La URSS vive una etapa de represi¨®n
No reprocho a los que no pudieron resistir en los largos a?os de tensi¨®n, a los que abandonaron la lucha o incluso a los que, de alguna manera, la traicionaron. Pero todos ellos demuestran m¨¢s fuertemente por qu¨¦ no se puede dejar de admirar el valor de esta mujer.Malva Landa, ge¨®loga, miembro activo del Grupo de Helsinki, una de las voluntarias del fondo de ayuda a las familias de los disidentes, y durante muchos a?os, d¨¦cadas en realidad, amiga de los prisioneros pol¨ªticos y de sus familias, y totalmente dedicada a la idea de justicia.
Sergei Kovalev, destacado bi¨®logo y pensador profundo y penetrante, amable, paciente y fuerte. Todos le admir¨¢bamos cuando estaba libre. Me impresion¨® en repetidas ocasiones el profundo respeto que le mostraban muchos de sus compa?eros prisioneros durante seis a?os en un campo de trabajo
Viktor Nekipelov , que hizo todo lo que pudo para ayudar a otras personas con problemas o sometidas a la injusticia; poeta sensible padre amoroso y hombre valiente.
Todo el mundo conoce al profesor Yuri Orlov, el f¨ªsico, un hombre valiente, siempre en vanguardia fundador del Grupo de Helsinki.
El mundo tambi¨¦n conoce a Anatoli Scharanski, falsamente acusado de espionaje, en un intento de intimidar al movimiento jud¨ªo de emigraci¨®n.
Siento un gran respeto por el inteligente escritor, inv¨¢lido de la segunda guerra mundial, Vyaoheslav Bajmin, miembro valiente y respetable de la comisi¨®n de trabajo sobre abuso psiqui¨¢trico.
Leonard Ternovski, radi¨®logo y miembro de la misma comisi¨®n, adem¨¢s de pertenecer al comit¨¦ de Helsinki en Mosc¨²; hombre extraordinariamente amable y firme.
Se ha intensificado la represi¨®n contra los creyentes religiosos y los defensores de su causa. Destacan entre ¨¦stos los sacerdotes Gleb Yakunin y Dimitri Dudko, as¨ª como Viktor Kapitanchuk, Lev Regelson, Aleksander Ogorodnikov y VIadimir Poresh. Tambi¨¦n, el anciano de la iglesia Nikolai Goretoi y Shelkov, de 84 a?os de edad, que falleci¨® recientemente en un campo de prisioneros.
Mustafa y Reshat Dzhemilev y Rolan Kadyev, luchadores en nombre de los t¨¢rtaros de Crimea, han sido de nuevo enviados a prisi¨®n.
Seg¨²n estoy escribiendo este art¨ªculo me llegan m¨¢s noticias tr¨¢gicas: el arresto de Aleksander Lavut, genial matem¨¢tico y uno de los veteranos en la lucha por la libertad de informaci¨®n. Hace muchos as que conozco a Lavut. Hombre modesto, serio y bondadoso, jam¨¢s trat¨® de destacar; trabaj¨® en defensa de mucha gente, y muchos de ellos, incluy¨¦ndome a m¨ª, echar¨¢n de menos sus amables palabras y sus buenos consejos. Todos los hombres y mujeres que he mencionado han sido condenados a largas penas o est¨¢n esperando un juicio ilegal. Todos los que est¨¢n libres tienen el ineludible deber de hablar en su defensa y en defensa de muchos otros que no he mencionado.
Algo sobre m¨ª
Vivo en un piso, con un polic¨ªa a la puerta d¨ªa y noche. No deja entrar a nadie m¨¢s que a personas de mi familia, con algunas excepciones. Hay un viejo amigo que vive en Gorki, y el precio que paga por relacionarse con nosotros es una citaci¨®n a los cuarteles del KGB tras cada visita. Un f¨ªsico de Gorki, al que se le ha negado un visado de emigraci¨®n, tiene, igualmente, que ir a los cuarteles del KGB despu¨¦s de cada visita. Los ¨²nicos otros visitantes son personas consideradas aceptables por el KGB. No hay tel¨¦fono en el piso. No puedo telefonear a Mosc¨² o a Leningrado, incluso desde el tel¨¦fono p¨²blico de la estafeta de correos; en el momento en que los agentes del KGB, que me siguen en todo instante, lo ordenan, la llamada es inmediatamente desconectada. Recibo muy poco correo, especialmente cartas de gente que quiere ?reeducarme? o simplemente insultarme. Y lo que es extra?o es que recibo el mismo tipo de carta de Occidente. Recibo, tambi¨¦n algunas cartas de Occidente con palabras de aliento y estoy profundamente agradecido a sus remitentes.
