La pol¨ªtica de la bicicleta
?No tengo ning¨²n apego al poder. Si el partido quiere que me vaya me voy, pero no pienso dar un giro a la derecha.? Con estas escuetas palabras telef¨®nicas, Adolfo Su¨¢rez contest¨® anoche a las interrogantes sobre la crisis abierta en el partido del Gobierno. Los recientes fracasos de UCD en Andaluc¨ªa y el Pa¨ªs Vasco han sido los desencadenantes de la situaci¨®n. La vieja alianza de democristianos y falangistas en su versi¨®n moderna (Landelino Lavilla y Rodolfo Mart¨ªn Villa), alianza que tan bien funcionara durante el franquismo, se mueve de nuevo hacia las metas del poder. ?Es el momento de desmontar al hombre de la transici¨®n? UCD se ve aquejada de viejos males. Y la cuesti¨®n de las autonom¨ªas la ha puesto al borde del precipicio. Ya se habla de nerviosismo -otra vez- en los cuarteles, de presiones sobre el Rey, con el que ayer mismo cenaba el presidente del Gobierno. ?Cu¨¢l es la alternativa? ?Un gobierno de coalici¨®n, como Carrillo reclama? ?Es que ha llegado la hora del PSOE? ?O puede ser el turno de los paladines del antiguo r¨¦gimen? Una operaci¨®n meliflua, pero consistente, de parte de algunos generales -quiz¨¢ en la escala B- consistir¨ªa hoy en tratar de resucitar el cad¨¢ver pol¨ªtico de Torcuato Fern¨¢ndez Miranda. Otra operaci¨®n, posible pero improbable, ser¨ªa desmontar desde la propia UCD a un Su¨¢rez al que pintan, y no sin raz¨®n, rodeado de sus fieles en la Moncloa, atrincherado y solo ante las dificultades.Dentro de una semana el partido del Gobierno cosechar¨¢ de nuevo una nueva derrota en Catalu?a. El presidente del Ejecutivo saldr¨¢ el viernes hacia Barcelona a tomar parte en la campa?a de unas elecciones que se avecinan nada halag¨¹e?as para ¨¦l, sin Catalu?a, sin el Pa¨ªs Vasco, sin Andaluc¨ªa, Su¨¢rez terminar¨¢ siendo el presidente de las dos Castillas, dicen los socialistas. Arreglar¨¢ quiz¨¢ lo de Afganist¨¢n, pero, a la postre, no sabe qu¨¦ hacer en Huelva, espetan en el seno de la propia UCD.
Los resultados de los comicios en Euskadi y el refer¨¦ndum andaluz no son, sin embargo, los ¨²nicos indicativos, por m¨¢s que resulten los m¨¢s relevantes, de los errores gubernamentales. Este pa¨ªs supera oficialmente el 10% de parados respecto a la poblaci¨®n activa, y hay que a?adir a esas cifras, ya de por s¨ª desoladoras, casi medio mill¨®n de j¨®venes desempleados del primer trabajo. Las autonom¨ªas y la crisis econ¨®mica son hoy, pues, las dos ruedas de la inestable bicicleta sobre la que pedalea Adolfo Su¨¢rez. Su problema es que no puede pararse, pues se caer¨ªa.
Estas dos cuestiones, que afectan a la estructura del Estado y a las relaciones de propiedad, son ya hist¨®ricas entre nosotros. Aza?a dec¨ªa en los albores de la Segunda Rep¨²blica que, resuelta la ruptura pol¨ªtica respecto al r¨¦gimen mon¨¢rquico, la transformaci¨®n de la vida espa?ola pasaba por tres puntos: la cuesti¨®n auton¨®mica, la social y la religiosa. No es ajena esta ¨²ltima a las tensiones de poder que se aprecian en nuestro panorama, pero no es el momento hoy de referirse en profundidad a ella. Merece la pena en cambio detenerse un poco en el tema de las autonom¨ªas, que es el que est¨¢ desatando una crisis pol¨ªtica de tama?o tal que hace declarar por primera vez al presidente de UCD su prop¨®sito de abandonar si el partido no le apoya.
Ante todo, pienso que es preciso distinguir entre lo sucedido en Andaluc¨ªa y las elecciones vascas. El plebiscito andaluz no responde, diga lo que diga la izquierda, tanto a sentimientos de identidad nacional, como a una situaci¨®n social y econ¨®mica de verdadero empobrecimiento y caos. Las torpezas de UCD fueron tan enormes, adem¨¢s en el planteamiento de la cuesti¨®n, que aquello se dirimi¨® por un sofisma.
