Museo
Salto atr¨¢s: as¨ª se hac¨ªa el teatro hace medio siglo. Exactamente as¨ª: con ese minucioso realismo de lo inveros¨ªmil, ese decorado concreto, esa sobreactuaci¨®n de los int¨¦rpretes para que no que daran ni una frase, ni una situaci¨®n sin explotar, esas luces inm¨®viles, esos trajes y esos maquillajes. S¨®lo se echa de menos la bater¨ªa y la concha del apuntador. Hay que agradecer a Pablo Sanz, director y primer actor -tambi¨¦n como en los viejos tiempos- de La locura de don Juan, de Carlos Arniches, que no haya utilizado la desagradable f¨®rmula del paternalismo con que se trata ahora de aderezar a los autores antiguos, incluso cl¨¢sicos, trat¨¢ndoles con una especie de iron¨ªa o de superioridad, acentuando la farsa, buscando tontamente un distanciamiento qu¨¦ haga c¨®mplice al p¨²blico. Pablo Sanz es directo: ese teatro era as¨ª, y as¨ª se reproduce. M¨¢s a¨²n: ni siquiera da idea de reproducci¨®n, sino de hacerlo as¨ª de primera mano.Este Arniches es t¨ªpico. Esta es la filosof¨ªa de ??qu¨¦ malo es ser bueno!?, como subtitular¨ªa, poco despu¨¦s, su obra El se?or Adri¨¢n el primo. Don Juan es bueno, adora a su familia, se sacrifica por ella. No tiene ni siquiera car¨¢cter para cortar el despilfarro con el que ?aparentan? (tema cl¨¢sico de la literatura espa?ola, desde la picaresca, como problema de nuestra sociedad: fingir que se es m¨¢s de lo que se es, que se tiene m¨¢s de lo que se tiene). Va a la ruina. Aqu¨ª entra la verosimilitud teatral, que no ten¨ªa nada que ver con la de la vida: se finge una locura peligrosa para que los dem¨¢s le tengan miedo (un miedo, claro, exagerado, c¨®mico) y gracias a este miedo que impone consigue restablecer la ley y el orden en la casa. Todo se descubre al final, y la familia voraz vuelve a ser voraz, para llegar al t¨ªpico cl¨ªmax de los ¨²ltimos minutos: don Juan, aplastado y vuelto a su ser, va a abandonar la casa y la familia que no es capaz de regir, pero en ese momento todos comienzan a comprenderle. Y la vida en la casa cambia de repente. Aqu¨ª est¨¢n todas las diminutas moralejas, hasta casi pol¨ªticas, de filosof¨ªa de bolsillo, de manual de la peque?a burgues¨ªa. Y el invento de la tragicomedia -la ?caricatura para no dar en el melodrama?, como escribi¨® Luis Calvo-. En este caso de La locura de don Juan, la tragicomedia no es un descubrimiento espont¨¢neo y rico: es una repetici¨®n artesanal de la f¨®rmula encontrada antes, una explotaci¨®n de una posibilidad; es, por tanto, un teatro menor dentro ya del propio g¨¦nero.
La locura de don Juan, de Carlos Arniches
Adaptaci¨®n esc¨¦nica de Mariano Sanz Ag¨¹ero. Int¨¦rpretes: Mara Goyanes, Ram¨®n Reparaz, Antonio Pineda, Pablo Sanz, Lola Lemos, Juan R. Torremocha, Chelo Vivares, Asunci¨®n Villamil, Gabriel Salas, Victor Mart¨ªn, Jos¨¦ Luis Lespe, Julia Castellanos. Direcci¨®n: Pablo Sanz.
A juzgar por el entusiasmo con que el p¨²blico del estreno recibi¨® la obra, y la interpretaci¨®n, tan peculiar y artesanal como la obra misma, puede prender en este verano, como ya aprendi¨® no hace mucho La venganza de la petra. Quiz¨¢ haya todav¨ªa mucho de tragicomedia en la vida de lo que queda de la peque?a burgues¨ªa que se complace en esta ingenuidad o en este reflejo. Quiz¨¢, como en otros intentos de salto atr¨¢s que se hacen, haya una busca del punto de partida para reemprender el camino del teatro por otras v¨ªas distintas, en vista de que las que se iniciaron no han dado el resultado previsto. Para algunos intelectuales del teatro puede tener el inter¨¦s exclusivo de la pieza de museo: de ver el teatro de hace medio siglo con la t¨¦cnica de hace medio siglo. Pero nada m¨¢s.
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