Ser Dal¨ª para nada
Escribe Cort¨¢zar: ?Cuando quiero entender de entrada a alguien que me presentan sin mayores referencias, me las arreglo para sacar a Dal¨ª de alg¨²n caj¨®n del di¨¢logo. Si me dicen (sintetizo una opini¨®n que puede durar diez minutos): "Es un estupendo hijo de mala madre", siento que hay contacto, y que todo puede andar bien. Si, en cambio, la respuesta se corta por el lado de: "Dejando aparte su pintura, es un ser moralmente despreciable", cierro el caj¨®n y me despido lo antes posible, porque est¨¢ claro que me ha tocado aguantar a un se?or bien, y pocas cosas me cuestan m¨¢s que eso en la vida.?Alejo, de entrada, la primera posibilidad de juicio m¨ªo sobre Dal¨ª. Nunca pens¨¦ que fuera un estupendo hijo de mala madre, porque, entre otras cosas, en nada viene al cuento una honrada se?ora catalana.
Lo que s¨ª me tem¨ªa camino del parisiense Centro Beaubourg (donde se despliega una ferial retrospectiva de la obra de Dal¨ª), despu¨¦s de varias semanas de resistencia, era caer en la segunda trampa: dejarme convencer de que, aun si fuera un ser moralmente despreciable, Dal¨ª es un gran pintor.
Supe dominar mi alegr¨ªa inicial al divisar desde la explanada las gigantescas e ins¨ªpidas salchichas y butifarras que penden del techo, vecinas de un Citro?n dotado de un fontanal tubo de escape que vierte agua en una cuchara de 32 metros de longitud; sub¨ª al 'quinto piso, donde sigue la exposici¨®n. Y all¨ª, nuevo contento. Dal¨ª no me decepcion¨®. Porque, en primer lugar, esta exposici¨®n retrospectiva es una trampa. En ella, y m¨¢s especialmente en el cat¨¢logo, se ha insistido en su per¨ªodo m¨¢s interesante, en su ¨¦poca surrealista. La obra posterior a 1945 apenas aparece representada. Se han escamoteado nada menos que 35 a?os de la vida de un artista.
Me alivi¨® tambi¨¦n que algunos de sus cuadros me hicieran sonre¨ªr, como pretenden, y algunos me agradasen, cuales La tentaci¨®n de San Antonio o ciertas playas pobladas por im¨¢genes inesperadas, pues de haber mantenido una actitud de rechazo total hubiera dudado de la parcialidad de mi juicio.
Sal¨ª del Beaubourg liberado de un gran peso. Porqu¨¦ yo a Dal¨ª le tengo mucha inquina. Dice Cort¨¢zar en aquel art¨ªculo que ?si Dal¨ª puede ser culpable de acciones innobles (no las conozco directamente, y las que.conozco de o¨ªdas no son como para escandalizar tanto), ninguna de ellas acumula la infamia universal que deja aparentar el virtuoso coro de protestas y denuestos que siempre las acompa?¨®?.
?Sab¨ªas, Julio, al escribirlo (mi primer conocimiento de este art¨ªculo data de 1970), que Dal¨ª denunci¨® a Bu?uel cuando ¨¦ste trabajaba en la cinemateca del Museo de Arte Moderno de Nueva York? Max Errist viv¨ªa entonces en Nueva York. Fue testigodel caso y lo cont¨® por la televisi¨®n francesa poco antes de morir, en una cinta de f¨¢cil hallazgo: Dal¨ª le dijo al director del museo que ¨¦l hab¨ªa preparado un gui¨®n en homenaje a la religi¨®n cat¨®lica para La Edad de Oro, y que Bu?uel lo hab¨ªa transformado en un filme blasfemo y ateo. Bu?uel le arre¨® un sopapo a Avida Dollar que lo dej¨® tendido en la Quinta avenida, viendo rascacielos desde abajo, y se qued¨® sin trabajo.
A?adir¨¦ yo una peripecia menos conocida, el intento de reconciliaci¨®n por parte de Dal¨ª. Cuando Bu?uel se encontraba en Par¨ªs rodando La v¨ªa l¨¢ctea, Dal¨ª le propuso por medio de un telegrama, que se terminaba por un ?te beso en la boca?, la realizaci¨®n de una pel¨ªcula juntos, a lo que Bu?uel contest¨® con un escueto: ?Agua pasada no mueve molino.?
?Sab¨ªas, ch¨¦, que en una conferencia repercutida por todos los medios de difusi¨®n franquista, en los primeros a?os de aquel largo par¨¦ntesis, Dal¨ª denunci¨® a Picasso por comunista? La boutade, ?Picasso es espa?ol; yo tambi¨¦n. P?casso es un genio; yo tambi¨¦n. P?casso es comunista; yo... tampoco?, no era inocente, a pesar de la generosidad que supon¨ªa por parte de Dal¨ª conceder categor¨ªa genial a Picasso.
