Euskadi, Espa?a
El Estado es el mal, el ?gran mal?. Todo est¨¢ permitido, por tanto, contra el Estado. El Estado, cualquier Estado, todo Estado -el capitalista o el no capitalista y sean cuales fueren sus formas pol¨ªticas- es ¨²nica y exclusivamente, e inevitablemente, violencia opresiva y alienante. Estado es sin¨®nimo de dictadura, injusta violencia institucionalizada a trav¨¦s de normas legales y morales. Es, por tanto, leg¨ªtima, obligada casi, toda violencia de contestaci¨®n contra esa violencia institucionalizada y represiva que, de modo indiscriminado, es el Estado. El Estado siempre son ?los otros?. Y, en concreto, en el Estado democr¨¢tico occidental nada escapa a esa inherente malignidad, marcada sin salvaci¨®n posible por esa l¨®gica implacable y objetiva del gran capital; es in¨²til cuanto hagamos: si las cosas con ¨¦l van a mejor, entonces es que en el fondo todo va mucho peor.Pocas verdades parciales, medias verdades (medias falsedades, pues), se han impuesto como ¨¦sa con mayor absolutismo, machaconer¨ªa y simplismo; tambi¨¦n con mayor irresponsabilidad e incluso con mayores intereses encubiertos. En gran parte esta es hoy tambi¨¦n, puede decirse, la teor¨ªa del Estado, o sea del no-Estado, de los que no tienen teor¨ªa alguna, es decir, noci¨®n alguna sobre aqu¨¦l: primero se elimina maniquea y acr¨ªticamente la complejidad estatal, despu¨¦s se instala uno y su buena conciencia en la simplicidad y, finalmente -?para qu¨¦ m¨¢s molestias!-, se concluye negando el objeto mismo de la reflexi¨®n, el Estado, que, sin embargo -testarudo-, sigue vivo y bien vivo por ah¨ª. Son tres frases, tres, para entrar, por tanto, en el para¨ªso, en el limbo, mejor dicho, del ?nihilismo? pol¨ªtico, donde todos los gatos son pardos, y todos los Estados, irremediablemente azules.
Que esta simplic¨ªsima teor¨ªa del Estado ?mal de males? goza hoy entre nosotros del mayor predicamento, me parece a m¨ª algo indudable (para muchos no es sino una especie de versi¨®n ?sofisticada? del secular ipiove, Goberno ladro! de los italianos: bastar¨ªa, para encontrarnos con ella, con un leve repaso a la Prensa -aunque algo va, no obstante, cambiando ¨²ltimamente en este aspecto-, tanto en la de izquierdas como, con otras motivaciones, en la de derechas y tambi¨¦n, por supuesto, en la denominada ? independiente ?; o con leer a no pocos publicistas pol¨ªticos ?de vanguardia?, que han o¨ªdo campanas y creen que esas tesis son las del mism¨ªsimo Marx. Para, por su parte, algunos intelectuales ?paleorradicales?, extraparlamentarios, pero tambi¨¦n parlamentarios, esa tesis (?anarquista?) es casi la ¨²nica monocorde y obsesiva idea sobre el Estado de que disponen, y la verdad es que, aunque parezca mentira, con ella -bien dosificada- van saliendo adelante -y en Televisi¨®n Espa?ola- tan ricamente. Todo esto no quita, por supuesto, para que, al pasar de la teor¨ªa, o de las palabras, a la vida real, todo el mundo se lamente y se indigne (con subconsciente exigencia de un Estado bueno, justo y hasta paternal) en cuanto constata que las cosas p¨²blicas, o las no p¨²blicas, no marchan como debieran.
Esta teor¨ªa nihilista, y a la vez dictatorial, del Estado es, en verdad, una teor¨ªa acr¨ªtica del Estado, una teor¨ªa que -por su seudorradicalismo e indefinici¨®n- no introduce ni instancias cr¨ªticas plausibles ni alternativas v¨¢lidas concretas al negativo Estado actual, Estado en el que se da (y eso suele a veces olvidarse, o minimizarse, por algunas de esas visiones catastrofistas) un muy fuerte componente de intereses vinculados a la apropiaci¨®n privada de los medios de producci¨®n y a su gesti¨®n en pro de intereses de grupos minoritarios y olig¨¢rquicos.
