Don Juan en el purgatorio
En estos nuevos episodios de las relaciones hispano- francesas, el tema cultural ha sido, quiz¨¢, utilizado para acrecentar la emoci¨®n. O tal vez los ¨²ltimos sucesos no han hecho m¨¢s que poner de relieve la complejidad de estas relaciones, complejidad claramente perceptible en la cultura. Lo cierto es que la historia de los contactos entre los dos pa¨ªses est¨¢ perseguida por el destino, y se podr¨ªa, sin exagerar mucho, cargar esta palabra con sus valores tr¨¢gicos: la mala suerte y la iron¨ªa.El arc¨¢ngel de la fatalidad es, desde luego, Napole¨®n, quien, con su invasi¨®n, descalifica a los afrancesados en el momento en que la elite pol¨ªtica o intelectual espa?ola se adhiere a las luces. El arquetipo del h¨¦roe desdichado ser¨ªa entonces Goya, afrancesado y patriota, que exalta con sus obras maestras la resistencia de su pueblo, y que toma despu¨¦s el camino del exilio m¨¢s all¨¢ de los Pirineos, expulsado por la restauraci¨®n de los Borbones.
Los incidentes de los camiones, el 2 de mayo, los falsos rumores sobre la supresi¨®n del espa?ol en la universidad francesa, las advertencias del emperador Carlos a su hijo Felipe para que no conf¨ªe en los franceses, y, desde luego, el Mercado Com¨²n. A decir verdad, no es tanto esta amalgama explosiva la que me parece abrumadora. Todos estos datos disparatados, presentes y pasados, que se entremezclan de forma un embarullada, tienen una trama com¨²n: es el clima pasional de :as relaciones entre Espa?a y Francia, de las cuales convendr¨ªa alg¨²n d¨ªa hacer algo como un psicoan¨¢lisis. Este clima explica ciertamente sus dificultades; pero es tambi¨¦n el signo m¨¢s evidente de su profunda riqueza.
Los que, en mi pa¨ªs, han amado y aman a Espa?a, encontrar¨¢n m¨¢s penoso que se sospeche hasta de su entusiasmo. Se ha afirmado que la casi ¨²nica contrapartida de la influencia francesa en Espa?a durante varios siglos habla sido la invenci¨®n de la espa?olada y de Carmen. Sobre la visi¨®n de los artistas aludidos, me limitar¨¦ a recordar lo que escrib¨ªa Gregorio Mara?¨®n: ?El esp¨ªritu goyesco, propiamente dicho, no reaparece, salvando todos los niveles art¨ªsticos y los cambios de g¨¦nero, hasta los escritores rom¨¢nticos ingleses y franceses, que describen, a mediados del siglo XIX, aquella Espa?a que despu¨¦s se llam¨®, tontamente, de pandereta. Una Espa?a aut¨¦ntica, incorporada ya. al paisaje y al alma espa?oles, con tanta realidad como el Tajo y la Cordillera de Gredos?. ?Es superficial y deformante esta visi¨®n decimon¨®nica? Tal vez; pero, ?no ser¨ªa tambi¨¦n que algunos analistas se han quedado en lo pintoresco, y no han sabido leer, detr¨¢s de esta tipolog¨ªa de los caracteres, la expresi¨®n metaf¨®rica de una ¨¦tica difusa que fascin¨® a los extranjeros, al descubrir a los espa?oles en su tierra?
Los modelos hisp¨¢nicos
Por otra parte, los personajes de la ficci¨®n y de la historia han ofrecido a los escritores galos unos modelos particularmente atractivos. Hablando s¨®lo del teatro desde don Juan hasta Juana la Loca, tal como aparece en el m¨¢s agudo drama de Montherlant, El cardenal de Espa?a, los h¨¦roes ib¨¦ricos trasladados al escenario franc¨¦s nos dan sobre el mundo una lecci¨®n de intensa lucidez: se despojan de toda mentira y afirman las exigencias de una autenticidad existencial, frente a lo! torcimientos impuestos por la moral, la sociedad y el poder, aunque don Juan termina por disfrazarse de Tartufo y por someterse, aparentemente, a las reglas del buen vivir y de la religi¨®n; pero la hipocres¨ªa no es m¨¢s que una forma pr¨¢ctica de salvaguardar su libertad.
Sin embargo, esta admiraci¨®n humanista por la esencia de Espa?a (as¨ª est¨¢ titulada la edici¨®n francesa en En torno al casticismo), no goza siempre de muy buena fama al sur del r¨ªo Bidasoa. ?Hace tanto tiempo que tal expresi¨®n no est¨¢ de moda! Y adem¨¢s ser¨ªa un reto imposible el analizar el contenido de tal esencia. Esta se manifiesta en la emoci¨®n que siente por ejemplo Camus al comprobar que en estas tierras el comportamiento cotidiano de la gente m¨¢s humilde ante la vida y la muerte, ante el dolor y la alegr¨ªa, encierra una filosof¨ªa y una dignidad que valen por siglos de literatura.
