El encanto de ser catal¨¢n
En EL PAIS del d¨ªa 31 de mayo apareci¨® un art¨ªculo de Luis Garc¨ªa San Miguel, titulado ?El encanto de ser espa?ol?, que, sin mencionar particularmente al nacionalismo catal¨¢n, atacaba de lleno a toda clase de nacionalismos de nuestro pa¨ªs que no fueran precisamente lo que ¨¦l llamaba nacionalismo espa?ol, ¨²nico digno para ¨¦l de figurar a nivel europeo. A los dem¨¢s les llamaba ?nacionalismos de campanario?. No resisto la tentaci¨®n de contestarle.Los catalanes frecuentemente nos preguntamos c¨®mo es posible que sectores importantes de la intelectualidad espa?ola no lleguen nunca a comprender este dichoso problema catal¨¢n, que est¨¢ emponzo?ando la pol¨ªtica espa?ola desde hace siglos. Personalidad tan importante como Jos¨¦ Ortega y Gasset no lleg¨® a comprenderlo nunca. Ha habido, naturalmente, excepciones eminentes, como la de Miguel de Unamuno, que le¨ªa corrientemente nuestro idioma y se carteaba con su gran amigo Joan Maragall. Y hoy d¨ªa creo que el profesor Pedro La¨ªn Entralgo es otra honrosa excepci¨®n.
Para el se?or San Miguel, la sustituci¨®n en estos ¨²ltimos tiempos de las trasnochadas frases imperialistas de los tiempos del general Franco por las de ?las naciones, las regiones y los pueblos del Estado espa?ol? conducen nada menos que a ?la desaparici¨®n de Espa?a?. As¨ª de sencillo. Como si no fuera muy cierto que el Estado espa?ol no agrupara a nacionalidades tan concretas como Castilla, Vasconia, Galicia y Catalu?a, am¨¦n de otras regiones de habla castellana, vasca y catalana.
Creo que es imprescindible abrir el Larousse y definir concretamente el concepto de naci¨®n y de estado,- si no, correr¨ªamos el riesgo de no entendemos.
Naci¨®n: ?Comunidad de individuos asentada en un territorio determinado con etnia, lengua, historia y tradiciones comunes y dotada de conciencia de constituir un cuerpo ¨¦tico-pol¨ªtico diferenciado?.
Estado: ?Organizaci¨®n pol¨ªtico-administrativa de los gobernantes de una comunidad soberana cuya autoridad se ejerce sobre todos los grupos sociales existentes un territorio?.
El Pa¨ªs Vasco, Galicia, Catalu?a, tienen todas y cada una de las caacter¨ªsticas que definen una naci¨®n como las tiene Castilla. Espa?a tiene todas las que definen a un Estado.
Luego el Estado espa?ol re¨²ne a las nacionalidades castellana, vasca, gallega y catalana. Punto.
Qui¨¦rase o no, guste o no guste, en el barco del Estado espa?ol viajamos, y Dios quiera que por mucho tiempo, gente muy diferenciada que hablamos y bailamos y cantamos muy distintamente y que no tenemos m¨¢s remedio que comprendemos y tolerarnos come) Dios manda, sin querer dominarnos los unos a los otros, porque, tal como dice Garc¨ªa San Miguel en su art¨ªculo (y copio literalmente sus palabras), ?creemos haber comprendido que los d¨¦biles protestan del dominio de los fuertes, pero se disponen a convertirse en dominadores en cuanto tienen fuerza suficiente?. Apl¨ªquese usted mismo la lecci¨®n, don Luis.
Habla de ?esos nuevos nacionalismos?. No, se?or San Miguel, esos nacionalismos no aparecen ahora, vienen de muy antiguo. En realidad, todos ellos, incluido el castellano, no lo olvide, son anteriores al espa?ol que los agrup¨®.
Otra cosa que le preocupa a Garc¨ªa San Miguel es el que se pida que ?cada pueblo administre sus propios recursos?. Con todo mi afecto, le enviar¨ªa un libro publicado a principios de siglo y que seguramente le ayudar¨ªa mucho a comprendernos, me refiero a La nacionalitat catalana, de Enrique Prat de la Riva, del que, desgraciadamente, no dispongo ni de la edici¨®n castellana, traducida por Royo Villanova en Valladolid el a?o 1917, ni de la traducci¨®n italiana de Cesare Giardini, editada en Mil¨¢n el a?o 1924, edici¨®n esta ¨²ltima que tambi¨¦n ser¨ªa inteligible para ¨¦l. Mi edici¨®n catalana la leer¨ªa seguramente Miguel de Unamuno, y seguro que le ayud¨® en su comprensi¨®n y estima a nuestro pueblo. Cito a Prat a prop¨®sito de la frase, para m¨ª equivocada, de Garc¨ªa San Miguel sobre la administraci¨®n descentralizada. Jam¨¢s Catalu?a ha sido tan admirable y meticulosamente administrada y sus peque?os recursos tan aprovechados como lo fueron en tiempos del presidente de la Mancomunitat, aquel hombre que, sin pedir grandes transferencias, se limit¨® a decir: ?Dadme una mesa y un tamp¨®n y mirar¨¦ de arreglar un poco a nuestra Catalu?a?. Y la arregl¨®. Arreglar un poco a Espa?a es arreglar a todas y a cada una de sus partes y en los a?os de la Mancomunidad regida por Enrique Prat de la Riva -1907 a 1917qued¨® demostrado que la m¨¢xima eficacia se obtiene descentralizando y poniendo la Administraci¨®n en buenas manos.