Desde la capital del Estado
Falta de ese an¨¢lisis concreto de las situaciones concretas, de los concretos Estados y sociedades civiles, al contrario generalizando y absolutiz¨¢ndolo todo esencial¨ªsticamente, tal teor¨ªa del Estado s¨®lo produce, creo, dos tipos de res puestas coherentes ante este pro blema en apariencia sin salida: o -respuesta, - con mucho, mayoritaria- ?dejarlo estar?, es decir, la apat¨ªa, la indiferencia o el ?paso tismo? pol¨ªticos entre, quiz¨¢, los m¨¢s esc¨¦pticos, c¨®modos o astutos; o -respuesta, en proporci¨®n, absolutamente minoritaria- la destrucci¨®n sin m¨¢s de todo ese mundo, con el recurso a la violen cia armada m¨¢s o menos total, en tre aquellos m¨¢s idealistas, dogm¨¢ticos o impulsivos. Excluyo, como puede verse, en estas reflexiones sobre y en tomo al Estado y al terrorismo, a todo tipo y clase de asalariados y mercenarios del crimen: cada uno sabr¨¢ lo que es, y alg¨²n d¨ªa quiz¨¢ lo sepamos todos. Y dejo tambi¨¦n fuera intencionadamente la consideraci¨®n de otras motivaciones no pol¨ªticas, incluso patol¨®gicas, que pueden en alg¨²n caso acumularse o hasta predominar sobre aqu¨¦llas; ni unas ni otras, aunque reales, son, creo, significativas para el planteamiento que intento hacer en estas p¨¢ginas.
Me parece -no s¨¦ si me equivoco- que es en este contexto de mitad apat¨ªa y desmoralizaci¨®n, mitad impotencia y desesperaci¨®n, donde m¨¢s f¨¢ciImente nace y arraiga el terror. Un Estado en el que no se conf¨ªa pero al que se le exige casi todo unos acaban tom¨¢ndoselo a broma y otros Cargan violentamente sobre ¨¦l; los primeros terminan despreocup¨¢ndose hasta de los muertos, y los segundos, impert¨¦rritos, siguen matando pase lo que pase. No estoy hablando aqu¨ª, es obvio, de ning¨²n pa¨ªs imaginario, ni tampoco urbi er orbi y para la eternidad, sino -desde Madrid- de lo que ocurre aqu¨ª y ahora en Espa?a, y m¨¢s en concreto, sin vivir all¨ª, de lo que pueda estar pasando en Euskadi.
Ya no basta, creo, con hacer la consabida alusi¨®n al pasado, a la secular incomprensi¨®n centralista, a los intentos de destrucci¨®n cultural, a las negaciones de su identidad como pueble, a la brutal e in discriminada represi¨®n pol¨ªtica de los ¨²ltimos, y primeros, tiempos del franquismo, de antes o de despu¨¦s. La infamia de hoy no puede justificarse, ni en un segundo ni en otro, con la infamia de ayer. Eso es eternizar la historia, sacralizarla, inmovilizarla. De las disputas sobre el sentido y la culpa de la espiral acci¨®n-represi¨®n-reacci¨®n no pueden, por ello, esperarse tampoco mejores resultados. Hubo, es ver dad, un momento (?unos d¨ªas, unas horas?) en que, empezando la de mocracia, la Constituci¨®n ya pro mulgada, todos los presos vascos en la calle, pudo pensarse en el fin de la violencia armada y en el comienzo de nueva; formas de lucha y de acci¨®n no violenta. Pero, por desgracia, aquello dur¨® muy poco y de nada vale ahora lamentarse.
Tampoco es que resuelvan mucho los que, a esas alturas del ?tema? o de la conversaci¨®n, suelen -aqu¨ª o all¨ª, ?patriotas? vascos o ?patriotas? espa?oles- cortar por lo sano y por las bravas sentenciando: ?No se calienten ustedes m¨¢s la cabeza ni le den m¨¢s vueltas in¨²tilmente al asunto: de lo que se trata es de la independencia total y absoluta, que quede claro, y hasta que eso no se logre (haya o no haya refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n, se apruebe o no en ¨¦l alg¨²n tipo de independencia), ni hablar del cese definitivo de la violencia?. ?Soluci¨®n? Aqu¨ª, la extrema derecha ya tiene, como siempre, su ?soluci¨®n final?: el ?estado de sitio? ya, y, si no es suficiente, la guerra directa y total sin m¨¢s; y en un mes, liquidado el asunto.... y de paso, los dem¨¢s asuntos de las dem¨¢s ?regiones y nacionalidades ?, Madrid incluido; y despu¨¦s, los dem¨®cratas a protestar a los comit¨¦s de ayuda a l'Espagne, que, sin duda, los franceses de izquierdas abrir¨¢n en Saint Germain des Pr¨¦s, al lado de los de Argentina, Chile o Uruguay.
Una imagen democr¨¢tica del Estado democr¨¢tico
Evitar el planteamiento de semejante dial¨¦ctica, no ya su realizaci¨®n (en mi opini¨®n, absolutamente impracticable, a pesar de las, para ello, no muy adversas condiciones internacionales), resulta, sin embargo, muy dif¨ªcil, yo dir¨ªa que cada vez m¨¢s dificil y penoso, si no se produce a la vez -y este es el prop¨®sito principal de este art¨ªculo m¨ªo- una verdadera dignificaci¨®n, una real moralizaci¨®n y, como resultado, una justa legitimaci¨®n del Estado (de un Estado que tendr¨ªa que haber sido federal). No se trata, pues, de acallar cr¨ªticas ni de salvar -por ?razones? de Estado- ning¨²n tipo de corrupciones, ni mucho menos de amparar o tolerar la menor violaci¨®n de cualquiera de los derechos reconocidos en la Constituci¨®n. Nada, pues, de concesiones gratuitas de legitimidad: que la imagen del Estado se corresponda con su realidad. Al Estado, lo que es del Estado y a su imagen, y a los fabricantes de ella, lo que en justicia -en tal operaci¨®n de moralizaci¨®n y legitimaci¨®n- les corresponda.
