Cervantes / Onetti
Le han, dado a Onetti el premio Cervantes. Lo mismo pudieran haberle dado a Cervantes el premio Onetti. Quiero decir que pertenecen ambos a la gran secta de narradores en castellano, de escritores que han demostrado que este idioma puede ser tan herm¨¦tico y tan po¨¦tico como el ingl¨¦s o el ruso (aunque Borges lo tenga por un idioma militar) a los efectos de tejer una larga, paciente y desesperanzada intriga.-Onetti, carroza, co?o -le digo.
-Vos te est¨¢s carroceando -me responde.
Y en este gerundio, admirablemente obtenido de un modismo madrile?o, est¨¢ ya el paso del tiempo, la capacidad l¨ªrica y melanc¨®lica que tiene Juan Carlos Onetti para dar el paso del tiempo por las extensiones de la nada, por las landas con viento de la vida.
Luis Rosales, con gorro ruso, me lo dec¨ªa no hace mucho, camino de la televisi¨®n:
-A Juan tendr¨ªan que darle ese premio.
Y se lo han dado.
Juan lo vengo yo leyendo/ estudiando desde hace muchos a?os, desde El astillero y Juntacad¨¢veres, que por entonces me reconciliaron con la prosa narrativa, a la que de vez en cuando le cojo asco. Uruguay, capital Montevideo, es hoy un hervor pol¨ªtico del que todos los d¨ªas me llegan mensajes, avisos, esperanzas, protestas, porque la oposici¨®n est¨¢ ganando all¨ª batallas como espejismos, las letras contra las armas, y lo he ido dejando/dejando, cuando el refer¨¦ndum del ?no? a los militares, pero ten¨ªa que haber llamado a Juan.
Sin embargo, no creo que Juan vuelva ahora tan f¨¢cilmente a su pa¨ªs, aun cuando su pa¨ªs se democratizase, cosa que tampoco;
Vivi¨® sus primeros a?os madrile?os como un duro exilio de ginebra y castellano pedernal. No quer¨ªa estar con nadie. Le daban el co?azo los de siempre. No quise ser uno de ellos, pero la admiraci¨®n es un ensalmo que nos hace reales las cosas lejanas, y yo le admiraba -le admiro- tanto, que al fin se me apareci¨®, por su propio pie, alto y como de mal humor, elegante y lent¨ªsimo, dandy pobre de un exilio pobr¨ªsimo, enamorando a todas las adolescentes con libro que por all¨ª pasaban.
Ahora me parece que, por fin, hemos conseguido que se encuentre a gusto entre nosotros, mire un poco la televisi¨®n, beba el vino despacio y escriba como ¨¦l escribe, despacito y buena letra, pero gozosamente, dejando que el bot¨®n del pu?o de la camisa roce la superficie de la cuartilla, en un contacto lev¨ªsimo y deslizado que quiz¨¢ es todo el hedonismo del escribir.
Por cosas as¨ª de tontas escribe uno, ?verdad, Jian?
El t¨®pico cr¨ªtico /acad¨¦mico insiste en que este hombre viene de Faulkner, pero a m¨ª poco me importan las f¨¢bulas acad¨¦micas, novel¨ªsticas o cr¨ªticas. Yo s¨®lo digo que quien inventa historias tristes en un castellano arrastrado y humilde, quien cuenta de los arrabales del idioma pase¨¢ndose por los arrabales de la vida, quien le ha encontrado a nuestra lengua ese per¨ªodo largo, solemne, triste, hermoso y cadencioso, es un cervantino cerval. Tiene los ojos de pez intelectual, las manos de fumador elegante y antiguo, el silencio pululante de humildad y soberbia. Pero le cuesta sonre¨ªr, como a Cervantes, y a su lado se respira un aire acre (nunca ocre) de var¨®n, de varon¨ªa, de vertical castidad o cast¨ªsima lujuria.
Todos sus libros no son sino una gran novela sobre Santa Mar¨ªa y media docena de tipos. He aqu¨ª, pues, como Cervantes, un hombre secuestrado por un gran libro, dentro del cual pasea y nos llama por tel¨¦fono temprano. Alguna vez le he ofrecido mi brazo para pasear contra las esquinas del fr¨ªo madrile?o. Alguna ma?ana llama con bromas graves. Un golpe de tel¨¦fono de Onetti es algo perfectamente serio.
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