Cuando acompa?¨¦ a mi suegra a la estaci¨®n, a su partida a Mosc¨², los agentes del KGB, pistola en mano, me impidieron acercarme al tren, dejando bien claro que la orden de prohibici¨®n de salir de los l¨ªmites de la ciudad es algo m¨¢s que simples palabras. Exclusivamente para m¨ª se ha instalado en el edificio un aparato interceptor de las emisiones de radio. Para poder escuchar la radio, mi mujer y yo tenemos que salir a pasear por la noche con un transistor. Mientras paseamos, los agentes del KGB est¨¢n en nuestro piso estropeando la m¨¢quina de escribir y la grabadora o registrando nuestros papeles. Me dedico al trabajo cient¨ªfico, aunque noto la falta de un contacto regular con otros colegas.
Al acabar el tercer mes de mi estancia en Gorki, en la v¨ªspera de la llegada a Mosc¨² de los participantes de pa¨ªses occidentales en un seminario cient¨ªfico no oficial, el KGB permiti¨® visitarme a mis compa?eros del Instituto de F¨ªsica de la Academia de Ciencias. Lleg¨® incluso a recomendar la visita. Estoy muy agradecido a los que vinieron. Hac¨ªa mucho tiempo que no ten¨ªa oportunidad de discutir los adelantos de la ciencia. Durante su visita, el puesto de polic¨ªa fue alejado de la puerta y desconectaron el aparato interceptor de emisiones. Pero en cuanto se marcharon mis colegas, prometiendo que vendr¨ªan otros en otra ocasi¨®n, todo volvi¨® a la situaci¨®n anterior. Y volvieron a comenzar las continuas citaciones para presentarme en el Ministerio del Interior.
En lo relativo a mi vida diaria, mi situaci¨®n es mucho mejor que la de mis amigos que han sido exilados o, sobre todo, de los que han sido sentenciados a un campo de trabajo o a la c¨¢rcel. Pero todas las medidas tomadas contra m¨ª no tienen el m¨¢s m¨ªnimo asomo de legalidad. Forma parte de una dura campa?a nacional contra los disidentes, incluyendo el intento de obligarme a callar, facilitando con ello la acci¨®n represiva contra otros disidentes.
El 22 de enero, en Mosc¨², agentes del KGB me llevaron, empleando la fuerza, al ayudante del fiscal general, Aleksander M. Rekunkov, quien me inform¨® que me hab¨ªan quitado todos mis t¨ªtulos y que iba a ser desterrado. Present¨® tan s¨®lo un decreto del Soviet Supremo referente a los t¨ªtulos, dando la impresi¨®n de que el decreto tambi¨¦n conllevaba el destierro. Pero no era as¨ª. Todav¨ªa no s¨¦ cu¨¢l fue el departamento del Gobierno o qui¨¦n fue la persona que tom¨® la decisi¨®n de desterrarme. Ninguna de mis preguntas ha sido respondida. En cualquier caso, la decisi¨®n es ilegal y viola la Constituci¨®n. En dos cartas a Rekunkov y en un telegrama al presidente del KGB, Yuri V. Andropov, exig¨ª que fuese revocada la ilegal orden de destierro y dije que estaba dispuesto a enfrentarme a un juicio abierto.
En los ¨²ltimos meses la prensa sovi¨¦tica ha publicado muchos art¨ªculos acus¨¢ndome de pecados ?mortales?, desprecio del pueblo y sus aspiraciones, calumnias contra el sistema sovi¨¦tico, incitaci¨®n a la carrera de armamentos, arrastrarme ante el imperialismo norteamericano y divulgar secretos militares. No voy a contestar aqu¨ª a estas acusaciones. Este art¨ªculo es, en parte, mi respuesta. Presento mi postura, de una manera muy breve, en mi primera declaraci¨®n hecha desde mi llegada a Gorki. Todas mis actividades surgen del deseo de lograr un destino libre y digno para nuestro pa¨ªs y nuestro pueblo y para todos los pa¨ªses y pueblos del mundo. Considero a Estados Unidos como la fuerza dirigente, determinada por la Historia, del movimiento hacia una sociedad pluralista y libre, vital para la humanidad. Pero respeto igualmente a todos los pueblos por su contribuci¨®n a nuestra civilizaci¨®n y a nuestra futura sociedad.