Desde precisamente esa segunda perspectiva, que no de pol¨ªtico profesional ni de ?hombre de Estado ?, sino m¨¢s bien de te¨®rico o, si se quiere, de intelectual preocupado por la pol¨ªtica (ciencia y conciencia de la convivencia humana en libertad), es desde la que pueden y deben hacerse, aqu¨ª y ahora -creo-, las siguientes precisiones cr¨ªticas conclusivas: definir simplificatoriamente a todo Estado como dictadura, verlo ¨²nica y exclusivamente como violencia y terror, desconocer que las ?formas? pol¨ªticas democr¨¢ticas afectan tambi¨¦n al fondo ¨¦tico y de real participaci¨®n popular de ese Estado, llevar con ello irresponsablemente a una confusa e interesada equiparaci¨®n del fascismo a los sistemas democr¨¢tico-liberales, reducir todo el liberalismo a su expresi¨®n econ¨®mica m¨¢s dependiente del capitalismo, olvidando sus otras decisivas aportaciones cient¨ªficas y pol¨ªticas (de trabajo, rigor, respeto mutuo, etc¨¦tera), falsear de mala manera la historia toda del humanismo haciendo de ¨¦l exclusivamente la ideolog¨ªa de la violencia encubierta, y de pr¨¢cticamente todos los humanistas unos hip¨®critas o unos inconscientes pero ?objetivos? c¨®mplices del crimen, mientras, ?poniendo los ojos en blanco?, hablan invariablemente de paz y de derechos humanos desde sus ?confortables despachos?; acusar, en fin, aqu¨ª y ahora, a los socialistas, que han luchado siempre por la libertad y la democracia, de represores de las libertades por el hecho de trabajar pol¨ªticamente en un Estado constitucional basado en la soberan¨ªa popular, aunque condicionado por un modo de producci¨®n capitalista que, precisamente, se proponen sustituir y superar por una organizaci¨®n de la vida econ¨®mica y social dotada de verdadera igualdad y real libertad, aunque haciendo todo ello con la responsabilidad que les exige el saber que sus errores los pueden pagar ma?ana millones de trabajadores espa?oles; decir todo eso y otras cosas m¨¢s de ese cariz -como se est¨¢n diciendo en la Espa?a de hoy (y es absolutamente necesario que se puedan decir)- me parece que, entre otras cosas, es muestra suficiente de una gran falta de objetividad cient¨ªfica e hist¨®rica, insistentemente reclamada en ocasiones por quienes as¨ª hablan, de una m¨¢s que regular dosis de confusi¨®n mental y pol¨ªtica, bastante extendida entre nosotros, como ya he subrayado, e, incluso, de un esp¨ªritu altamente dogm¨¢tico y sectario que, aparte de frustrar otros posibles aspectos propios de raz¨®n, con ese simplista reduccionismo a que se somete al Estado democr¨¢tico, no parecen dejar mucho campo abierto a otras v¨ªas de transformaci¨®n que no sean las de esa misma violencia armada que, sin duda con recta intenci¨®n, dicen quererse evitar y superar.
Consolidaci¨®n del Estado
Una consolidaci¨®n y una profundizaci¨®n, en cambio, del Estado democr¨¢tico al que es posible llegar con nuestra Constituci¨®n, lo cual exige e implica, a su vez, avances efectivos y bien palpables en el campo auton¨®mico, logrando sobre esa base real una movilizaci¨®n y legitimaci¨®n popular del mismo, son -creo- condici¨®n ineludible para que podamos mirar con un poco m¨¢s de esperanza hacia la superaci¨®n definitiva del terrorismo en nuestro pa¨ªs, en Espa?a y en Euskadi. Reconozcamos, de todos modos (por si todo esto suena todav¨ªa, como me temo, en exceso abstracto e idealista), que para la resoluci¨®n de todos estos problemas, y de otros a ellos conexos, tampoco vendr¨ªa nada mal que por las tierras de don Quijote y Sancho, en La Mancha, se descubrieran al fin esos important¨ªsimos yacimientos de petr¨®leo de primera calidad que nos dar¨ªan un peso decisivo en el seno de la OPEP y nos convertir¨ªan en breve plazo en el primer pa¨ªs exportador y abastecedor de crudos para toda la Europa occidental. Pero mientras llega el oro negro negociemos con los vascones, que son gente seria, lo que se deba y se pueda negociar.
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