo es distinto a la suma de las partes que lo integran: el az¨²car se compone ¨²nicamente de carbono, ox¨ªgeno e hidr¨®geno. No hay nada m¨¢s y nada menos en ¨¦l. ?De d¨®nde le viene el gusto dulce? Ninguno de los elementos que lo forman tiene sabor dulce y el mismo az¨²car dejar¨ªa de tenerlo si cambi¨¢ramos los porcentajes de los tres ¨²nicos elementos que lo forman.
El voto por correo; la jubilaci¨®n del empresario, que es tan trabajador como el mismo trabajador: los contratos parciales que pueden, atenuar el paro, la preocupaci¨®n por el desempleo de los j¨®venes, sitqaci¨®n dram¨¢tica que tantas veces conduce a la delincuencia; la supresi¨®n de la embriaguez del trabajador, si no es habitual y tan s¨®lo si repercute negativamente en su trabajo como motivo de extinci¨®n del contrato; la adecuaci¨®n de la cotizaci¨®n de la Seguridad Social a las horas de trabajo, y muchas cosas m¨¢s, son enmiendas que yo califico de progresistas en el buen sentido de la palabra, y que hemos introducido en el proyecto. No hemos tenido ¨¦xito, en cambio, en la defensa del empresario agr¨ªcola, ni en la creaci¨®n de un tercer colegio, ni en que se consideren ofensas graves las dirigidas a los muertos queridos.
Coalici¨®n Democr¨¢tica ha pretendido, entre, bromas y veras, desdramatizar un problema serio y hasta tr¨¢gico, pues la -verdadera tragedia se da cuando hay contradicci¨®n de derechos opuestos. Cuando se trata de maniqueismo, cuando hay buenos y malos, existeuna figura melodram¨¢tica, no tr¨¢gica, sirve tan s¨®lo, para el follet¨ªn o para la demagogia.
El Estatuto no debe ser una bandera de partido, de sindicato o de clase, sino un ¨¢mbito de funcionamiento de la producci¨®n dentro de una econom¨ªa avanzada y progresiva. El Estatuto es -debe ser- un factor m¨¢s de modernidad. Todo el proceso de la transici¨®n pol¨ªtica no ha sido, en esencia, sino un proceso para modernizar Espa?a, es decir, para superar los viejos conceptos del arca¨ªsmo pol¨ªtico. El Estatuto de los Trabajadores es -debe ser- una fase trascendental en esa modernizaci¨®n general del pa¨ªs.
Bien se me alcanza que muchos no pueden vivir ya sin repartir por las esquinas hojas ciclostiladas, o manifest¨¢ndose violentamente por las calles. Su contestaci¨®n se alimenta muchas veces de un odio radical a la vida. Quiz¨¢ no hayamos sabido ilusionarles y la culpa sea nuestra en gran parte. Pero dejemos esto ahora, no sin dejar constancia de que quienes les excitan a la ilegalidad y a la violencia incurren en una grave responsabilidad hist¨®rica que puede tener, adem¨¢s, funestas consecuencias para ellos.
H. G. Wells, en un apasionante libro publicado en 1934, El trabajo, la riqueza y la prosperidad, pronosticaba que la pr¨®xima lucha de clases se har¨ªa no contra los ricos, sino contra los capaces. Yo no s¨¦ si estamos ya en este estadio, pero quisieraqueno fueraas¨ªyque Wells se equivocara para siempre.
Perdone el lector que interrumpa mi discurso un momento y haga una peque?a disgresi¨®n algo personal. Al fin y al,cabo, Plat¨®n dej¨® en suspenso uno de sus m¨¢s hermosos di¨¢logos y explica la manera de asar un buey. Evidentemente, yo no soy Plat¨®n, pero tampoco voy a explicar c¨®mo se asa un buey: v¨¢yase lo uno por lo otro.
Quer¨ªa decir que, en el p¨®rtico de la negociaci¨®n del Estatuto, de los Trabajadores, ya en el Pleno, don Santiago Carrillo pidi¨® en un momento determinado medio minuto para contestar no s¨¦ qu¨¦, no viene al caso. Con todo el respeto que el presidente del Congreso me merece, pues s¨¦ que es un hombre bondadoso, comprensivo y tolerante, pienso que la situaci¨®n era pat¨¦tica. El natural bueno de su se?or¨ªa le inclinaba a concederle la palabra, pero se encontraba encorsetado por el reglamento. El se?or Carrillo repet¨ªa: ?Medio minuto nada m¨¢s. ? Lo ped¨ªa, lo suplicaba, lo imploraba, lo exig¨ªa, casi amenazaba: ?D¨¦me ese medio minuto.? La Calle estaba ya ardiendo y pocas horas despu¨¦s iban a ocurrir graves sucesos. El se?or Carrillo representaba un¨¢parte importante de la clase trabajadora, aunque no ,sea tanta como dicen, pues los trabajad¨®res sindicados no suman, entre todos, m¨¢s de un 18.%, entre todos los sindicatos, si yo no me equivoco. Pero en cualquier caso, medio minuto era mucho menos tiempo del que est¨¢bamos perdiendo en saber s¨ª los art¨ªculos del Reglamento eran galgos o podencos.
Yo comprend¨ªa al se?or Carrillo y, que me perdone el se?or presidente, estaba m¨¢s cerca de ¨¦l, porque yo estoy m¨¢s cerca de los hombres que de los reglamentos. Me ven¨ªan ganas de gritar desde mi esca?o: ?Quedaros con las leyes, los c¨®digos, las ordenanzas, los reglamentos; pero dejarnos la palabra, la lengua viva, la escritura hablada: dejadnos la poes¨ªa y el verbo. ?
Por eso, porque creemos todavia en el hombre, porque creemos en la palabra, porque queremos una Espanal que sea patrimonio de todos y no de clase alguna en exclusiva, hemos apoyado, mejor¨¢ndolo, un Estatuto de los Trab¨¢jadores que confiamos sirva para crear nuevos puestos, de trabajo y racionalizar unas relaciones que pueden y deben ser tensas, porque sin tensiones la, sociedad no avanza y se anquilosa, pero que yo quisiera fueran siempre civilizadas.
El trabajo era una maldici¨®n en la vetusta tradici¨®n b¨ªblica. En los reg¨ªmenes autoritarios se considera, ret¨®ricamente, como un honor. En una democracia industrial desarrollada, como es la Espa?a actual, el trabajo es, ni m¨¢s ni menos, e motor esencial de la vida colectiva.
Antonio de Senillosa es diputado de CD por Barcelona.
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