Quienes votaron s¨ª al art¨ªculo 151 votaron en realidad no a la prepotencia gubernamental, a los abusos del poder y al mantenimiento de una situaci¨®n pol¨ªtica que garantiza la pervivencia de las oligarqu¨ªas y la extensi¨®n del paro en toda la regi¨®n. Votaron tambi¨¦n s¨ª a Andaluc¨ªa, desde luego, pero no era Andaluc¨ªa lo que estaba en juego, sino un reto pol¨ªtico, al poder constituido aprovechado con habilidad y audacia por los socialistas.
El tema vasco ofrece perfiles muy diferentes. Quienes insisten en se?alar el nivel de abstenci¨®n ante las urnas como queriendo desvirtuar el significado de los resultados vuelven a practicar la pol¨ªtica del avestruz. Los sentimientos nacionalistas y hasta secesionistas est¨¢n amplia y hondamente arraigados en la poblaci¨®n vasca desde hace m¨¢s de un siglo y no son comparables las apetencias y razones de autogobierno que all¨ª anidan con las de la mayor¨ªa de las regiones espa?olas. En el Pa¨ªs Vasco, el voto al Parlamento ha definido bien claramente la opci¨®n nacionalista de la poblaci¨®n. No ha sido planteada adem¨¢s como un reto al modelo de sociedad supuestamente representado por UCD , sino como autoafirmaci¨®n de la decisi¨®n de cumplir al l¨ªmite con las posibilidades del Estatuto de Guernica. El v¨¦rtigo que ha sufrido la clase pol¨ªtica madrile?a despu¨¦s de este resultado es l¨®gico, pero inadmisible. Se debe a que nadie les ha explicado suficientemente que, en efecto, el Estado que estamos construyendo es el Estado de las autonom¨ªas, y resultar¨ªa absurdo que en unas elecciones al Parlamento vasco triunfaran precisamente los partidos sin vocaci¨®n vasquista. Esto lo apunt¨® con acierto la misma noche electoral Juan Mar¨ªa Bandr¨¦s, uno de los pocos pol¨ªticos profesionales y una de las cabezas mejor construidas con que cuenta nuestro Parlamento.
Las autonom¨ªas, en sus dos versiones, la del art¨ªculo 143 y la del 151 de la Constituci¨®n, con sus Parlamentos y sus Gobiernos, responden a una concepci¨®n expl¨ªcita del Estado espa?ol. En el seno de la Constituci¨®n no son una amenaza para ese Estado, sino su nucleaci¨®n fundamental, y .no viene a cuento rasgarse las vestiduras precisamente cuando por fin se pone a funcionar un proceso de autogobierno en Euskadi que puede, a medio plazo, pacificar el pa¨ªs y contribuir de forma notable a su recuperaci¨®n econ¨®mica.
Del pleno ejercicio de las autonom¨ªas y notablemente de la experiencia vasca y catalana dependen por eso la construcci¨®n del Estado democr¨¢tico y, en definitiva, la libertad y dignidad de los espa?oles. De que Andaluc¨ªa y otras regiones encuentren igualmente su capacidad de autogobierno, que pasa por la destrucci¨®n de los caciquismos locales y por la b¨²squeda de una identidad propia, y no mim¨¦tica respecto a otras nacionalidades, depende tambi¨¦n el futuro pol¨ªtico espa?ol a muy corto plazo.
El cambio es, sin embargo, tan cualitativo que resulta imposible de hacer si otras cosas fundamentales de la estructura del propio Estado no son reformadas, y de manera esencial la Administraci¨®n. Es absurdo querer construir un Estado basado en la tradici¨®n auton¨®mica, federalista o foralista de la unidad espa?ola y mantener una Administraci¨®n fuertemente centralizada, al estilo franc¨¦s, que es la que funciona, por mal que funcione, en este momento.
Se comprende, en cualquier caso, que los nost¨¢lgicos del antiguo r¨¦gimen tiemblen ante este fen¨®meno, que no amenaza con desmembrar al Estado, sino a un modelo de Estado preciso, ya desmembrado en muchas otras cosas, y que, pese a su supuesta unidad, en sus modelos de la restauraci¨®n y de la dictadura, no ha dejado de perder provincias y territorios ni de recular en la defensa de esa unidad tan predicada.
