Un Polanski acad¨¦mico
Fue Thomas Hardy, en las postrimer¨ªas del pasado siglo, un buen ejemplo de conspicuo victoriano. Refinado, culto y medido en todo, debi¨® a la arquitectura, su primera pasi¨®n, el sentido del equilibrio que m¨¢s tarde revelar¨ªa en sus libros. Respetuoso con la ciencia, como buen hijo del siglo, con el progreso y el pasado, sus libros siempre tienen como marco las colinas de Dorset, ejemplo de realidades inmutables.Como el mismo escritor, determinado por un destino que recuerda a Schopenhauer, esta Tess, protagonista de su m¨¢s famosa narraci¨®n, intenta alzarse in¨²tilmente contra una fuerza mayor que parece cerrarle desde su juventud salidas y caminos. Una naturaleza hostil en un mundo enemigo la llevar¨¢n desde una condici¨®n a la vez alta y pobre hasta las puertas del delito. Un fatalismo total preside su historia, m¨¢s all¨¢ de la iron¨ªa, por encima del mundo en torno, que conoce las primeras conquistas sociales de Inglaterra. La crueldad de una aristocracia, el ciego instinto de los pobres, su miseria llevada hasta el rigor de un crudo pesimismo con la llegada de las m¨¢quinas, recuerdan, a ratos, p¨¢ginas de Dickens.
Tess
Gui¨®n de Gerard Brach, Roman Polanski y Jhon Brown, seg¨²n la novela de Thornas Hardy. Direcci¨®n: Roman Polanski. M¨²sica: Philippe Sarde. Fotograf¨ªa: Geoffrey Unsworth y Ghisland Cloquet. Decorados: Pierre Gufffroy. Vestuario: Anihon y Powell. Int¨¦rpretes: Nastasia Kinski, Peter Firth, Leigh Lawson. Anglo-francesa. 1979. Dram¨¢tica. Local de estreno: Gran V¨ªa.
Tess D'Urbervilles no es propiamente una historia de amor, aunque el amor se asome en sus pat¨¦ticos cap¨ªtulos. En ella el bien y el mal corren parejos y un tanto forzados, de la mano del autor. Polanski ha intentado llevar esto a su filme de dos horas demasiado largas, con una excelente protagonista que encaja perfectamente en los moldes trazados de antemano, con una ambientaci¨®n y una fotograf¨ªa que unas veces recuerda a Millet y otras a De la Tour. En realidad, la imagen de este tipo de pel¨ªculas ha llegado a un refinamiento tal que peca en ocasiones de un excesivo protagonismo.
La devoci¨®n por un autor y una obra
No hay demasiado del antiguo Polanski en este ¨²ltimo filme suyo. No hay, por supuesto, oscuras amenazas o vampiros simp¨¢ticos, sino un gusto acad¨¦mico, mezcla de frialdad y c¨¢lculo, de devoci¨®n por un autor y una obra consagrada por el siglo. Tal rigor le traiciona. A fuerza de querer abarcar personajes y p¨¢ginas, la acci¨®n se alarga sin medida, no para hacerse densa sino en sentido anecd¨®tico.Adem¨¢s, el punto de vista del p¨²blico actual, a muchos a?os luz del victoriano, ha cambiado tan radicalmente como sus propios sentimientos. Lo que hac¨ªa llorar o meditar a los lectores de Hardy, hoy nos produce hilaridad, incluidos algunos artificios narrativos como la carta no recibida en v¨ªsperas de la boda. Ello deber¨ªa haberlo previsto el realizador, aunque despu¨¦s de todo, tal vez est¨¦ en lo cierto y cierto tipo de espectador se emocione hoy todav¨ªa con esta especia de saga individual que concluye a los pies de Stonehengue.
Una historia de amor sin excesos
Si el filme fatiga, no es culpa de Nastasia Kinski, que mantiene su atormentado personaje sobriamente, bien dirigida como todos los actores, sin demasiados alardes ni exhibiciones habituales en historias de amor.En tal sentido, Polanski ha realizado una pel¨ªcula casta, seguramente por fidelidad a la novela, que viene a ser como un lujoso ¨¢lbum donde imagen y m¨²sica ahogan a ratos las pasiones. Thomas Hardy brill¨® a la postre en sus poemas. Polanski tampoco a?ade demasiado. Esta versi¨®n respetuosa podr¨ªan haberla filmado el Kubrick de Barry Lindon o el David Lean de La hiia de Ryan. Como tantos realizadores j¨®venes ya hace a?os, ha vuelto la mirada atr¨¢s, no se sabe si por convicci¨®n o para demostrar su indisentible dominio del oficio.
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