Bibliotecas sin narrativa
Se me ocurre barajar dos hip¨®tesis: o bien que la novela est¨¢ en crisis, o bien que hay quien opina que puede acelerar la ?ca¨ªda? de aquellos que, siguiendo una ?fat¨ªdica? costumbre, se refugian entre sus p¨¢ginas por gusto. No lo s¨¦. Lo cierto es que, desde hace unos d¨ªas, en la sala general de la Biblioteca Nacional no sirven novelas. Mi sorpresa ante semejante medida -acerca de la cual, de momento, no se han dignado ofrecer una explicaci¨®n l¨®gica- comenz¨® al pedir un volumen titulado Los d¨ªas del odio, del que es autor el ya fallecido -y uno de los pocos profesores de la facultad de Ciencias de la Informaci¨®n dignos de ser recordados- Alfonso Albal¨¢. El caso es que me qued¨¦ sin saber lo que hab¨ªa ido a buscar en sus p¨¢ginas. Al parecer, y de ahora en adelante, la biblioteca ya no ser¨¢ lugar de recreo cultural, am¨¦n de consultivo, y eso es algo que no entiendo muy bien si tenemos en cuenta que toda biblioteca -y ah¨ª, sin m¨¢s, est¨¢ el diccionario de la Real Academia de la Lengua, que puede atestiguarlo- ha de ser ser, o deber¨ªa de serlo, un centro al que poder acudir a consultar o, simplemente, para conocer las grandes obras de los grandes autores que en el mundo, y a lo largo de la historia, han sido.Pero no terminaron en ese punto las sorpresas. Ya que, al inquirir a uno de los encargados del servicio de lectura el tiempo que tal medida llevaba en pr¨¢ctica, me contest¨®: ?Hace bastante?, lo que me dej¨® perplejo, y tanto m¨¢s cuanto que, apenas tres d¨ªas antes, me hab¨ªa sido servido un volumen de la serie de Marcel Proust En busca del tiempo perdido, lo cual me indujo apensar que, dado el t¨ªtulo y su, aparentemente escasa comercialidad narrativa, quien me lo sirvi¨® desconoc¨ªa por completo que el se?or Proust, don Marcel, fue novelista, y su obra, uno de los grandes hitos de la literatura universal.
Quiero creer que todo fue un lamentable error. Aunque, mientras tal error se subsana, haya quien se imagine que En busca del tiempo perdido es, por su t¨ªtulo, un amplio tratado de filosof¨ªa -y no discuto que no pueda serlo, pero a otros niveles- y no una magna serie novelesca.
De cualquier forma, lo lamentable del caso es el desprecio ol¨ªmpico hacia quienes por obligaci¨®n o tan s¨®lo porque s¨ª, o porque no dispongan de otros medios, van a consultar o, repito, a sumergirse en una obra de creaci¨®n a una biblioteca que se dice nacional. Lo dicho: lamentable. Pero, ?para cu¨¢ndo una rectificaci¨®n? /
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