Dos siglos de Ej¨¦rcito y sociedad espa?oles / 1
Sin conocer el protagonismo castrense es in¨²til cualquier intento de comprensi¨®n de la historia contempor¨¢nea de Espa?a (siglos XIX y XX). Ese protagonismo ha creado, a trav¨¦s de muchas generaciones, un estado ?ideol¨®gico?, acentuado en el ¨²ltimo medio siglo por una guerra-civil y una dictadura totalitaria apoy¨¢ndose en el Ej¨¦rcito.Nuestra guerra de independencia (m¨¢s hecha por milicias y guerrillas que por fuerzas regulares) supuso, empero, un remozamiento del Ej¨¦rcito; en 1812 se suprimi¨® la prueba de nobleza, aunque, de hecho, buena parte de oficiales no eran ya nobles en las postrimer¨ªas del siglo XVIII. Aquel Ej¨¦rcito con mayor¨ªa de mandos de origen burgu¨¦s y popular no era muy grato a Fernando VII, que en agosto de 1823 lleg¨® a cerrar las academias militares y prefer¨ªa, sin duda, los voluntarios realistas. Doce a?os m¨¢s tarde, la muy espec¨ªfica revoluci¨®n burguesa espa?ola liber¨® las tierras, pero no a los campesinos; la desvinculaci¨®n favoreci¨® a los antiguos se?ores -convertidos en propietarios burgueses- y la guerra carlista uni¨® en el mismo bando, el constitucional liberal, a esos terratenientes y a aquellos militares maltratados por el absolutismo fernandino y enviados en p¨¦simas condiciones a la imposible aventura de contener el desmoronamiento del imperio espa?ol en Am¨¦rica. Todav¨ªa estaban por hacer un verdadero Estado burgu¨¦s y unos partidos pol¨ªticos aut¨¦nticamente representativos. ?Tiene algo de extra?o la pasi¨®n de muchos caudillos militares por intervenir en pol¨ªtica? A veces, llenaban un vac¨ªo. El militar no interven¨ªa en pol¨ªtica en nombre del Ej¨¦rcito; a lo sumo, se serv¨ªa de sus recursos militares para ponerlos al servicio de su grupo o de sus ideas pol¨ªticas: Espartero, O'Donnell, Narv¨¢ez y Prim son hombres pol¨ªticos; son tambi¨¦n militares, pero no militaristas.Ciertamente, esas pr¨¢cticas van creando una mentalidad y hay tambi¨¦n peque?as guerras de car¨¢cter colonial (Santo Domingo, Africa, Pac¨ªfico,) vanos intentos de colmar frustraciones. Luego, el sexenio revolucionario, donde se suceden y yuxtaponen guerra en Cuba, guerra carlista, cantonalismo, presencia de la Internacional obrera, luchas campesinas, indisciplina en el Ej¨¦rcito, afectando todo profundamente a los valores establecidos en la mayor¨ªa de las Fuerzas Armadas. C¨¢novas y los alfonsinos aprovechar¨¢n ese estado de ¨¢nimo para conseguir la Restauraci¨®n, pero es justo hacer constar que Pav¨ªa no quer¨ªa eso; Pav¨ªa quer¨ªa terminar con el federalismo y se equivoc¨® acabando con el r¨¦gimen (buena lecci¨®n para algunos de hoy que no sean mal pensados); convoc¨® a los partidos y no quiso formar un gobierno militar; nada de parecido con la bochornosa zafiedad del 23 de febrero y la frasecita, ?por supuesto, militar?.
Alguien dijo que la Restauraci¨®n reanudaba la historia de Espa?a; si algo reanudaba era el poder de los terratenientes -que tampoco hab¨ªa estado amenazado durante el sexenio- y sellaba el bloque de la alta burgues¨ªa, agraria y la de negocios, llamado a tener larga vida. Todo iba bien y C¨¢novas no necesitaba del Ej¨¦rcito para su pol¨ªtica. Pero advert¨ªa en 1890: ?El Ej¨¦rcito ser¨¢ por largo plazo, quiz¨¢ para siempre, robusto sost¨¦n del orden social y un invencible dique de las tentativas ilegales del proletariado, que no lograr¨¢ por la violencia otras cosas que derramar in¨²tilmente su sangre?.
C¨¢novas era claro y no se andaba por las ramas: si hab¨ªa una huelga, enviaba el Ej¨¦rcito y declaraba el estado de guerra; ese Ej¨¦rcito que faenaba en la cosecha de la campi?a jerezana para romper la huelga del verano de 1883. (Claro que hab¨ªa excepciones y, por ejemplo, el laudo del general Loma, cuando la huelga general de Bilbao de 1890, atender¨¢ la mayor¨ªa de las reivindicaciones obreras).
