La universidad del exilio
Al t¨¦rmino de nuestra guerra, m¨¢s de la mitad del profesorado de las doce universidades entonces existentes qued¨® separado de la universidad espa?ola y totalmente inutilizado para una pronta recuperaci¨®n. Era la universidad de 1936, en la que apuntaba con brillante luminosidad la promesa de una nueva ¨¦poca de oro para el pensamiento y el esp¨ªritu espa?oles.Sea mi primer recuerdo emocionado para los maestros y compa?eros que, sin haber podido salir de Espa?a, perdieron su vida, su libertad o su salud por haber formado parte -con una firmeza y una convicci¨®n que hoy se echan de menos- de aquella aurora intelectual que empezaba a lucir en el horizonte universitario espa?ol. Una parte significativa de los compa?eros que quedaron en la tierra y en la burocracia oficial, privados de libertades fundamentales o limitados en su ejercicio, en la intimidad de su vida espiritual, s¨®rdidamente oprimida, so?aba con el alba de las luces y esperaba la desaparici¨®n de las nubes que la oscurec¨ªan.
La mayor¨ªa de los definitivamente incapacitados nos alejamos de la tierra para disfrutar de la libertad y nos distribuimos por el mundo. Pocos quedaron en pa¨ªses europeos; los m¨¢s fuimos al continente americano en busca de la comunidad en la lengua y en la historia. Con singular emoci¨®n debe destacarse la generosidad y la grandeza de la acogida mexicana a todos los sectores de la emigraci¨®n pol¨ªtica. lo que facilit¨® una gran concentraci¨®n de universitarios en ese M¨¦xico -primero en tantas cosas- que gan¨® por m¨¦ritos propios el indiscutible t¨ªtulo de primero en la fraternidad hispanoamericana. Como una gesti¨®n de elevada calidad debe recordarse la del presidente colombiano don Eduardo Santos, ayudado por su ministro Germ¨¢n Arciniegas, que llevaron, a Colombia una pequena, pero muy valiosa, selecci¨®n de universitarios emigrados. En distintas ¨¦pocas y por diversas gestiones se logr¨® tambi¨¦n una meritoria concentraci¨®n de universitarios en Venezuela.
Sin pretender haber creado un s¨®lido bloque ni una r¨ªgida organizaci¨®n -en contra del aut¨¦ntico esp¨ªritu universitario, diverso y abierto-, cabe decir que una de las corporaciones de la emigraci¨®n pol¨ªtica que ha mantenido mayor cohesi¨®n y comunicaci¨®n entre sus miembros, como un s¨ªmbolo de la universidad del exilio, ha sido la Uni¨®n de Profesores Universitarios Espa?oles en el Extranjero (UPUEE). Fundada en Par¨ªs el mismo 1939. tuvo su consagraci¨®n internacional en 1943, al reunirnos en la- Universidad de La Habana, por invitaci¨®n de sus autoridades, y funcion¨® a plenitud en la sede de M¨¦xico.
Conscientes de que ¨¦ramos cuerpo a extinguir (y estamos a punto de cumplir la extinci¨®n total), los supervivientes de aquella corporaci¨®n todav¨ªa nos reunimos en M¨¦xico bajo la presidencia del ¨²ltimo rector de la Universidad de Valencia, don Jos¨¦ Puche. En aquella plet¨®rica fase inicial. durante la d¨¦cada de los cuarenta, estuvimos publicando un sencill¨ªsimo bolet¨ªn informativo en el que, durante varios
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a?os, dimos la prueba de que la universidad espa?ola de 1936 estaba viva y completa, activamente trabajando y publicando... fuera de Espa?a, dispersa por el mundo. Por aquellos tiempos, el rector de la Universidad de Panam¨¢, a la saz¨®n don Octavio M¨¦ndez Pereira, visit¨® a la UPUEE en M¨¦xico para negociar directamente con nosotros la incorporaci¨®n a la universidad paname?a de numerosos miembros de la universidad del exilio. De todo ello doy fe como el secretario de la UPUEE que ha durado m¨¢s tiempo, en raz¨®n de ser el benjam¨ªn del escalaf¨®n de numerarios titulares de entonces.
En esa primera ¨¦poca disfrutamos el privilegio de estar presididos por la figura m¨¢s venerable y venerada, don Ignacio Bol¨ªvar Urrutia, sucesor de Cajal en la presidencia de la Junta, fundador y constructor del Museo de Ciencias Naturales y de toda la escuela de naturalistas, que, en su mayor parte, emigr¨® con el maestro. Cuando don Ignacio inicia la emigraci¨®n con 89 a?os y los periodistas franceses le interrogan con asombro sobre sus planes para un exilio americano a tan avanzada edad, la sobria respuesta ha quedado registrada en la historia: ?Morir con dignidad.? Cada vez que salen a relucirla ruina y el deterioro actual de los grandes exponentes de aquella memorable escuela de naturalistas -el museo, all¨¢ en la Castellana, y el valioso Jard¨ªn Bot¨¢nico- que con tanta reiteraci¨®n han ocupado recientemente las p¨¢ginas impresas para darnos noticia de su deplorable abandono al cabo de cuarenta largos a?os. no podemos dejar de dedicar un sentido recuerdo a la memoria de aquel don Ignacio que, al final de una larga y fecunda vida en servicio de Espa?a, tuvo que salir de su patria para morir con dignidad.