Para volver a las tensiones recientes que nos ocupan, y cuyas olas se est¨¢n, desde luego, apaciguando, se ha pretendido que en Francia exist¨ªa indiferencia hacia Espa?a. Lo m¨¢s grave de esta opini¨®n es que denota, en los que la han sostenido, un claro desconocimiento de su propia cultura y de su proyecci¨®n en el extranjero. Es ,sencillamente. imposible, por ejemplo, imaginar lo que hubiera sido la historia del Arte Contempor¨¢neo en Francia sin la aportaci¨®n de los espa?oles. Mino se podr¨ªan comprender las distintas revoluciones pict¨®ricas sin el redescubrimiento de Goya, a finales del siglo XIX? ?C¨®mo vamos a amputar el cubismo y la primera Escuela de Par¨ªs, de Picasso y de Juan Gris? La efervescencia del surrealismo es fisicamente perceptible por las idas y venidas de los hombres y de las ideas: en Par¨ªs Mir¨®, Oscar Dom¨ªnguez, Juan Larrea, Hinojosa. Breton, Arag¨®n, Crevel, que viajan a Barcelona, Madrid y Santa Cruz de Tenerife. Dali y Bu?uel son unos puentes permanentes: el primero desarrolla su actividad pict¨®rica en Par¨ªs y Barcelona, y el segundo realiza, en Francia, Un perro andaluz y La edad de Oro, al mismo tiempo que en los a?os veinte anima el cine-club de Madrid.
Ultimo oto?o en Par¨ªs
Todo esto pertenece ya a la historia. Hablando de hechos m¨¢s inmediatos, tal vez conviene recordar que en el ¨²ltimo oto?o en Par¨ªs las tres exposiciones m¨¢s importantes han estado dedicadas a ¨¦pocas o a artistas espa?oles (El arte europeo en la Corte de Espa?a en el siglo XVIII, Picasso, Dal¨ª); que cada a?o el Festival de Biarritz est¨¢ exclusivamente, consagrado al cine hisp¨¢nico, y que en primer¨ªsima fila de las pel¨ªculas extranjeras que han obtenido el ¨¦xito m¨¢s resonante en Francia el pasado a?o figura una obra de Carlos Saura. Muy recientemente, los televidentes franceses han podido seguir los cap¨ªtulos de Fortunata y Jacinta, coproducci¨®n hispano- francesa.
Si dejo para el final el hispanismo galo es porque creo que, en lo que a ¨¦l respecta, la acusaci¨®n de indiferencia equivale a una injusticia. El hispanismo pertenece a una de las tradiciones m¨¢s s¨®lidas de la universidad francesa. Con algo de orgullo -pido perd¨®n por este sentimiento descarado-, uno piensa en lo que el conocimiento de la cultura y de la historia de Espa?a debe- a los trabajos de Bataillon, de Guinard, de Salomon. No cito a los investigadores en activo porqt¨ªe no quiero arriesgarme a destacar a alguno. Se puede encontrar una lista bastante completa de ellos en la revista Arbor, que ha dedicado un n¨²mero especial al hispanismo franc¨¦s. Es in¨²til insistir en el dinamismo de estos estudios. Existen en estos momentos cinco revistas universitarias francesas dedicadas a temas ib¨¦ricos e iberoamericanos. Tampoco se puede olvidar a la Casa de Vel¨¢zquez, centro de encuentros para los intelectuales y artistas de ambos pa¨ªses, cuyos trabajos se relacionan todos con la civilizaci¨®n hisp¨¢nica.
No s¨¦ si es ut¨®pico desear que la cultura se mantenga apartada de las guerras, incluso las psicol¨®gicas. Por lo menos creo que se habr¨¢ dado un gran paso adelante cuando un amplio sector de la opini¨®n admita que las relaciones culturales entre pa¨ªses no se deben concebir en t¨¦rminos b¨¦licos, penetraci¨®n, influencias, colonialismo. La riqueza de una cultura en contacto con otra no se basa en estos fen¨®menos pol¨ªticos, que quedan, gracias a Dios, en la superficie. Se adquiere por un lento y subterr¨¢neo caminar en el cual la inspiraci¨®n venida del extranjero implica necesariamente, si se asimila, una respuesta original. No hay contactos duraderos sin respeto mutuo, reciprocidad, intercambio.
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