Pero, qu¨¦ decir de la eficacia del Ej¨¦rcito para el desempe?o de sus verdaderas funciones? Nada consiguieron ni la ley de reclutamiento y reemplazo de 1885, ni los intentos de reforma de Cassola en 1887, ni la reforma de L. Dom¨ªnguez en 11193. Ese mismo a?o, el incidente b¨¦lico con Marruecos en la zona de Melilla puso al desnudo el deplorable estado de organizaci¨®n de las Fuerzas Armadas. En esas condiciones se aborda en 1895 lo que al principio se toma como una guerra colonial y termina siendo una guerra desigual contra la potencia imperialista m¨¢s joven y ¨¢vida de dominio.
A la derrota de Cuba y Filipinas sucede un hondo pesimismo. Se produce un fen¨®meno que no es particular de Espa?a: los militares derrotados creen que han sido traicionados, que los ?pol¨ªticos? los han abandonado; les resulta casi imposible: reconocer la triste y desigual correlaci¨®n de fuerzas que ha llevado al desastre. (S¨®lo el almirante Cervera tuvo la lucidez de comprenderlo.) Vino entonces un repliegue sobre s¨ª mismo-, el militirismo hab¨ªa comenzado. M¨¢s exactam ente hab¨ªa comenzado aquel d¨ªa de marzo de 1895 en que los j¨®venes oficiales de la guarnici¨®n de Madrid asaltaron las redacciones de El Resumen y El Globo sin ser desautorizados por el capit¨¢n general, provocando as¨ª la dimisi¨®n de Sacasta.
La derrota del 98, el talante del joven monarca que sube al trono en 1902, la fuerte conflictividad social y catalana aumentar¨¢n la irritabilidad de la mayor¨ªa de los militares y su complejo de aislamiento. Vendr¨¢ el asalto a los peri¨®dicos de Barcelona y la imposici¨®n, en 1906, de la ley de Jurisdicciones, por la cual el Ej¨¦rcito es juez y parte si se siente o estima atacado. A partir de entonces se ahondar¨ªa el foso entre militares y civiles.
En julio de 1909, los incidentes militares del Barranco del Lobo y del Gurug¨² casi se convierten en cat¨¢strofe (muri¨® el general Pintos y dos tenientes coroneles; tuvimos 2.235 bajas). Ante la ineficacia del aparato militar, Maura moviliz¨® reservistas; la protesta popular fue vigorosa y en Barcelona degener¨® en la Semana Tr¨¢gica. ?Qui¨¦n convencer¨ªa a los oficiales que combat¨ªan en Melilla de que los espa?oles que dec¨ªan que no hab¨ªa que ir a Marruecos no eran la anti-Espa?a?
Por fin, el acuerdo firmado con Francia en noviembre de 1912 permiti¨® tener un protectorado espa?ol en Marruecos; ¨¦ste grav¨® pesadamente al erario espa?ol, pero canaliz¨® esfuerzos e ilusiones del Ej¨¦rcito. En 1913, Espa?a tiene all¨ª 65.000 hombres en pie de guerra; la penetraci¨®n pac¨ªfica se convierte, primero, en guerra larvada, y luego, abierta. La tipolog¨ªa castrense espa?ola bifurcar¨¢ pronto en el militar ?africanista? y el ?peninsular? (que a partir de 1917 suele ser el juntero?). Marruecos contribuye a aislar m¨¢s al militar de la sociedad civil, a darle la exaltaci¨®n del peligro constante, pero tambi¨¦n la tendencia a los m¨¦todos expeditivos propios del hombre que vive haciendo la guerra, la mentalidad despectiva hacia la retaguardia, la tendencia a asimilar un sentido f¨¢cil del patriotismo con cierto colonialismo, la pr¨¢ctica de mandar sin ser discutido (o de obedecer), de vivir, en suma, en una sociedad b¨¦lica organizada verticalmente, donde la discusi¨®n y el respeto a la mayor¨ªa no tienen cabida posible. Catorce a?os de guerra de Marruecos ser¨¢n un duro lastre para el Ej¨¦rcito y para la sociedad de Espa?a.
