Los norteamericanos se interrogan sobre los repetidos fallos de su alerta nuclear
El general David Jones, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, pasa este fin de semana de una manera muy distinta que la mayor¨ªa de ciudadanos norteamericanos. Visita las instalaciones del complejo subterr¨¢neo del alto mando a¨¦reo defensivo, situado en Cheyenne Mountain, en el Estado de Colorado, donde se halla instalado el ordenador que, por dos veces consecutivas, el 3 y el 6 de junio, indic¨® err¨®neamente un ataque nuclear sovi¨¦tico contra Estados Unidos.
No es la primera vez que se roza el peligro de que ?falsas alarmas? electr¨®nicas provoquen un d¨ªa un movimiento irreparable que concluya con una guerra nuclear entre rusos y norteamericanos. El 9 de noviembre de 1979 otro ordenador provoc¨® una primera falsa alarma. Los principales responsables pol¨ªticos y militares de EE UU no ocultan su inquietud por las dimensiones nefastas que podr¨ªa tener la interpretaci¨®n humana, de la que depende en ¨²ltimo t¨¦rmino la decisi¨®n de lanzar un contraataque at¨®mico, si contin¨²an equivoc¨¢ndose las m¨¢quinas.?C¨®mo concretar si se trata de un error o es cierta una informaci¨®n cient¨ªfica? El factor tiempo que oscila entre la informaci¨®n electr¨®nica que se?ala la ?alarma roja? y la decisi¨®n del hombre es fundamental. Los norteamericanos se interrogan hoy seriamente sobre los repetidos fallos de los ordenadores, en un sector tan peligroso que comporta el riesgo real de un holocausto nuclear.
El 3 de junio un ordenador nova fabricado por Data General Corporation, comenz¨® a facilitar informaciones seg¨²n las cuales la Uni¨®n Sovi¨¦tica lanzaba misiles desde bases terrestres y submarinos, con destino a objetivos situados en territorio de EE UU. Seg¨²n los expertos, un cohete nuclear intercontinental lanzado desde la URSS tardar¨ªa s¨®lo treinta minutos en alcanzar su objetivo en EE UU. La mitad de tiempo basta para cohetes, lanzados desde submarinos, tiempo m¨¢s dif¨ªcil de calcular por la movilidad constante de los submarinos equipados con armas nucleares.
Media hora escasa, en definitiva, para que Washington decida un ?contraataque?, capaz de destruir en vuelo a los misiles enemigos o responder directamente contra bases sovi¨¦ticas.
Afortunadamente, en tres minutos se logr¨® concretar que se trataba de falsas alarmas, seg¨²n indicaron fuentes del Pent¨¢gono en Washington, dos d¨ªas despu¨¦s de los hechos. No hubo despliegue de la fuerza nuclear norteamericana. Seg¨²n Harold Brown, secretario de Defensa, una alarma nuclear no comporta el despliegue autom¨¢tico de una r¨¦plica?.
Una encuesta del diario The New York Times, revela los detalles de la situaci¨®n de inquietud que crearon, sin embargo, las alarmas. Un centenar de super bombarderos B-52 equipados con material nuclear estaban dispuestos para despegar, la red de misiles de la defensa a¨¦rea de EE UU instalados en tierra fueron colocados en estado de alerta, los submarinos estadounidenses esparcidos por todos los mares con sus perfeccionados armamentos nucleares, recibieron se?ales de alerta.
En la base militar a¨¦rea de Andrews, en un barrio perif¨¦rico de Washington, un avi¨®n Jumbo 747, aparentemente como los dem¨¢s, fue preparado para el vuelo con todo su equipo de sofisticados instrumentos de mando. Equipaje previsto: el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, y su Estado Mayor, dispuestos a controlar una ca¨®tica situaci¨®n como la que provocar¨ªa una guerra at¨®mica, casi a punto de ser lanzada por ?equivocaci¨®n?.
Juicio a la credibilidad
Se evit¨® lo peor. Pero la credibilidad del sistema de alerta nuclear de EE UU est¨¢ en tela de juicio. Los principales dirigentes de la firma IBM colaboran estrechamente con los militares del Pent¨¢gono para subsanar los fallos y procurar que no se repitan nuevos incidentes. Te¨®ricamente, el sistema de detecci¨®n electr¨®nica de EE UU es capaz de indicar cualquier lanzamiento de misiles enemigos en espacio de unos segundos. El problema es concretar si se trata de una versi¨®n electr¨®nica exacta o inexacta. Para determinarlo ¨²ltimo, el Pent¨¢gono cuenta con ?otros mecanismos?, naturalmente no revelados al p¨²blico por l¨®gicas medidas de seguridad.Un poderoso radar en tierra, instalado cerca del c¨ªrculo polar Artico, los sat¨¦lites equipados con rayos infrarrojos y una red de radares en las costas atl¨¢nticas del Estado de Massachusetts, reciben las indicaciones de todo eventual movimiento militar nuclear sovi¨¦tico. Informaciones directamente descifradas por los centros de control y mando de la defensa norteamericana instalados en Omaha, en el Estado de Nebraska; Cheyenne Mountain, en Colorado; el Pent¨¢gono, en Washington, y en el centro de mando militar alternativo, instalado en un bunker subterr¨¢neo a unos ochenta kil¨®metros al noroeste de Washington, en Mount Weather. En toda esta compleja red fall¨® s¨®lo un ordenador, suficiente para acercarse a una cat¨¢strofe.
Un escenario hipot¨¦tico barajado estos d¨ªas por la prensa norteamericana, que analiza el caso de las ?falsas alarmas?, expone que una indicaci¨®n incorrecta de los ordenadores puede originar una interpretaci¨®n humana capaz, simplemente, de poner en marcha el sistema defensivo. El despegue de bombarderos B-52, el movimiento en las bases de misiles, las maniobras de los submarinos, peligrar¨ªa de desencadenar, a su vez, el temor en Mosc¨² de un ataque nuclear norteamericano contra la URSS. ?Sobre todo que los sovi¨¦ticos disponen de medios menos sofisticados que los norteamericanos para examinar las posibilidades de un ataque at¨®mico?, seg¨²n comentario de un experto.
Varios senadores han pedido al Pent¨¢gono la posibilidad de investigar sobre el delicado asunto de ?los fallos? en la alerta nuclear. ?Puedo garantizar que nuestro mando estrat¨¦gico y sistema de control est¨¢ concebido a fin de asegurar que una falsa alarma no pueda suponer una r¨¦plica nuclear?, repiti¨® Harold Brown.
Declaraciones tranquilizadoras, acompa?adas de investigaciones profundas en el funcionamiento de los ordenadores, que deben contribuir a calmar la ansiedad entre la poblaci¨®n de la realidad de un escenario digno del c¨¦lebre filme de Stanley Kubrick Doctor Strangelove. Un chiste del diario The Washington Post ilustra tambi¨¦n con frialdad lo terrible del dilema entre el tiempo que discurre para un hombre entre que descubre el fallo de la m¨¢quina o pulsar el bot¨®n del ?contraataque? en una guerra de incalculables dimensiones. ?Lo siento, todo el mundo puede equivocarse?, dice el texto del ordenador dibujado por el humorista del Post. Ordenador que es lo ¨²nico que queda en un escenario de destrucci¨®n completa.
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