Se entiende menos, sin embargo, que las cr¨ªticas en el partido del Gobierno surjan precis¨¢mente a ra¨ªz de este contencioso. Uno esperaba ver a los barones ucedistas sublevarse contra la prepotencia del presidente en el ¨²ltimo congreso, contra el mantenimiento de una pol¨ªtica econ¨®mica descabellada, contra los retrocesos experimentados en la pol¨ªtica educativa o el uso de las libertades, contra lo sucedido en Televisi¨®n o las injerencias eclesi¨¢sticas en el derecho de familia, contra un cierto sistema de favoritismo y validos, que Su¨¢rez emplea en la gobernaci¨®n del pa¨ªs. Lo hacen, en cambio, a ra¨ªz de unos descalabros electorales absolutamente previsibles en el terreno auton¨®mico y al olfato de que los poderes institucionales -el Ej¨¦rcito, vamos- se ponen cada d¨ªa m¨¢s nerviosos con la cuesti¨®n vasca y catalana. Dicen que UCD ha comenzado as¨ª a romperse. Mentira, porque UCD no exist¨ªa como partido.
Su¨¢rez va a poner a prueba su talento en las pr¨®ximas semanas, precisamente no frente a su oposici¨®n pol¨ªtica natural, que es la izquierda, y de modo especial los socialistas, sino -frente a los mandarines de UCD y a las bases de su partido, inquietas por estos motivos. Pero la alternativa a Su¨¢rez no puede venir desde m¨¢s a la derecha, sino desde m¨¢s a la izquierda, y debe instrumentarse seria y razonablemente, como se ha hecho con los propios procesos auton¨®micos: en el marco de la Constituci¨®n.
Eso abre las especulaciones sobre una crisis ministerial que aliviara la presi¨®n sobre el presidente, o una intervenci¨®n del Monarca que le instara a la dimisi¨®n. Ambas cosas son improbables, y hay que a?adir que poco deseables. UCD gobierna por mandato popular en las urnas, y en una democracia a una crisis de este g¨¦nero hay que darle salida apelando siempre al mandato popular. Una remodelaci¨®n ministerial que no supusiera un cambio significativo en la pol¨ªtica ucedista no tendr¨ªa sentido. Y en este momento de retroceso general de las libertades y de creciente derechizaci¨®n del partido del Gobierno, un relevo en su seno sugiere lo peor. El intento socialista de presentar un voto de censura necesitar¨ªa la ruptura de UCD y el apoyo de los nacionalistas, algo bastante incongruente, toda vez que el PSOE padeci¨® parejo descalabro en las propias elecciones vascas. Un Gobierno de coalici¨®n ser¨ªa un suicidio para la alternativa socialista cara a la pr¨®xima legislatura. Un relevo forzoso en la presidencia de UCD que no venga por la dimisi¨®n de Su¨¢rez es casi imposible: exigir¨ªa un congreso extraordinario para destituir a un presidente elegido por mayor¨ªa absoluta hace menos de dos a?os. La posibilidad final de anticipar las elecciones generales parece tan remota como fuera de lugar.
UCD debe encararse hoy con su propia faz, que no es otra que la de su actual presidente. Y ¨¦ste no puede quedarse atrincherado para siempre ni en la columna ni en la alcantarilla de Peridis. Por lo dem¨¢s, no voy a venir yo a descubrir de nuevo todas mis dudas sobre las caracter¨ªsticas de Adolfo Su¨¢rez como estadista, pero en su mano est¨¢ el disiparlas. Debe explicar, p¨²blica y urgentemente, al pa¨ªs qu¨¦ idea tiene sobre el Estado de las autonom¨ªas, c¨®mo y cu¨¢ndo debe funcionar y c¨®mo ha de quedar reformada la Administraci¨®n central.
Hay un cuento indio, que el profesor Duverger narra, muy ilustrativo sobre lo que est¨¢ sucediendo entre nosotros. Cinco ciegos pidieron ser llevados ante un elefante, ya que tanto les hablaban de c¨®mo eran estos animales. El primero toc¨® la trompa y dijo: ?Bah, es un tubo.? El segundo palp¨® la pata: ?Es un tronco de ¨¢rbol. ? El tercero cogi¨® el rabo: ?Es una cuerda.? El cuarto toc¨® un colmillo: ?Es una estaca afilada.? Por fin el ¨²ltimo choc¨® con el cuerpo y dijo: ?Es un muro.? Alguien tiene que haber en esta Espa?a que sepa ver al elefante en su conjunto. Alguien que arroje una luz sobre la idea de la construcci¨®n del Estado. Mientras tanto, Su¨¢rez no tendr¨¢ otro remedio que seguir d¨¢ndole a los pedales de su bicicleta. Aunque s¨®lo sea para mantener el equilibrio.
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