A pesar de todo, catedr¨¢ticos
El Consejo de Rectores (etimol¨®gicamente regidores encargados de poner recta a la universidad) ha emitido, con la soledad ?sola y solemne? del cuerpo y del poder, su veredicto final (?suprema decisi¨®n de los guardianes del castillo): ?los corderos?, a la diestra de Dios-Padre; ?los cabritos (ianaterna de la neutralidad cient¨ªfica!), al fuego eterno de los infiernos.La jugada ha sido macabra. Los espejos de la calle del Gato, por fin, han estallado. La resoluci¨®n, como la paz de Franco, es de cementerio. La gran ciencia (?culto de idolatr¨ªa al becerro de oro de las oposiciones!) acaba de celebrar su peculiar danza hispana de la muerte. Los herejes, una vez m¨¢s, est¨¢n tost¨¢ndose en la hoguera. Como si el Tribunal del Santo Oficio, sin haber muerto nunca-todav¨ªa, hubiera resucitado.
Pero el rigor - cient¨ªfico - universitario - coherente - exhaustivo exige que nadie se rasgue, aprior¨ªsticam ente, las investiduras (se trata de simples met¨¢foras prolongadas, la realidad queda lejos): ?aqu¨ª pas¨® lo de siempre; han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses?.
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