Se me dir¨¢ que todo el mundo sab¨ªa que Picasso era comunista, y pues no era una delaci¨®n. Mentira: yo no lo sab¨ªa, y me hizo mucho da?o. Aquejado de sarampi¨®n m¨ªsticofranquista, tard¨¦ mucho en curarme de aquella dolencia juvenil y en retirarle la r¨¦mora ideol¨®gica a Picasso. Durante ese tiempo, el gran pintor universal para m¨ª era Dal¨ª el del ?por el surrealismo hacia Dios? (?menudo programa, con aquellos Cristos de perspectivas a¨¦reas, cromos de san Sulpicio!), de modo que todav¨ªa no he llegado a elucidar qui¨¦n de los dos me ha sido m¨¢s nefasto, si mi paisano, el aflautado general, o el catal¨¢n pintor dicharachero.
Noto ahora que la irrupci¨®n de Dal¨ª en el franquismo coincide con su declive como pintor. Corresponde a esos 35 a?os que dec¨ªa de ausencia de obras suyas en la retrospectiva del Beaubourg. Y se me ocurren dos cosas.
Primera: que Dal¨ª fue un pintor de valor mediano dentro del surrealismo y que se erigi¨®, sin que nadie se lo pidiera, en comentario, ilustraci¨®n y demostrativa puesta en escena y en acci¨®n de aquel movimiento. Porque, ?de qui¨¦n tom¨® las ambiciones on¨ªricas, los espacios que se dilatan, las playas desiertas, los cielos desmesurados, los seres que nacen y se cruzan, de apariencia vegetal o animal?: de Yves Tanguy. ?De qui¨¦n es el respeto de la apariencia de los objetos como la respeta el sue?o, con las relaciones grotescas e inquietantes?: de Chirico.
Segunda: Dal¨ª nos dio el pegue mientras dur¨® la ilusi¨®n surrealista, y luego, al comprobar que no hab¨ªa logrado realizarse como pintor, quiso hacerlo con sus excentricidades, Y el mismo esmero que despleg¨® en sus dibujos er¨®ticos (he ah¨ª otro lugar com¨²n daliniano -?pero es un buen dibujante?-, como si todos los pintores acad¨¦micos no fueran excelentes dibujantes) lo aplic¨® despu¨¦s en perfilar su imagen de payaso mir¨ªfico, con sus bigotes, pararrayos, su mirar desorbitado, su imperturbable orgullo, sus explosiones de adjetivos hueros y estrafalarios; con sus bromas insulsas que s¨®lo hace re¨ªr ya a los burgueses del seizieme parisiense y sus muecas grotescas, de un pobre aut¨®mata que siguiera gesticulando terminada ya la sesi¨®n ante la sala desierta.
Pobre Dal¨ª. Su caso debe inspirar condescendencia y piedad, no aversi¨®n ni tema. Hay que saber que vino al mundo el 11 de mayo de 1904, despu¨¦s de haber muerto su hermano mayor, llamado ya Salvador, y que sus padres lo engendraron para sustituirlo. Toda su vida luchar¨¢ por merecer existencia propia, para forjarse una personalidad, y su mayor deseo consistir¨¢ en ?sodomizar a su padre agonizante", como dice, copiando a Quevedo.
Llega a Francia para comerse el mundo y se topa con que el mito ya est¨¢ encarnado en otro, espa?ol tambi¨¦n, que sabe mucho m¨¢s que ¨¦l en todos los terrenos (incluso en el de hacerse la publicidad -a su modo, pero m¨¢s eficaz por inteligente-, cre¨¢ndose una reputaci¨®n de generosidad, lo que est¨¢ por demostrar, pero ¨¦se es otro problema) y, claro est¨¢, de pintura: Pablo P?casso.
?Qu¨¦ hacer para llamar la atenci¨®n? El segund¨®n se entrega a las payasadas, tomando y escenificando los temas de los surrealistas; informando al orbe entero acerca del estado de sus excrementos o de los orgasmos de Gala, la mujer que cogi¨® a Eluard, como a los surrealistas hab¨ªa robado las ideas.
Viene aqu¨ª a cuento, digo yo, lo que escribi¨® Alfonso Reyes:
-?H¨¦rcules? ?No me hables de ese embaucador! Fig¨²rate que s¨®lo se ocupa de construir su mito.
-?Y eso qu¨¦ quiere decir?
-Pues, simplemente, que est¨¢ llevando a cabo los trabajos de H¨¦rcules.
Al menos, el demiurgo romano, con sus doce labores, logr¨® entrar en el Pante¨®n. Pero, ?y el hombre de Figueras? Denunciar a un amigo, traicionar a otro, alabar el chocolate Lanvin, ensalzar a los tiranos, mistificar a adolescentes ignaros como yo, ?para qu¨¦? ?Para Regar a ser Dal¨ª? No val¨ªa la pena.
Al anagrama justo, famoso y latino de Andr¨¦ Bret¨®n, A vida Dollar, yo antepongo hoy este otro, m¨¢s adecuado a lo que es el personaje de Julio Cort¨¢zar, y con el cual tambi¨¦n me despido: Salvador Dal¨ª, Sin Valor Adalid
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