La voracidad de una guerra que no existe
ENVIADO ESPECIAL, El Salvador es hoy una contradicci¨®n permanente. No hay guerra, pero puede haber m¨¢s de cien muertos en una sola noche. El pa¨ªs est¨¢ en paz, pero el Ej¨¦rcito destaca a la mitad de sus efectivos (5.000 hombres) durante varias semanas al departamento de Moraz¨¢n, para hacer frente a la guerrilla. No hay toque de queda, pero en cuanto cae la noche, a las seis de la tarde, los salvadore?os, gente calmosa por le dem¨¢s, se convierten en una masa de parkinsonianos que s¨®lo se curan con el regreso a sus casas. El, Gobierno se dice cat¨®lico y cuenta, con la complicidad de los democristianos, pero sus fuerzas de seguridad persiguen a curas y monja -diez muertos este a?o-, sin que nadie encuentre nunca a los culpables. La Junta, que se dice revolucionaria., expulsa de su mesa al ¨²nico mi.embro moderado -el coronel Majano, un hombre que en Espa?a no pasar¨ªa de la socialdemocracia de UCD- y ejecuta una pol¨ªtica de extrema derecha. Se hace, en fin, una reforma agraria de terminolog¨ªa radical para que el Ej¨¦rcito ocupe el pa¨ªs bajo el pretexto de defender a unos campesinos que rnata en n¨²mero superiora los 3.000.CualquIer edad es buena para esta guerra-que-no-existe. En los sesenta kil¨®metros que separan al nuevo aeropuerto de la capital -un caminoque cada ma?ana se siembra de cad¨¢veres-, el taxi se cruza con m¨¢s de diez patrullas militares: apenas ni?os de quince a?os, con una metralleta presta a dispararse con demasiada facilidad, asustados porque los tiros pueden venir de cualquier lado. Como una contradicci¨®n m¨¢s, aqu¨ª no hay servicio militar obligatorio. Cuando el Ej¨¦rcito necesita cubrir bajas o aumentar efectivos, ocupa el campo y se llevaa todos los j¨®venes-ni?os en edad de disparar.
Las levas obligatorias se llevaban antes a muchachos con m¨¢s de dieciocho a?os. Ahora ya no quedan, porque se fueron a la guerrilla, pero en su lugar se llevan a los ni?os. Un dirigente guerrillero lo juzga as¨ª: ?Sin darse cuenta est¨¢n trabajando para nosotros. ?Qu¨¦ moral pueden tener estos soldados alistados a la fuerza cuando saben que sus hermanos est¨¢n al!. otro lado de la trinchera? En Moraz¨¢n hemos recogido unidades enteras de desertores. Otros muchos han rehuido el combate?.
Los ni?os sirven tambi¨¦n para la guerra en el otro lado. Entre los defensores de la catedral, en v¨ªsperas del funeral por los l¨ªderes del Frente Democr¨¢tico Revolucionario (FDR), hab¨ªa ?petisos? de metro y medio, trece a?os y pistola al cinto. Con su cara cubierta por un pa?uelo hasta los ojos por la presencia de las c¨¢maras, estos ni?os de la guerra juegan con pistolas de verdad, levantan el pu?o izquierdo, gritan consignas revolucionarias de ?Muerte a la oligarqu¨ªa? y se protegen detr¨¢s de una barricada con el arma en actitud de seguro-fuera cuando se rumorea que las tanquetas van a avanzar.
Ocurri¨® en Vietnam. Ocurri¨® en Nicaragua. Ocurre en los campamentos palestinos, de L¨ªbano. Est¨¢ ocurriendo ya en El Salvador. En este pa¨ªs superpoblado -cinco millones de habitantes para un territorio de 21.000 kil¨®metros cuadrados- nadie, ni los ni?os, escapa a la voracidad, de esta guerra-queno existe, seg¨²n la Junta militar democristiana.
Tal vez en ninguna otra parte del mundo las armas sean tan visibles c¨®mo aqu¨ª. Seguro que en ning¨²n otro lugar est¨¢n tan limpias por el uso.
Un miembro del equipo Reagan reconoc¨ªa d¨ªas atr¨¢s que el Ej¨¦rcito salvadore?o tiene escasez de municiones, algo que a la propia guerrilla le parece incre¨ªble. No es que no lleguen armas. Es que estos campesinos - ni?os - soldados- a la-fuerza disparan m¨¢s que cualquier otro soldado del mundo.
Si no fuera porque la muerte aqu¨ª no es ninguna broma, los alardes de armamento se terminar¨ªan convirtiendo casi en un espect¨¢culo gratuito y repetido a cada rato. Una conferencia de Prensa de los dos democristianos de la Junta en el hotel Camino Real -52, hu¨¦spedes, 45 periodistas- significa una ocupaci¨®n armada del vest¨ªbulo y de todas las entradas. Transmisores-receptores por todas partes, metralletas con el dedo en el gatillo y una treintena de hombres listos para disparar.
El apoyo de Reagan
No menos de doce hombres protegen cualquier movimiento del embajador norteamericano, Robert White, cuyo probable relevo por el nuevo presidente Reagan saluda con j¨²bilo toda la Prensa oficial, esto es, toda la Prensa. El representante de Carter, que todav¨ªa sustenta la teor¨ªa de las dos extremas como desencadenante de un conflicto en el que la Junta ser¨ªa el hombre bueno, parece haberse convertido en un peligroso izquierdista para este Gobierno que se apellida revolucionario.
Tal vez el ¨²nico hombre que se mueve sin escolta sea el arzobispo en funciones de San Salvador, Arturo Rivera, que accedi¨® al cargo por el asesinato de su antecesor, Romero, convertido en l¨ªder carism¨¢tico-p¨®stumo del pa¨ªs. Rivera reconoce que no se puede dejar de sentir miedo en una situaci¨®n como esta, pero que eso no le Impide seguir trabajando. ?Eso s¨ª, tomo mis precauciones y procuro salir s¨®lo cuando es imprescindible?.
En medio de sus siempre contradictorias declaraciones, Napole¨®n Duarte, actual presidente, termina por aceptar que, a pesar de la pretendida pacificaCi¨®n del pa¨ªs, nadie puede sentirse seguro -?incluso tenemos dificultades para escoltar a nuestros ministros?-, y termina por endosar la muerte de las cuatro religiosas norteamericanas a una invisible extrema derecha.
Ni la radio ni los peri¨®dicos saben tampoco por qu¨¦ proliferan tanto los cad¨¢veres de un tiempo a esta parte. Las muertes a tiros se han convertido en eufem¨ªsticas ?muertes tr¨¢gicas?, mientras la ra dio vocea esl¨®ganes para la paz.
La paz es para muchos la huida del pa¨ªs. Se calcula que m¨¢s de 100.000 salvadore?os han escapa do a las naciones vecinas. Las oficinas de migraci¨®n, castigadas recientemente con una bomba, aparecen cada d¨ªa rodeadas por centenares de salvadore?os que guardan cola para obtener pasaporte. El pa¨ªs se ha convertido de pronto en uno de los mayores exportadores de turistas que nunca vuelven. Por todo apoyo monetario pueden llevar doscientos d¨®lares.
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