Medios grandes, ideas cortas
Siberiada
El cine de los pa¨ªses socialistas suele evolucionar poco por razones ya demasiado conocidas para volver sobre ellas. Salvo en el caso de Polonia, temas y modos se repiten, tal como sucedi¨® en el de nuestra posguerra. Dedicado casi exclusivamente -al menos en lo visto aqu¨ª- a explicar o justificar el r¨¦gimen que lo patrocina, tan s¨®lo se permite la excepci¨®n de los cl¨¢sicos que son objeto de habituales adaptaciones.Andrei M.-Konchalovski, de nacer en Espa?a, hubiera sido un alumno ideal para Garc¨ªa Escudero. Alumno brillante de la Escuela de Cine de Mosc¨², adapta a Turgueniev y a Chejov, autores que, como se sabe, no suelen plantear problemas de conciencia o censura para acabar en esta Siberiada, historia de una peque?a aldea rusa.
(Primera parte)
Direcci¨®n: Andrei Mijalkov-Konchalovski.Gui¨®n: Valentin Yezhov. Fotograf¨ªa: Levan Paatashvili. Int¨¦rpretes: Ludmila Gurchenko, Natalia Andreichenko, Nikita Myalkov, Vitali Solomin, Vladimir Samoilov. Dram¨¢tica. 1980. URSS. Cine Palace.
A lo largo de tres generaciones, van llegando al pueblo, en esta primera parte, los ecos y las consecuencias de lo que en el resto del pa¨ªs sucede, desde la ca¨ªda de los zares hasta la invasi¨®n alemana. El procedimiento no es demasiado original. De cuando en cuando se insertan en la acci¨®n real secuencias documentales en las que un h¨¢bil montaje nos muestra hechos que decidieron el porvenir del mundo al estilo de lo que practicaba John dos Passos hace a?os en sus grandes novelas.
Las otras historias, las historias peque?as donde ricos y pobres se enfrentan, la llegada del primer comisario y sus problemas con los antiguos vecinos y familiares o la partida de reclutas para el frente de guerra, se hallan concebidas con una a?eja visi¨®n naturalista que, a pesar de la buena realizaci¨®n, las hace parecer elementales. Su inter¨¦s reside no en la an¨¦cdota, sino fundamentalmente y como siempre en el paisaje, en las canciones y en la fotograf¨ªa, que a ratos logran el inter¨¦s del espectador, cosa que a lo largo del filme no sucede demasiadas veces.
Puede que el p¨²blico sovi¨¦tico, admirador de Sara Montiel y Raphael, se conmueva con personajes e historias que son suyas, es dif¨ªcil juzgar una trilog¨ªa por la primera de sus partes, pero a tenor de lo visto hasta ahora, todo viene a confirmar la idea de que el cine sovi¨¦tico, tan premiado en Cannes como en San Sebasti¨¢n, quiz¨¢ por parecidas razones, sigue siendo un medio de expresi¨®n al servicio del Estado, dotado de medios largos y de ideas cortas.
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