Dice despu¨¦s Garc¨ªa San Miguel que recibi¨® una educaci¨®n internacionalista y que, despu¨¦s de so?ar un quim¨¦rico Gobierno mundial, acababa de acuerdo con el viejo Toqueville cuando dice que los intereses de la especie humana quedan mejor servidos no dando a amar a cada hombre sino una patria particular. Pero ?no comprende que para un catal¨¢n su patria es precisamente Catalu?a, la tierra en la que ha nacido, la tierra de sus padres, de su lengua y de sus costumbres? Puede que este sea precisamente el meollo de la incomprensi¨®n y uno de los m¨¢s dif¨ªciles de comprender. Y esto me lo confirma, en parte, cuando dice: Por de pronto, que ni la lengua que hablamos, ni la cultura, ni la historia nos separan a andaluces, extreme?os, catalanes, vascos, asturianos, etc¨¦tera, sino m¨¢s bien nos unen. ?Por qu¨¦ no dice lenguas, en plural., ni menciona expl¨ªcitamente a los castellanos? Si esto hiciera, ya empezar¨ªamos a entendemos y yo tambi¨¦n suscribir¨ªa seguramente su frase. Y Garc¨ªa San Miguel contin¨²a diciendo: Y, por tanto, todos aspiramos a seguir viajando, residiendo y trabajando en cualquier lugar del territorio. Naturalmente que s¨ª.
Dejando de lado un posible sabor a funcionario de la frase, el que esto firma, despu¨¦s de viajar buena parte de su vida por los cuatro continentes, puede afirmar que pocas veces se ha sentido m¨¢s ?en casa? y con m¨¢s ¨ªntima emoci¨®n que recorriendo la meseta castellana o pase¨¢ndome por las callejuelas de C¨®rdoba. Y es que esto del concepto de patria no puede tomarse demag¨®gicamente. Creo que debe circunscribirse al lugar en que un grupo se siente identificado espiritualmente por razones hist¨®ricas, ling¨¹¨ªsticas y culturales. Los catalanes somos biling¨¹es, y no s¨®lo lo somos por una cuesti¨®n inmigratoria. Buena parte de la nobleza catalana perdi¨® voluntariamente su personalidad a principios del siglo XVIII, cuando la dominaci¨®n borb¨®nica; quisieron diferenciarse del pueblo y arrimarse al vencedor. Abandonaron el catal¨¢n y hablaron en castellano a sus hijos. Cuando triunf¨® el general Franco pas¨® algo parecido a nuestra burgues¨ªa. Quisieron dar distinci¨®n a sus hijos y les hablaron en castellano. Como la nobleza de anta?o, prefirieron ser provincianos, en el peor sentido de la palabra. Desconocen a Ram¨®n Llull, Verdaguer, Maragall y a la fundaci¨®n Bernat Metje, para citar unos nombres.
Esta clase distinguida suele tener el concepto confuso de patria del que Garc¨ªa San Miguel habla.
Afortunadamente son los menos y las ¨²ltimas manifestaciones populares lo han demostrado ampliamente.
Pero todo esto no est¨¢ re?ido, al contrario, con el sentirnos ¨ªntimamente hermanados con los otros pueblos espa?oles. Y en esto ha influido decisivamente nuestro nivel cultural.
Tres an¨¦cdotas
Me vienen a la memoria algunas an¨¦cdotas que no me resigno a callar y que pueden aclarar todo esto.
En julio de 1936 se desat¨® en Catalu?a la anarqu¨ªa m¨¢s desenfrenada que usted pueda imaginar. Debido a ello, una buena parte de nuestra juventud universitaria liberal e incluso socializante pas¨® clandestinamente los Pirineos y se present¨® voluntariamente a lo que se llamaba entonces la zona nacional. Yo fui uno de ellos. Naturalmente, las decepciones se prodigaron, pero aguantamos firmes hasta el final.