Sin duda, hay militares muy inteligentes, pero no es precisamente la estrategia cient¨ªfica, sino todo lo contrario, lo que lleva al desastre de Annual, con aquellos 12.896 espa?oles tendidos en los campos del Rif. Mientras tanto, en la Pen¨ªnsula, las Juntas Militares de Defensa (que al nacer asemejaban a un movimiento de reivindicaci¨®n corporatista) derribaban con sus ultimatos dos gobiernos en un solo a?o y los militares se crispaban contra huelguistas de campos y ciudades (el Ej¨¦rcito es utilizado en funciones de represi¨®n social en 1917 y ocupa militarmente la provincia de C¨®rdoba en la primavera de 1919; el Ej¨¦rcito, en connivencia con la patronal, manda m¨¢s que nadie en Barcelona, puesto que Milans del Bosch, capit¨¢n general de Catalu?a, reexpide, manu militari, para Madrid al gobernador civil Carlos Monta?¨¦s, y al jefe superior de Polic¨ªa, Gerardo Doval, causando la dimisi¨®n de Romanones ante esta injerencia del poder de hecho militar en esferas ajenas a su competencia. Y otro general, Mart¨ªnez Anido, horroriza a la opini¨®n (aunque es aplaudido por la patronal) con sus m¨¦todos represivos como gobernador civil. Muchos militares discrepaban de esas actitudes, pero el foso se abr¨ªa entre ?junteros? y ?africanos?. Estos tambi¨¦n se irritaron cuando el expediente Picasso y la comisi¨®n parlamentaria de responsabilidades levantaron una punta del velo que cubr¨ªa muchas anomal¨ªas marroqu¨ªes.
El 13 de septiembre de 1923 triunfaba el pronunciamiento de Primo de Rivera, con curiosas complicidades que parec¨ªan elevarlo a la categor¨ªa de golpe de Estado; ante la indiferencia de la opini¨®n, hastiada por el seudoparlamentarismo de caciques y oligarcas, Primo da carpetazo a las responsabilidades. Sin embargo, la dictadura militar no era la dictadura de todo el Ej¨¦rcito; ¨¦ste era menos homog¨¦neo que nunca. Primo de Rivera choc¨® con los africanistas (Sanjurjo, Franco, etc¨¦tera), pero se pleg¨® a ellos, y gracias a la alianza con Francia -producida como rebote de un error t¨¢ctico de Abdel-Krim- se apunt¨® la gran baza de terminar victoriosamente la guerra de Marruecos. Pero el Ej¨¦rcito, m¨¢s dividido que nunca; la conspiraci¨®n de la noche de San Juan contar¨¢ con militares de relieve, el conflicto de los artilleros ser¨¢ uno de los factores que den al traste con la dictadura, y el Consejo Supremo de Guerra y Marina condenar¨¢ a ¨¦sta impl¨ªcitamente, al absolver a S¨¢nchez Guerra en 1929. Muchos militares pensaban ya en la Rep¨²blica; los alzamientos de Jaca y Cuatro Vientos fueron prueba de ello.
La Rep¨²blica abrile?a, que, tantas ilusiones despert¨®, recogi¨® adhesiones de 'Muchos militares y actitudes expectantes de otros. En cambio, la mayor parte de los ?africanos?, a quienes su propia praxis hab¨ªa inoculado una ideolog¨ªa antiliberal, desconfiaron desde el primer momento, incluso los que conservaron altos puestos, como Goded. Pronto vinieron las reformas de Aza?a, h¨¢bilmente utilizadas por la derecha para indisponer al Ej¨¦rcito con el nuevo r¨¦gimen. Se creaba, adem¨¢s, un nuevo clima en el que el militar se sent¨ªa menos considerado que antes, y por ello tend¨ªa a replegarse m¨¢s en los cuartos de banderas. Cuando los 258 generales en activo quedan en 88, y los 21.996 oficiales en 9.099, las capitan¨ªas generales se convierten en comandancias de divisi¨®n org¨¢nica, etc¨¦tera, son muchos los militares que se estiman agredidos.No vamos a hacer aqu¨ª y ahora la historia de la Rep¨²blica ni de la instru menta lizaci¨® n de la mayor¨ªa del Ej¨¦rcito por las clases econ¨®micamente dominantes (sobre todo los terratenientes), que no cejaron hasta recuperar todas las palancas de poder que ten¨ªan en 1930, sin reparar en medios para ello. Tampoco nos detendremos en la divisi¨®n de los militares al empezar la contienda (hoy est¨¢ probado que fue- una mayor¨ªa de militares, pero no la totalidad ni el Ej¨¦rcito como tal quien se alz¨® contra la Rep¨²blica.
Cuando termin¨® la guerra se hab¨ªa producido la natural inflaci¨®n de puestos militares; el militar fue exaltado al primer plano de la sociedad y los que accidentalmente se hab¨ªan incorporado a la profesi¨®n castrense quedaron en buena parte en el Ej¨¦rcito; baste con decir que todav¨ªa en 1965 hab¨ªa 3.864 jefes y oficiales procedentes de los ?provisionales?.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.