En abril visit¨® Mosc¨² el antiguo presidente de la Academia de Ciencias de Nueva York, el doctor Joel Lebowitz. Entreg¨® al presidente de la Academia de Ciencias sovi¨¦tica, Anatoli P. Aleksandrov, una petici¨®n de cient¨ªficos norteamericanos pidiendo mi liberaci¨®n del destierro y que se me permitiera regresar a Mosc¨² o, si as¨ª lo deseaba, emigrar a Occidente. Aleksandrov contest¨® que el destierro era por mi propio bien, porque en Mosc¨² hab¨ªa estado rodeado de ?personajes dudosos? por medio de los que se hab¨ªa dado una filtraci¨®n de informaci¨®n relativa a secretos de Estado. Fue una afirmaci¨®n indignante. Jam¨¢s he tenido ning¨²n trato con ?personajes dudosos?. Mis amigos son gente respetable y decente, todos ellos conocidos del KGB. Si se han traicionado secretos de Estado, toda persona culpable, yo el primero, deber¨ªa ser juzgada. Pero la acusaci¨®n de divulgaci¨®n de secretos es simplemente una calumnia. La respuesta a la petici¨®n de que se me permitiese emigrar fue tambi¨¦n algo extra?a: ?Hemos firmado el tratado de no proliferaci¨®n de armamento nuclear y lo cumplimos a rajatabla?, como si yo fuera una bomba de hidr¨®geno.
Frecuentemente se me pregunta si estoy dispuesto a emigrar. Creo que la continua discusi¨®n de esta cuesti¨®n en la prensa y en muchos programas de radio extranjeros es algo prematura, motivada por el ansia de sensacionalismo. Creo que toda persona tiene derecho a emigrar y, en principio, no me excluyo. Pero en este momento no creo que sea una pregunta v¨¢lida, ya que, de todas formas, esta decisi¨®n no depende de m¨ª.
Considero justas y legales las exigencias de mis colegas extranjeros de que se revoque mi orden de destierro y que se me permita volver a casa o emigrar a Occidente. Es un derecho m¨ªo no s¨®lo como cient¨ªfico sino como ser humano. Estoy muy agradecido por su preocupaci¨®n.
Mi esposa, mi continua ayudante, que comparte mi destierro y que se encarga con buena disposici¨®n de las pesadas cargas de viajar de un lado para otro, dirigiendo mis comunicaciones con el mundo exterior, enfrent¨¢ndose al creciente odio del KGB, va a ser quien lleve este art¨ªculo a Mosc¨². Anteriormente ha soportado el veneno de la difamaci¨®n y la calumnia, m¨¢s centrados en ella que en m¨ª. El hecho de que yo sea ruso y mi esposa sea medio jud¨ªa ha resultado bastante ¨²til para los fines del KGB.
Recientemente, alguien se present¨® a la puerta de la casa de mi suegra, a las 5.30 de la ma?ana, identific¨¢ndose como agente del KGB. Advirti¨® que si su hija, es decir mi esposa, no pon¨ªa fin a sus viajes a Gorki y dejaba de incitar a su marido con declaraciones antisovi¨¦ticas, tomar¨ªan ciertas medidas. Anteriormente, algunos amigos nuestros hab¨ªan recibido cartas con amenazas similares contra mi esposa. Siempre que se marcha mi esposa, no s¨¦ si le permitir¨¢n viajar sin problemas y volver segura. Mi esposa, a pesar de no hallarse formalmente bajo arresto, corre mayor peligro que yo. Pido a los que hablen en mi defensa que tengan esto en cuenta. Es imposible prever qu¨¦ nos aguarda. Nuestra ¨²nica protecci¨®n es la constante atenci¨®n p¨²blica a nuestra suerte por parte de amigos de todo el mundo.
, 4 de mayo, 1980
? The New York Times-EL PAIS
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