Primera an¨¦cdota. Frente de Almud¨¦var, en Arag¨®n, el mes de mayo de 1937. La unidad militar, una centuria de Falange para Catalu?a. Su jefe, un capit¨¢n de Caballer¨ªa aragon¨¦s, buena persona, pero demasiado exaltado. Los ?camaradas?, una mezcla de catalanes y aragoneses. Se origina una cl¨¢sica discusi¨®n entre ellos de si el catal¨¢n es idioma o un dialecto del castellano. Se entera el capit¨¢n y manda formar con toda solemnidad a la centuria. Despu¨¦s de ordenar el consabido ?firmes?, les dice m¨¢s o menos. ?Me he enterado de que han tenido una rid¨ªcula discusi¨®n que no hace m¨¢s que poner de manifiesto la ignorancia supina de alg¨²n camarada catal¨¢n. Si uno de ustedes desea mantener este criterio, que d¨¦ un paso al frente?.
Y el paso lo dio un chico muy testarudo: se llamaba Alberto Dou. L¨®gicamente no hubo discusi¨®n y el testarudo Alberto fue enviado a un batall¨®n de castigo del Tercio, en el que voluntariamente termin¨® la guerra. Digo voluntariamente porque Alberto Dou cursaba, por aquel entonces, y muy brillantemente, la carrera de ingeniero de Caminos y hubiera podido escoger cualquier destino. Terminada la guerra, fue eminente catedr¨¢tico de Matem¨¢ticas de la Universidad Complutense y de la Escuela de Caminos, sustituy¨® a Rey Pastor en su sill¨®n acad¨¦mico y posteriormente el padre jesuita Alberto Dou ha sido durante a?os rector de la Universidad de Deusto.
An¨¦cdota segunda. Dec¨ªa que ¨¦ramos indisciplinados y poco guerreros. La cosa pas¨® a Ignacio Agust¨ª el autor de Mariona Rebull y fundador del semanario Destino. La misma centuria, en el frente de Vivel del R¨ªo Mart¨ªn, en Teruel, y a principios de 1938. El bueno de Ignacio se entusiasmar¨ªa seguramente con alguna chica de Burgos y alarg¨® m¨¢s de lo debido el permiso concedido. A su reincorporaci¨®n, durante una tarde fr¨ªa del invierno aragon¨¦s, el capit¨¢n volvi¨® a formar solemnemente a toda la centuria. El peque?o y p¨¢lido Ignacio, destacado en posici¨®n de firmes frente a sus compa?eros. Y el capit¨¢n, con toda la raz¨®n, dijo: ?Hay que acabar de una vez esta indisciplina de los catalanes. Camarada Agust¨ª, t¨®mese esto?. Y le alarg¨® un vaso de considerables dimensiones lleno a tope de aceite de ricino. En aquella ocasi¨®n Ignacio gan¨® muchos puntos. Cogi¨® el vaso, lo levant¨® un par de veces como para comprobar su peso, se moj¨® los labios, que lami¨® con deleite, y muy lentamente, a peque?os sorbos y mirando al tendido, bebi¨® toda la p¨®cima. Las ¨²ltimas gotas cayeron de la m¨¢xima altura que le permiti¨® su brazo. Y parece ser que el pobre Ignacio no tuvo tiempo de llegar a su posici¨®n de Torrecilla de Rebollar: el retortij¨®n inapelable se present¨® por el camino.
Y una ¨²ltima an¨¦cdota y con esto cierro. Me encontraba hace unos a?os, y en compa?¨ªa de mi mujer, en Novosibirsk, la capital de Siberia. Nuestra gu¨ªa, profesora de la Universidad vecina de Aleademgorodok, nos present¨® un aprovechado alumno suyo ruso siberiano de quince a?os, repito, de quince a?os, que hablaba sin acento el castellano; pero al enterarse de que nosotros ¨¦ramos de Barcelona nos dijo con toda naturalidad: ?Podem enraonar amb catal¨¢? (podemos hablar en catal¨¢n). Matilde y yo nos quedamos asombrados, ya que el catal¨¢n del chico siberiano casi tampoco ten¨ªa acento. Lo hab¨ªa aprendido solo, sin profesor, con una gram¨¢tica que le hab¨ªan mandado de M¨¦xico. La raz¨®n que nos dio para justificar tanto esfuerzo era de que estaba estudiando Filolog¨ªa Rom¨¢nica y el idioma comod¨ªn que mejor le serv¨ªa para pasar del italiano al castellano y de ¨¦ste, al franc¨¦s o al portugu¨¦s, era precisamente el catal¨¢n.
Y en aquel momento, me pas¨® algo parecido a lo de don Luis: sent¨ª todo el encanto de ser catal¨¢n.
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