El Salvador, hacia la guerra civil
LA JUNTA de Gobierno de El Salvador se debilita por momentos; con ella se diluye una posibilidad centrista y moderada, y el esfuerzo de la Democracia Cristiana, que busca en estas mismas horas recuperar una credibilidad perdida, haciendo declaraciones de condena a la brutalidad polic¨ªaca, ordenada, a su vez, por los militares cegados, una vez m¨¢s, como es frecuente en Centroam¨¦rica y en general en los pa¨ªses de gran debilidad econ¨®mica, pol¨ªtica y social, por el fulgor del poder y la fuerza. Es desesperante ver c¨®mo, una vez m¨¢s, y no va a ser la ¨²ltima, lo que se ve con la claridad de una raz¨®n distante y con perspectiva se desperdicia en el lugar del drama.Un empuje popular movi¨® al viejo poder olig¨¢rquico y militar que representaba el general Romero, en octubre del a?o pasado; se pod¨ªa esperar que la nueva Junta, que ped¨ªa un apaciguamento para reanudar -o, pr¨¢cticamente, inventar- el poder civil y evitar un destino de sangre y guerra civil, consiguiera por lo menos la neutralidad de fuerzas que hab¨ªan probado ya el sabor de lo imposible. Pero los propios militares, excluidos en un propio, sostuvieron, Con sus armas, lo que consideraban sus derechos; apartaron a los militares liberales -o simplemente convencidos de que la conveniencia del pa¨ªs deb¨ªa pasar por una reforma- y recuperaron puestos de mando.
La Democracia Cristiana ha representado, como otras veces en Am¨¦rica, un ingenuo papel de aprendiz de brujo, poniendo en marcha o amparando fuerzas que escapaban a sus ensalmos y conjuros; como ya le sucedi¨® en Chile, con su apoyo a un pinochetismo que no tardar¨ªa demasiado tiempo en engullirla. En este caso, ha albergado y amparado al coronel Garc¨ªa, ministro de Defensa en la Junta; y el coronel Garc¨ªa ha construido grupos paramilitares de corte fascista, ha mantenido unas fuerzas polic¨ªacas y militares de represi¨®n capaces de disparar, como lo han hecho, y a su ¨®rdenes, sobre una manifestaci¨®n desarmada; capaces de asaltar a sangre y fuego el propio edificio de la Democracia Cristiana; y no s¨®lo para desalojar el edificio, sino para asesinar -seg¨²n los relatos de los testigos y de los periodistas- a quienes se hab¨ªan entregado.
Ahora, ayer mismo, los miembros democristianos de la Junta se hac¨ªan las cruces habituales ante lo sucedido, denunciaban la brutalidad y trataban de distanciarse del grupo militar, con la esperanza de que no sea demasiado tarde para salvarse a s¨ª mismos de la complicidad con el poder; y lo que, objetivamente, parece m¨¢s importante: para poder seguir ofreciendo una posibilidad de mediaci¨®n, de interregno, que evite lo que parece inevitable: una guerra civil.
Fue la guerra civil la que evit¨® el general Romero -ayudado en su comprensi¨®n del problema por el Departamento de Estado de Estados Unidos y por los consejos de los pa¨ªses liberales de la zona- al marcharse el 15 de octubre; la misma guerra civil que han resucitado sus sucesores. No parece ya que queden otras alternativas que las del enfrentamiento armado entre el Ej¨¦rcito, dividido seriamente, y las milicias revolucionarias, que no han dejado de demostrar continuamente su capacidad de acci¨®n. No convendr¨ªa confundir el crecimiento de estas Ligas Populares con una supuesta debilidad democr¨¢tica de la Junta; por el contrario, los ¨²ltimos a?os, en plena fuerza del general presidente Romero, las acciones guerrilleras y las ocupaciones de edificios en la capital han sido continuas. El recrudecimiento de los ¨²ltimos meses se ha producido como consecuencia del fracaso de la Junta de proceder a una verdadera democratizaci¨®n del pa¨ªs y ofrecer unas posibilidades de equilibrio social.
En medio de este volc¨¢n est¨¢, ocupada por los guerrilleros, cercada por las fuerzas del coronel Garc¨ªa, nuestra embajada y cuatro rehenes. Hay que pensar que solamente el vigor de respuesta del Gobierno espa?ol y la enorme repulsa internacional ante el acto de salvajismo de Guatemala ha impedido ya un asalto semejante a la embajada de Espa?a en El Salvador. Todav¨ªa puede suceder. Podr¨ªa esperarse una ¨²ltima sensatez del poder f¨¢ctico evitando una tragedia en nuestra embajada; pero este hecho, como cualquier otro de los que est¨¢n ocurriendo en estos momentos en El Salvador, tiene una importancia de signo, de s¨ªntoma: cualquier desm¨¢n podr¨¢ siempre repetirse en pa¨ªses donde no est¨¦ firmemente establecido el poder civil y ¨¦ste tenga la fuerza propia suficiente para garantizar unas condiciones sociales y una independencia nacional que sean el fondo de la paz posible.
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