Miuras de seiscientos kilos, que no pod¨ªan con los caballos
Los Miura llegaron con romana (no escribamos Ramona, por favor), seiscientos kilos arriba casi todos, y uno con 669, que es el peso m¨¢s alto de la feria. Terror de Miuras, con cien kilos sobre media tonelada de hueso, m¨²sculo y fibra para impulsar la gaita esa que se encoge y se estira, la cornamenta que da vueltas cual devanadera, el mosqueo o amoscamiento t¨ªpico de los productos de este hierro.No fue una sorpresa: la leyenda de los Miura es tal cual. Lo que, sin embargo, s¨ª result¨® sorpresivo fue que cien kilos sobre media tonelada de hueso, m¨²sculo y fibra no les serv¨ªan ni siquiera para inquietar a los caballos, que trotaban tan a sus anchas como el d¨ªa anterior frente a los Ibarra o cualquier otro del serial, donde en el tercio de varas la fiera era el binomio caballo-picador y la v¨ªctima de la fiesta el toro.
Plaza de Sevilla
D¨¦cima y ¨²ltima corrida de feria. Toros de Eduardo Miura, con trap¨ªo y peso, flojos y dificultosos. Lime?o: dos pinchazos bajos, rueda de peones en la que ahondan el estoque y dos descabellos (pitos). Dos pinchazos, rueda de peones y siete descabellos (silencio). Pinchazo baj¨ªsimo, media baja, rueda y tres descabellos (bronca y almohadillas). Ruiz Miguel: dos pinchazos baj¨ªsimos, tres pinchazos, media, rueda en la que ahondan el estoque y cuatro descabellos (silencio). Media muy baja y tres descabellos (aplausos y saludos). Antonio Jos¨¦ Gal¨¢n: estocada sin muleta, de la que sale cogido. Sufre puntazo en axila de pron¨®stico reservado.
Hay gestos preocupados entre taurinos de buena fe que se preguntan por los males de la ganader¨ªa de bravo, la raz¨®n de que el toro se caiga tanto y tanto, de que los encastes aparezcan aguados. Que no cunda el p¨¢nico: hay casta y hay fuerza en la mayor¨ªa de las divisas; lo que ocurre es que su juego depende de la plaza donde se lidien, del ojo cl¨ªnico de los veterinarios que han de reconocer los ejemplares, de la autoridad verdadera del presidente, del talante del p¨²blico... En fin, las causas -aparte casos concretos de enfermedad - son externas.
Los Miura no ten¨ªan fuerza. S¨ª ten¨ªan, en cambio, los inquietantes caracteres legendarios de la casa, y tan s¨®lo eso era suficiente para llenar de emoci¨®n e incidentes la corrida. El primer banderillero que se asom¨® al balc¨®n sali¨® del encuentro con la camisola rasgada de abajo arriba, y todos pasaron muchos apuros. Incluido Ruiz Miguel, que es miurista acreditado, con todo tipo de recursos para librar la ¨¢gil y veloz cabezada t¨ªpica en los remates de los pases. As¨ª, bulli¨® en su primer toro. Lo extra?o es que un especialista de su talla olvidara llevar la espada de verdad durante la faena de muletas, como es obligado cuando los toros son de esta catadura. Cuando el Miura ?pidi¨® la muerte?, Ruiz Miguel no pudo d¨¢rsela, pues iba desarmado, con nada m¨¢s que un palo por estoque. Al volver de tablas, ya con el acero de verdad, el Miura le esperaba a la defensiva y no se dejaba cruzar en el volapi¨¦. En el manso y voluminoso quinto, de media arrancada y completo sentido, estuvo cerca y valiente.
Otro valiente a carta cabal: Gal¨¢n. A un aplomado-gazap¨®n-incierto Miura le hizo faena. Nada de exquisiteces; a ver qui¨¦n es el guapo y exquisito que las consigue con un regalito as¨ª. Pero en cuanto a tragar paquete, pisar terreno comprometido, aguantar, dominar la cabezada, todo o casi todo. Ocurre, por a?adidura, que la psicolog¨ªa de este torero es singular y de s¨²bito le dan unos arrebatos suicidas. Tal es tirarse encima del Miura, para matar, sin servirse del enga?o de la muleta. De esta forma lo hizo, a cuerpo limpio, y result¨® del alarde una estocada, pero tambi¨¦n una voltereta bestial, con todos los s¨ªntomas de que el toro hab¨ªa descuartizado al torero. En el p¨²blico hab¨ªa horror. Afortunadamente s¨®lo sufri¨® un puntazo.
El sexto hubo de ser, por esta cogida, para Lime?o, quien de tal guisa logr¨® tener no dos, sino tres actuaciones deslucid¨ªsimas. Est¨¢ claro: no se fiaba de los Miura, y lo suyo era tocarles los costados, buscar la igualada y no va m¨¢s. Lo mismo al bravo primero que al cuarto, inutilizado, pues se parti¨® un cuerno por la cepa al derrotar en un burladero (parec¨ªa noble, el infeliz), que al encastado sexto. Visto y no visto Lime?o, en su reaparici¨®n, pero no pas¨® inadvertido para la Maestranza, que perdi¨® su condici¨®n de silenciosa para dedicarle una bronca desaforada. Y con estas protestas y almohadillas termin¨® la mala feria de Sevilla, edici¨®n 1980. Es curioso observar c¨®mo la Maestranza, c¨®mplice con sus silencios del fraude de las figuritas aburridas y los toritos in¨²tiles, se vuelve griter¨ªa y hiel para un veterano modest¨ªsimo que se puso enfrente de tres Miura con seiscientos kilos arriba.
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