?C¨®mo nos ha pasado esto?
El problema principal est¨¢ en saber qui¨¦n se casar¨¢ con la viuda. ?Al principio, nadie la quiere. Luego, en la creencia de que posee, sin saberlo, unas minas de plata, la pretenden el dependiente, su principal y el viudo?.As¨ª contaba el gran cr¨ªtico Enrique D¨ªaz Canedo Los chamarileros cuando se estren¨® en el teatro Eslava, de Madrid, obra que ofrece esta noche la segunda cadena (Encuentros con las letras, 21.00 horas), a los cincuenta a?os justos, casi d¨ªa por d¨ªa (16 de enero de 1931) de su presentaci¨®n. Se hab¨ªan reunido tres autores: un costumbrista, Arniches, con dos especialistas en chistes, m¨¢s bien gruesos, m¨¢s bien de juegos de palabras: Joaqu¨ªn Abati y Jos¨¦ de Lucio. Y hab¨ªan conseguido ?una acumulaci¨®n excesiva de peripecias? que Canedo consideraba inconveniente y unas escenas ?abundantes en gracia, a menudo nada fina, pero salpicadas de ocurrencias felices?.
Se pregunta uno qu¨¦ transmutaci¨®n puede haber con el transcurso del tiempo que pueda convertir un teatro muy menor, muy de ocasi¨®n y de ganar dinero, en una pieza capaz de ser resucitada por un programa frecuentemente exigente y justamente riguroso con las calidades literarias. Cuando veamos la obra esta noche comprobaremos que la transmutaci¨®n del tiempo no ha sido m¨¢gica, sino l¨®gica: es decir, que ha hecho su trabajo de descomposici¨®n y muerte, y que lo que entonces pudo ser frescura y risa, aunque fuera traum¨¢tica, como de violentas cosquillas, hoy es una lenta miseria. Esto es un prejuicio. Pero viene inspirado por lo que est¨¢ sucediendo con toda esta serie de teatro en Encuentros, que tan felizmente comenz¨® con Juan Jos¨¦, de Dicenta -curiosamente denigrada por sus propios presentadores invitados, Monle¨®n y Bilbat¨²a, que arbolaron su mejor iron¨ªa progresista para rechazar la obra del luchador de anta?o- y que ha ido derivando hacia la nader¨ªa, hacia lo ¨ªnfimo. Un concepto de programaci¨®n, un concepto de revisi¨®n que, por mucho que fuese explicado por el programador, no est¨¢ haciendo m¨¢s que borrar la verdadera conciencia del verdadero teatro a los ojos del sorprendido espectador de la segunda cadena. Podr¨¢ permitirse una interesante comparaci¨®n. Y podr¨¢ pensar en c¨®mo nos ha sucedido esto tan terrible: de enero de 1931 a enero de 1981 hemos pasado de la radio de galena y auricular a la televisi¨®n en color y al ?videotape?, y, sin embargo, nos seguimos topando con Arniches, Abati y Jos¨¦ de Lucio. Y si queremos ponernos muy modernos, muy actuales. con Juan Jos¨¦ Alonso Mill¨¢n, ?c¨®mo nos ha pasado esto?
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