En ciertos compa?eros, pocos, pero muy eminentes, las ra¨ªces en la tierra tiraron de ellos con tal fuerza que se arriesgaron a un pronto regreso. As¨ª, don Jos¨¦ Ortega y Gasset, cuya indiscutible autoridad en el pensamiento espa?ol contempor¨¢neo no fue suficiente para merecer la reposici¨®n en la vida universitaria, a pesar de los a?os que estuvo presente en la Pen¨ªnsula esperando dignamente tan elemental reparaci¨®n. El entierro de Ortega congreg¨® a toda la intelectualidad espa?ola de esp¨ªritu abierto para acompa?ar por ¨²ltima vez al profesor de filosof¨ªa que ense?aba con su digno ejemplo la lecci¨®n magistral de que morir en Madrid, en la d¨¦cada de los cincuenta, ten¨ªa tanto sentido pol¨ªtico como la muerte del naturalista Bol¨ªvar fuera de Espa?a, en la d¨¦cada de los cuarenta. El mismo sentido que tuvo la muerte violenta en 1936 de dos rectores de universidad: Leopoldo Alas, en Oviedo, y Salvador Vila, en Granada. Al eminente civilista asturiano Leopoldo Garc¨ªa Alas Y Garc¨ªa Arg¨¹elles le dedicar¨ªa a?os m¨¢s tarde su poema sobre la corona c¨ªvica el multigalardonado poeta y compa?ero universitario Jorge Guill¨¦n. desde su exilio en Boston, y se lo dedicar¨ªa como legalmente asesinado. La muerte del arabista Salvador Vila caus¨® tan gran consternaci¨®n a su maestro de Salamanca, don Miguel de Unamuno, que acaso fuese el episodio que m¨¢s influyera en las ¨²ltimas y grandiosas actuaciones del rector de Salamanca.
La mayor parte de los miembros de aquella universidad del exilio de 1939 han fallecido y los supervivientes rebasan la edad de jubilaci¨®n. Como s¨ªmbolo de lo mucho que hemos dejado por el mundo, baste recordar que en M¨¦xico est¨¢r enterrados tres antiguos rectores de la Universidad de Madrid y otros tantos de la de Barcelona. Para. quienes conciben la historia como una haza?a de la inconformidad, es evidente que la universidad del exilio ha contribuido a hacer historia; una historia que merece ser recogida en. forma minuciosa y completa. Por la labor que est¨¢ realizando en este sentido, merece nuestra gratitud Jos¨¦ Luis Abell¨¢n.
En estos momentos no me atrever¨ªa a pedir la palabra s¨®lo para relatar una historia, por muy valiosa y emotiva que sea. Al recoger un pensamiento acad¨¦mico y una experiencia universitaria que nunca han dejado de vivir en libertad y cuyo aliento puede contribuir a vivificar la universidad espa?ola hay que destacar la circunstancia de que. mientras se iba extinguiendo la corporaci¨®n universitaria del exilio, iban surgiendo oleadas de j¨®venes universitarios formados -e incluso nacidos- fuera de Espa?a, pero con fuertes ra¨ªces espa?olas. por ser hijos, nietos o biznietos de aquella emigraci¨®n de 1939. Concentrados en buena parte en pa¨ªses hermanos, constituyen un riqu¨ªsimo patrimonio espiritual espa?ol. De una manera o de otra, Espa?a debe hacer algo por evitar que se pierdan esas ra¨ªces. Estas j¨®venes generaciones no s¨®lo representar¨¢n un est¨ªmulo revitalizante para la universidad espa?ola, sino que deben constituir el mejor v¨ªnculo para fortalecer las relaciones fraternales (hay que olvidar todo vestigio de paternidad) con la comunidad en la lengua y en la historia, de tal manera que !nos permita construir los fundamentos intelectuales de ese mundo hisp¨¢nico que est¨¢ llamado a desempe?ar funciones importantes -as¨ª, unido espiritualmente- en este confuso y controvertido mundo del futuro.
Somos unos convencidos de que los pa¨ªses que figuran a la vanguardia del progreso y de la civilizaci¨®n son el fruto del esfuerzo y de la capacidad de sus graduados de estudios superiores. muy por encima de otras causas. Cuando se atribuye ese papel a la potencia econ¨®mica. a la riqueza natural, a la fuerza militar, al sentimiento religioso o al poder de las masas organizadas se olvida que si de verdad alguna de esas causas aparece con primac¨ªa es porque se halla dirigida por los cerebros m¨¢s doctos. La superaci¨®n cualitativa y cuantitativa en la forja de los universitarios es una empresa nacional que debe interesar a todo ciudadano. Si tuvi¨¦ramos acierto en despertar ese inter¨¦s generalizado en los problemas universitarios, como una gran obra aut¨¦nticamente nacional que a todos nos pertenece, sac¨¢ndola de los oscuros confines del tecnicismo y de las estrechas covachuelas del papeleo, acaso se pudiera contribuir a elevar la vida espa?ola en cierta decorosa medida.
Por todo ello, con el recuerdo y la experiencia de la universidad del exilio y con el aliento estimulante de la juventud de all¨¢ y de ac¨¢, pedimos la palabra para empezar preguntando: ?Se puede renovar la vida universitaria?
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