Juan y John
Fastidiado por la conminaci¨®n de TWA, You are going to like us, vol¨¦ en Iberia de regreso a Nueva York. Desde las p¨¢ginas de EL PA?S, era el,5 de diciembre, me asalt¨® un escritor cuyas novelas admiro y he le¨ªdo con placer muchas veces: su art¨ªculo sobre ?El Museo Dillinger? mepareci¨® ofensivo, lo cual puede considerarse un acierto para un novelista sat¨ªrico como Juan Goytisolo, pero el g¨¦nero era distinto, una cr¨®nica de viaje; la plataforma de, lanzamiento, un peri¨®dico que hab¨ªa venido espant¨¢ndome a diario (no por culpa suya) con noticias de asesinatos, guerras y terremotos, y su meditaci¨®n, como la propaganda de TWA, pretend¨ªa pensar por m¨ª en su ¨²ltimo p¨¢rrafo, con un ret¨®rico ?agradezcamos pues a la audaz iniciativa de honrar la memoria del insigne hijo descarriado de Indiana?. He visto demasiada violencia en estos a?os como para creer que no sea fr¨ªvolo permanecer en silencio ante su exaltaci¨®n: digo no, que no agradezco esa iniciativa en un pa¨ªs en el cual la ametralladora y la navaja est¨¢n aureoladas en la cultura por un machismo conquistador y recio, que suplanta la compasi¨®n y la paciencia y la discusi¨®n racional por el gesto gordiano de suprimir al contrario, siempre visto como alteridad que justificadamente se elimina. Por ello, y aun conociendo la proverbial humildad de Juan, que lo ha llevado a uno de los ex¨¢menes de conciencia m¨¢s rigurosos y p¨²blicos de los ¨²ltimos cuarenta a?os de literatura espa?ola, resulta no ser casual que la laudatio a quien asesina un total de catorce personas (Dillinger) y deja al (imaginado) visitante ?con la miel en los labios? se encuentre precedida en el art¨ªculo por tres gestos de desprecio al vulgo, a la narrativa de Castillo Puche, a los museos y a los paletos japoneses.No todos tienen la fortuna de pertenecer a los elegidos y mancillan algunos la pureza de la alta literatura, la exclusividad del arte bien entendido, y la erudici¨®n sabia que otros nacionales saben ostentar ante las obras maestras. En con traste, c¨®mo no desear estar (dejando atr¨¢s a cualquier docto fantasm¨®n aquejado de esa horrenda enfermedad burguesa de la halitosis) con ese grupo que va a honrar a Dillinger, el fino Jorge Edwards; el brillante, diplom¨¢tico y genial Carlos Fuentes; el maestro en tantas buenas artes, Vargas Llosa; el sensato, agudo cr¨ªtico y tan simp¨¢tica persona que pilotea el coche, Jos¨¦ Miguel Oviedo, y el mismo, Juan Goytisolo. Se corre el peligro, sin embargo, de un parnasianismo que impulse, con los efluvios del bienestar, con la frustraci¨®n ante el hecho de que no todo el mundo es beautiful people, de escribir que ?el delito es en cualquier caso t¨®nico y refrescante?. ?Podr¨ªa dec¨ªrselo en la cara a la viuda de uno de los tantos asesina dos por el pretendido hero¨ªsmo pol¨ªtico de los ¨²ltimos a?os? ?Ampara tambi¨¦n en ese dictum la delincuencia pol¨ªtica de un Pinochet? ?O a quien (y ni siquiera hab¨ªa que mencionar su nombre para no amparar el erostratismo de que habl¨® Unamuno, ya que no se reivindica un crimen, ni se hace responsable uno por llamar por tel¨¦fono a un peri¨®dico) descarg¨® todo el cargador de su pistola y de su odio en John Lennon cuando pocas horas antes hab¨ªa recibido un aut¨®grafo de ¨¦l, hab¨ªa estado lado a lado, lo hab¨ªa sentido respirar? Hace a?os, parece ya la prehistoria, cuando yo era estudiante de Columbia, John nos reparti¨® un poster en que se ve¨ªa una masa sangrienta de vietnamitas asesinados. Al teniente que organizo esta matanza tambi¨¦n se le hizo h¨¦roe en ciertos c¨ªrculos americanos; tuvo su canci¨®n, quienes lo apoyaron, escribi¨® su libro y dio conferencias en las universidades. As¨ª como ?la familia del difunto (Dillinger) recibe millares de telegramas de simpat¨ªa y es reconfortada por una multitud inmensa en su trayecto al campo santo?. El poster dec¨ªa s¨®lo: ??Mujeres y ni?os? Tambi¨¦n?. Era una protesta contra toda violencia, dondequiera se la encontrara./
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